jueves, 17 de septiembre de 2009

San Agustín y sus confesiones

Cómo por las criaturas se
llega a conocer al Creador

"Yo, Señor, sé con certeza que os amo, y no tengo duda en ello. Heristeis mi corazón con vuestra palabra y luego al punto os amé. Además de esto, también el cielo, la tierra y todas las criaturas que en ellos se contienen por todas partes me están diciendo que os ame [...]
Pero ¿qué es lo que yo amo cuando os amo? No es hermosura corpórea, ni bondad transitoria, ni luz material agradable a estos ojos; no suaves melodías de cualesquiera canciones, no la gustosa fragancia de las flores, ungüento o aromas; no la dulzura del maná, o la miel, ni finalmente deleite alguno que pertenezca al tacto o a otros sentidos del cuerpo. 
Nada de eso es lo que amo, cuando amo a mi Dios; y no obstante eso, amo una cierta luz, una cierta armonía, una cierta fragancia, un cierto manjar y un cierto deleite cuando amo a mi Dios, que es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite de mi alma. Resplandece entonces en mi alma una luz que no ocupa lugar; se percibe un sonido que no lo arrebata el tiempo; se siente fragancia que no la esparce el aire; se recibe gusto de un manjar que no se consume comiéndose; y se posee estrechamente un bien tan delicioso, que por más que se goce y se sacie el deseo, nunca puede dejarse por fastidio. Pues todo esto es lo que amo cuando amo a mi Dios. 
Pero ¿qué viene a ser esto? Yo pregunté a la tierra y respondió: «No soy yo eso»; y cuantas cosas se contienen en la tierra me respondieron lo mismo. Preguntéle al mar y a los abismos, y a todos los animales que viven en las aguas y respondieron: «No somos tu Dios; búscale más arriba de nosotros». Pregunté al aire que respiramos y respondió todo él con los que le habitan: «Anaxímenes [filósofo del siglo VI a. de C. que enseñaba que el aire es infinito y principio de todas las cosas] se engaña porque no soy tu Dios». Pregunté al cielo, Sol, Luna y estrellas, y me dijeron: «Tampoco somos nosotros ese Dios que buscas». Entonces dije a todas las cosas que por todas partes rodean mis sentidos: «Ya que todas vosotras me habéis dicho que no sois mi Dios, decidme por lo menos algo de él». Y con una gran voz clamaron todas: «Él es el que nos ha hecho». 
Estas preguntas que digo yo que hacía a todas las criaturas era sólo mirarlas yo atentamente y contemplarlas, y las respuestas que digo me daban ellas es sólo presentárseme todas con la hermosura y orden que tienen en sí mismas. 
Después de esto, volviendo hacia mí la consideración, me pregunté a mí mismo: «Tú ¿qué eres?». Y me respondí: «Soy hombre». Y bien claramente conozco que soy un todo compuesto de dos partes: cuerpo y alma, una de las cuales es visible y exterior, y la otra, invisible e interior. ¿Y de las dos es de las que debo valerme para buscar a mi Dios, después de haberle buscado recorriendo todas las criaturas corporales que hay desde la tierra al cielo, hasta donde pude enviar por mensajeros los rayos visuales de mis ojos? No hay duda en que la parte interior es la mejor y más principal, pues ella era a quien todos los sentidos corporales que habían ido por mensajeros referían las respuestas que daban las criaturas, y la que como superior juzgaba de lo que habían respondido cielo y tierra, y todas las cosas que hay en ellos, diciendo: «Nosotras no somos Dios, pero somos obra suya». El hombre interior que hay en mí es el que recibió esta respuesta y conoció esta verdad, mediante el ministerio del hombre exterior. Es decir, que yo considero según la parte interior de que me compongo, yo mismo, en cuanto al alma, conocí estas cosas por medio de los sentidos de mi cuerpo. Pregunté por mi Dios a toda esta grande máquina del mundo y me respondió: «Yo no soy Dios, pero soy hechura suya». 
Esta hermosura y orden del universo, ¿no se presenta igualmente a todos los que tienen cabales sus sentidos? Pues ¿cómo a todos no les responde eso mismo? 
Todos los animales, desde los más pequeños hasta los mayores, ven esta hermosa máquina del universo, pero no pueden hacerle aquellas preguntas, porque no tienen entendimiento, que como superior juzgue de las noticias y especies que traen los sentidos. Los hombres sí que pueden ejecutarlo, y por el conocimiento de estas criaturas visibles pueden subir a conocer las perfecciones invisibles de Dios, aunque sucede que, llevados del amor de estas cosas visibles, se sujetan a ellas como esclavos, y así no pueden juzgar de las criaturas, pues para eso habían de ser superiores a ellas. Ni estas cosas visibles responden a los que solamente les preguntan, sino a los que al mismo tiempo que preguntan, saben juzgar de sus respuestas. Ni ellas mudan su voz, esto es, su natural hermosura, ni respecto de uno que no hace más que verlas, ni respecto de otro, que además de esto se detiene a preguntarles; no es que a aquél parezcan de un modo y a éste de otro, sino que presentándose a entrambos con igual hermosura, hablan con el uno y son mudas para con el otro, o por mejor decir, a entrambos y a todos hablan, pero solamente las entienden los que saben cotejar aquella voz que perciben por los sentidos exteriores con la verdad que reside en su interior. 
Esta verdad es la que me dice: «No es tu Dios el cielo ni la tierra, ni todo lo demás que tiene cuerpo». La misma naturaleza de las cosas corporales, a cualquiera que tenga ojos para verlas, le está diciendo: Esto es una cantidad abultada; y ésta precisamente es menor en la parte que en el todo. De aquí se infiere que tú, alma mía, eres mejor que todo lo corpóreo, porque tú animas esa abultada cantidad de tu cuerpo y le das la vida que goza, lo que cuerpo ninguno puede hacer con otro cuerpo. Pero tu Dios está tan lejos de ser corpóreo, que aun respecto de ti, que eres vida del cuerpo, es Dios tu vida."
San Agustín, Las Confesiones, 10,6

domingo, 13 de septiembre de 2009

ALEGRIA

"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes....Felices los afligidos.....Felices.....Felices....", así habla Jesús en el Sermón de la Montaña. (Mt.5,1-12).
¿Se había oído antes hablar así? ¿No escuchamos constantemente a nuestro lado decir: Felices los ricos... Felices los que no tienen problemas....?
Sin embargo, lo nuestro no es una utopía. No es un deseo que nace del convencimiento de seguir una idea filosófica que transforma nuestra mentalidad negativa en positiva. No, sino que es la seguridad de poner nuestra confianza y toda nuestra vida en las manos de Cristo, lo que nos hace mirar por encima de las miserias del mundo, no para despreciarlas, sino para colaborar en su solución en la medida de nuestra posibilidades, produciendo como fruto una felicidad que el mundo no puede dar.
Esta felicidad  propia del cristiano esta excelentemente expresada por Manuel Rodriguez en su blog RONCUAZ, que va a continuación:


El cristianismo es alegría, probablemente la única alegría real. Un gozo tan grande que se alimenta de las desgracias y los dolores como el fuego de la leña seca. Alegría escondida en la cruz de cada día, en la muerte diaria al engreimiento. Necesitamos el martirio cotidiano, la renuncia pequeña a veces más dura que la grande porque no se nota, no tiene aplauso ni reconocimiento, porque se queda en el silencio. Qué difícil es lo secreto, la entrega real en el olvido, en el pasar desapercibido, en el anonimato. Pero cuánto se gana con esa sencillez. Por eso el Señor nos enseñó a cerrar la puerta en la oración y a lavarnos la cara en el ayuno, por eso nos sacó de las esquinas de las plazas y nos prohibió las trompetas al dar limosna. Es para que no perdamos la alegría, esa forma tan pura de adhesión a la realidad. La alegría, esa sintonía con todos los hermanos humanos y sus innumerables desgracias, esa aceptación serena que nos mantiene a flote en la tristeza, la rabia o el miedo. Esa luz de fondo que brilla traviesa en los ojos de los santos. Ese aire ligero que llevan los niños en sus juegos. Ese rubor del que agradece un regalo. Esta mirada miope al piso de la capilla que recoge lágrimas de compunción, el único llanto que no avergüenza. Esta manga mojada que me seca la cara que llevaré sonriente al salir de aquí. Alegría, bondad concentrada, tensión de amor, pudor y sobriedad en el servicio. Alegría, abrigo para los seres que amo, para todos los que encuentro en mi diario peregrinar. Alegría, eso que me convierte en cristiano, en hermano universal. Eso es lo único que quiero en esta pobre vida.

jueves, 10 de septiembre de 2009

La Vía Media Católica

El Padre Dwight Longenecker es un sacerdote católico convertido del anglicanismo. Fue ordenado
en el año 2006 por la diócesis de Charleston, USA.
En su blog, “Standing on My Head” ha escrito una reflexión sobre la autoridad en la Iglesia Católica y su ausencia en el anglicanismo:

La Vía Media Católica


Los anglicanos son muy aficionados al término “vía media” a la hora de describir su iglesia. La teoría sostiene que la Iglesia Anglicana representa un rumbo medio entre el catolicismo y el protestantismo. Esta vía media es inclusiva. Hay en ella lugar para todos, y las diferencias de doctrina y de principios morales necesitan ser tolerados de modo que esta amplia “vía media” sea capaz de dar cabida a todos. En su tiempo, el Cardenal Newman observó que la renombrada “vía media” no fue nunca más que una teoría. De hecho, la Iglesia Anglicana no es tanto una vía media cuanto una vía propia, vía que, por cierto, es amplia y complaciente. Incluye a cristianos que creen y se comportan en una forma “católica”. Incluye cristianos que creen y se comportan en forma “protestante”. Incluye cristianos que creen y se comportan como liberales. Pero no tenemos que imaginar que ésta es una amplia vía en la que todos caminan juntos. En realidad, existen como grupos delimitados dentro del grupo más amplio. La Comunión Anglicana es más una confederación de contradicciones que una comunidad de fe.
La tarde pasada, estaba contando mi historia de conversión a los miembros de un grupo parroquial, y les expliqué cómo me crié en una cristiandad sectaria. El evangelismo protestante en el que crecí era fisíparo y lleno de denominaciones independientes, de congregaciones independientes, y de cristianos independientes que no pertenecían realmente a ningún grupo. Dentro de este sectarismo, a menudo se encuentra la unidad de creencias dentro de una congregación o denominación, pero no se encuentra la unidad de forma. Cada grupo era una colección independiente y autónoma de individuos.

Cuando me hice anglicano, dejé la religión sectaria buscando la antigua Iglesia apostólica. La Iglesia de Inglaterra parecía una buena jugada. Ellos tenían los antiguos edificios, la antigua espiritualidad, la liturgia y la historia para apoyarlos. Más aún, no estaban divididos en incontables congregaciones y denominaciones independientes. Parecía que en ellos había un núcleo que se mantendría. Sin embargo, descubrí que había dejado el error sectario para pasarme al error latitudinario. El latitudinarismo es la herejía que permite que los miembros del grupo crean lo que les guste (y se comporten como gusten) porque no quieren ser excluyentes.

Como observa el cardenal Newman, o bien uno cae en el error sectario y sacrifica la unidad de forma por la unidad de doctrina, o bien uno cae en el error latitudinario y sacrifica la unidad de doctrina por la unidad de forma. Ambos son extremos. Entonces, ¿dónde está la verdadera “vía media” entre ellos?

Sólo con una autoridad infalible se pueden mantener tanto la unidad de forma como la unidad de doctrina. La “vía media” se encuentra realmente en la fe católica. Con una autoridad infalible, se tiene la autoridad de enseñar que puede mantener la unidad de doctrina; y con una autoridad infalible como garante, la Iglesia puede también mantener la unidad de forma.
Los críticos dirán: “Sí, pero ustedes los católicos también están divididos entre ustedes. Tienen tradicionalistas y liberales, carismáticos y franciscanos y jesuitas y benedictinos, y la lista sigue, y sigue, y sigue”. Sí y no. Sí, tenemos muchas diferencias de opinión y, tristemente, no siempre disfrutamos de la unidad de doctrina con cada uno de los católicos. Sin embargo, el tema no es ése. El tema es que con una autoridad infalible, tenemos la fuente y el centro de la unidad de forma y de la unidad de doctrina.

Esta unidad no significa uniformidad. Los católicos podrán estar en desacuerdo con la autoridad infalible, pero la autoridad permanece. Podrán desobedecer y disentir, pero hay algo con lo que estar en desacuerdo y con lo que disentir. En la Iglesia Católica, la autoridad provee una roca sobre la que construir.

Tal y como las circunstancias lo están mostrando, todas las demás casas están construidas sobre arenas movedizas.
(Fuente: La Buhardilla de Jerónimo)

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