domingo, 13 de septiembre de 2009

ALEGRIA

"Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes....Felices los afligidos.....Felices.....Felices....", así habla Jesús en el Sermón de la Montaña. (Mt.5,1-12).
¿Se había oído antes hablar así? ¿No escuchamos constantemente a nuestro lado decir: Felices los ricos... Felices los que no tienen problemas....?
Sin embargo, lo nuestro no es una utopía. No es un deseo que nace del convencimiento de seguir una idea filosófica que transforma nuestra mentalidad negativa en positiva. No, sino que es la seguridad de poner nuestra confianza y toda nuestra vida en las manos de Cristo, lo que nos hace mirar por encima de las miserias del mundo, no para despreciarlas, sino para colaborar en su solución en la medida de nuestra posibilidades, produciendo como fruto una felicidad que el mundo no puede dar.
Esta felicidad  propia del cristiano esta excelentemente expresada por Manuel Rodriguez en su blog RONCUAZ, que va a continuación:


El cristianismo es alegría, probablemente la única alegría real. Un gozo tan grande que se alimenta de las desgracias y los dolores como el fuego de la leña seca. Alegría escondida en la cruz de cada día, en la muerte diaria al engreimiento. Necesitamos el martirio cotidiano, la renuncia pequeña a veces más dura que la grande porque no se nota, no tiene aplauso ni reconocimiento, porque se queda en el silencio. Qué difícil es lo secreto, la entrega real en el olvido, en el pasar desapercibido, en el anonimato. Pero cuánto se gana con esa sencillez. Por eso el Señor nos enseñó a cerrar la puerta en la oración y a lavarnos la cara en el ayuno, por eso nos sacó de las esquinas de las plazas y nos prohibió las trompetas al dar limosna. Es para que no perdamos la alegría, esa forma tan pura de adhesión a la realidad. La alegría, esa sintonía con todos los hermanos humanos y sus innumerables desgracias, esa aceptación serena que nos mantiene a flote en la tristeza, la rabia o el miedo. Esa luz de fondo que brilla traviesa en los ojos de los santos. Ese aire ligero que llevan los niños en sus juegos. Ese rubor del que agradece un regalo. Esta mirada miope al piso de la capilla que recoge lágrimas de compunción, el único llanto que no avergüenza. Esta manga mojada que me seca la cara que llevaré sonriente al salir de aquí. Alegría, bondad concentrada, tensión de amor, pudor y sobriedad en el servicio. Alegría, abrigo para los seres que amo, para todos los que encuentro en mi diario peregrinar. Alegría, eso que me convierte en cristiano, en hermano universal. Eso es lo único que quiero en esta pobre vida.

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