sábado, 7 de noviembre de 2009

Carta de Obispos Argentinos a Legisladores




Obispos de San Justo
*
San Justo, 4 de Noviembre de 2009

Al Señor Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación
Dr. Eduardo Alfredo Fellner
Estimado Señor Diputado:

Reciba nuestros más cordiales saludos y deseos de Paz y Bien en Jesucristo, Señor de la Historia; que le rogamos extienda a todos los integrantes de la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, remitiéndoles una copia de la presente.

Las circunstancias nos obligan a escribirle en nuestro doble carácter, de ciudadanos y Obispos, Titular y Auxiliar de la Diócesis de San Justo -La Matanza-. El bien común temporal es el fin de toda actividad política -y la legislativa lo es en grado sumo-, no es ajeno a nuestro ministerio episcopal, cuya finalidad es también el bien común, aunque en un sentido más amplio. Precisamente esta convergencia en el bien común de nuestras tareas, es la que requiere dirigirnos a Ud. y, por su intermedio, a todos los Señores Diputados de la Nación, para que tengan en cuenta estas consideraciones, referidas a diversos proyectos de ley, en estudio en vuestra honorable Cámara. Me refiero en concreto a los expedientes cuyos números de ingreso son: 1854-D-2008 y 1737-D-2009, referidos a la pretensión de legalizar las uniones del mismo sexo con el status jurídico del matrimonio.

Al respecto, resulta obvio decir que cada cosa diferente debe tener su propia denominación. Por ejemplo, no se puede llamar perro indistintamente al gato y al perro; puesto que son dos animales diferentes. Ambos son mamíferos, vertebrados y cuadrúpedos, pero ¿qué duda cabe que un perro es un perro y un gato es un gato?, son dos realidades diferentes.

Con relación a estos proyectos de ley, nos vemos en la obligación de explicar a los diputados firmantes de los mismos que, así como un perro no es un gato ni viceversa, la unión estable de un varón y una mujer abierta a la vida –desde siempre conocida como matrimonio, que deriva del latín matri munus, o sea “el oficio de la madre”, es algo completamente diferente a cualquier otro tipo de unión con connotaciones sexuales. En las convivencias homosexuales va de suyo que no hay madre posible, ni nadie que realice su misión, tampoco hay marido ni mujer, no hay esposos, no hay hijos... En síntesis, no hay nada que tenga que ver con el matrimonio.

En un análisis sintético pero más profundo de la cuestión, es también evidente que los matrimonios de verdad –no las caricaturas de los mencionados proyectos de ley-, son necesarios para la subsistencia y el progreso de la República Argentina. Necesitamos más habitantes que aseguren el recambio poblacional, y que nos permitan con su trabajo, hacer producir las inmensas riquezas naturales de nuestra Patria común. Ya lo descubrió Aristóteles cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo. El bien común depende de las familias fundadas en verdaderos matrimonios. Y es esa función insustituible de bien común, la que justifica la regulación especial y privilegiada del matrimonio y la familia.

En cambio, las uniones del mismo sexo, no sólo no edifican el bien común, sino que lo dificultan seriamente. Significan por definición: menos matrimonios, menos hijos, menos familias. Si ese efecto negativo fuera promovido por las leyes, ya no se podría hablar de “bien” común, sino que habría que calificarlo como una legislación que promueve el “mal común”. Lamentablemente debemos constatar que estamos en presencia de una decadencia moral, que cuando es profunda y estable, termina afectando la capacidad de percibir la realidad tal cual es. Por lo tanto, el bien común exige no legalizar ni promover estas uniones antimatrimoniales.

Para favorecer a las mismas se esgrimen razones afectivas y se aduce que no podrían coartarse los afectos de dichas personas. En realidad, ni el derecho ni las leyes se meten con los afectos de nadie. Si los afectos tuvieran alguna relevancia jurídica, habría por ejemplo: un registro de amigos, el afecto más natural y abarcativo en la vida de toda persona humana; además, en materia de matrimonio, sería un requisito para la validez del mismo, que haya amor entre los contrayentes. Sin embargo, jamás existieron ni una cosa ni la otra. Sencillamente porque los afectos quedan al margen de todo ordenamiento jurídico. Si los cónyuges se casan por amor, por dinero o cualquier otro interés, es asunto suyo. No interesa a las leyes ni a los jueces. Únicamente les incumbe a ellos y al Justo Juez que los juzgará –como a todos, y allí no habrá inmunidad parlamentaria que valga-, en el Juicio Universal.

No podemos dejar de subrayar que se aduce a favor de dicha regulación, la necesidad de contar con una protección jurídica por diversas razones de tipo económico. Esto es igualmente falso. En efecto: en materia de previsión social, cada homosexual puede –y debe- aportar a la Caja de Jubilaciones y Obra Social que le corresponda, y tendrá la cobertura que corresponda en justicia a cualquier ciudadano. Va de suyo, que sería injusta la pretensión de alguna pensión como conviviente. Ello por muchos motivos, ya que también conviven hermanos, tíos con sobrinos u otros parientes, sin que ello de lugar a pensión de ninguna naturaleza. Simplemente porque la pensión es justa cuando premia a quien, para atender a la familia –en especial a los hijos-, no pudo trabajar fuera de su casa, o lo hizo en forma limitada. Pero aquí no hay familia, ni sacrificio de ninguna especie. Es más, si se dieran pensiones a los convivientes del mismo sexo, necesariamente disminuiría la compensación a los verdaderos esposos, que como fruto de su amor hacen posible la subsistencia de la Nación. Tales prestaciones serían gravemente injustas y contrarias al bien común. Un nuevo “mal común”.

Y en cuanto a la adquisición y disposición de los bienes, las reglas jurídicas del condominio y la sociedad de hecho son suficientes para proteger económicamente a los convivientes del mismo sexo. Se que este es un punto sensible, por la sencilla razón que las convivencias homosexuales son de una notable fragilidad; en general duran muy poco como muestran todas las estadísticas de todos los países del mundo. No se trata de una observación académica, pero apunta al corazón antropológico de la cuestión: el que es igual no puede complementarme, puesto que sólo puede aportarme lo que ya poseo y, por eso mismo, no lo necesito. Todos los seres humanos tenemos la certeza de nuestra imperfección, no sólo porque hay quienes tienen nuestras mismas dotes de modo más elevado, sino que nuestra falta de perfección es aún más profunda: la especie humana se integra con los dones y el genio de la mujer, más los dones y el genio del varón. Solos, siempre estaremos incompletos.

Finalmente, debemos recordar a los Señores Diputados, que los tratados de derechos humanos con jerarquía constitucional, sólo reconocen la familia basada en el matrimonio heterosexual (Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, art. 23, inc. 2 y Convención Americana sobre Derechos Humanos, art. 17, inc. 1, entre otros textos). Los proyectos de marras son, pues, inconstitucionales.

Ahora bien, y para concluir: si las uniones homosexuales no son ni podrán ser nunca un matrimonio –sino más bien todo lo contrario: un verdadero antimatrimonio-, además, su promoción va directamente contra el bien común –para transformarse en un verdadero mal común-. Y a ello, le añadimos que los afectos quedan al margen del derecho y las leyes; y que existen otras alternativas ya legisladas, que son aptas para regular las relaciones económicas entre los integrantes de dichas uniones. Sumados todos estos elementos explicados muy sintéticamente, va de suyo que dichos proyectos de ley deben ser archivados lo antes posible.

Señor Presidente y distinguidos Señores Diputados, reciban Uds. un afectuoso saludo, nuestra bendición y oración por vuestra importante tarea legislativa, todo ello en Cristo Jesús, que es la Vida y la fuente de todos los auténticos valores.

¡ DIOS ES AMOR!

+Baldomero Carlos Martini , Obispo de San Justo
+Damián Santiago Bitar, Obispo Auxiliar de San Justo

jueves, 5 de noviembre de 2009

Preguntas esenciales

 A continuación se incluye una serie de preguntas y sus respuestas relativas a la fe católica, que se consideran esenciales para conocer sobre ella. En entradas sucesivas se irán completando nuevas preguntas y respuestas que cubrirán aspectos fundamentales que se encuentran extensamente desarrollados en el Catecismo de la Iglesia Católica.


 INTRODUCCIÓN - EL FIN DEL HOMBRE
 1. ¿Para qué creó Dios al hombre?  Dios creó al hombre para comunicarle su bondad y su amor. Así el hombre puede conocer y  amar a Dios, servirle libremente y luego gozar de Él para siempre en el Cielo.
2. ¿Tiene el hombre deseo de felicidad?  Dios puso en el corazón de todo hombre el deseo del bien y de la felicidad.
3. ¿Cuál es el mayor bien? El mayor bien sin ninguna duda es el mismo. Dios: quien tiene a Dios nada le falta.
4. ¿Cómo el hombre puede alcanzar a Dios?  El hombre puede alcanzar a Dios a través de Jesucristo, su Hijo, quien dijo: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida".
5. ¿Quién enseña la verdad de Dios y de Jesucristo? La verdad completa sobre Dios y Jesucristo la enseña la Iglesia Católica. De ella dijo el Señor: "Quién a ustedes oye, a Mí me oye"
6. ¿Quiénes son los cristianos? Los cristianos son los discípulos de Jesucristo Maestro y Salvador.
7. ¿Qué es la doctrina cristiana? La doctrina cristiana es la que nos enseñó Jesucristo para que fuéramos felices y llegáramos al Cielo.
8. ¿Quién nos enseña la doctrina cristiana? La doctrina cristiana nos la enseña la Iglesia Católica, que es quien tiene confiada por Cristo la tarea de enseñarla.
9. ¿Cuáles son las partes de la doctrina cristiana? Las partes de la doctrina cristiana son cuatro: el Credo o lo que se debe creer; los sacramentos o la fe que se debe celebrar; los mandamientos o la fe que se debe vivir; y la oración.

EL ENCUENTRO DE DIOS CON EL HOMBRE: LA REVELACIÓN
10. ¿Puede el hombre conocer a Dios? El hombre al contemplar la naturaleza y el universo puede llegar a Dios por su inteligencia.
11. ¿Se puede conocer a Dios de otro modo?  Sí. Se puede conocer a Dios de un modo mucho más perfecto a través de la Revelación hecha por Dios al hombre.
12. ¿Dónde encontramos esa Revelación?  La Iglesia Católica nos enseña que esa Revelación está en la Sagrada Escritura y en la Tradición.
13. ¿Qué es la Sagrada Escritura? La Sagrada Escritura son los libros escritos por inspiración de Dios, que se contienen en la Biblia.
14. ¿Qué es la Tradición? La Tradición es la doctrina de Jesucristo que enseñaron sus Apóstoles, y que por la acción del Espíritu Santo se ha transmitido a través de la Iglesia.
 (Fuente: Conocereis de verdad. org)




domingo, 1 de noviembre de 2009


La palabra "Iglesia" significa "convocación". Designa la asamblea de aquellos a quienes convoca la palabra de Dios para formar el Pueblo de Dios y que, alimentados con el Cuerpo de Cristo, se convierten ellos mismos en Cuerpo de Cristo.

La Iglesia es a la vez camino y término del designio de Dios: prefigurada en la creación, preparada en la Antigua Alianza, fundada por las palabras y las obras de Jesucristo, realizada por su Cruz redentora y su Resurrección, se manifiesta como misterio de salvación por la efusión del Espíritu Santo. Quedará consumada en la gloria del cielo como asamblea de todos los redimidos de la tierra (cf. Ap 14,4).

La Iglesia es a la vez visible y espiritual, sociedad jerárquica y Cuerpo Místico de Cristo. Es una, formada por un doble elemento humano y divino. Ahí está su Misterio que sólo la fe puede aceptar.

La Iglesia es, en este mundo, el sacramento de la salvación, el signo y el instrumento de la Comunión con Dios y entre los hombres.
(Fuente: Conoceréis de verdad.org) 

¿CUANDO SE ORIGINÓ LA IGLESIA CATÓLICA?

El orgullo de ser hijo de la Iglesia:
1) Para saber
Muchas empresas o negocios se enorgullecen de contar con mucho tiempo dentro del mercado comercial. Señalan como un calificativo de prestigio el tiempo que llevan trabajando: “Con Usted desde hace setenta años”. También ciudades o universidades muestran con orgullo su antigüedad: “... fundada hace más de quinientos años”.
Ciertamente, contar con muchos años suele mostrar la aceptación favorable que ha tenido. Con la Iglesia Católica podemos remontarnos a su origen, hace ya cerca de dos mil años.
Cristo había anunciado la Iglesia y luego la instituyó. Después la ‘engendró’ definitivamente en la cruz mediante su muerte redentora. Más tarde, cincuenta días después de su Resurrección, la existencia de la Iglesia se hizo patente el día de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo. Ahí comenzó una nueva era. Por eso decía el papa Juan Pablo II que así como hablamos del nacimiento de un hombre en el momento en que sale del seno de su madre y se ‘manifiesta’ al mundo, así la Iglesia vio la luz al llegar el Espíritu Santo y manifestarse al mundo. Este es el origen de la Iglesia Católica.
2) Para pensar
En la antigüedad, antes de Cristo, Dios había formado y escogido al pueblo judío con el cual hizo una alianza. Dios fue educándolo poco a poco, revelándole su persona y santificándolo. Pero ese pueblo era sólo una preparación hacia el nuevo y verdadero pueblo que iba a constituir: la Iglesia.
La Antigua Alianza había sido pactada con Moisés y sellada con sangre de animales que sirvieron como víctimas. Ahora, la Nueva Alianza es sellada con la sangre de Cristo, el Cordero de Dios, que es la víctima sin mancha. Es por eso que la Iglesia es llamada “Pueblo de Dios”, y todo los que pertenecemos a la Iglesia somos miembros de él.
Como todo pueblo, tiene a su cabeza que es Cristo, y su Vicario en la tierra que es el Papa; tiene su ley, que es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó.
Y si cada país tiene sus propias características que lo distinguen de los demás, así también el Pueblo de Dios: “La identidad de este Pueblo, es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo” (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 782).
3) Para vivir
Cuando se lleva a cabo una competencia deportiva internacional,  es natural que se apoye al equipo que representa al propio país. Con mayor razón si se trata de la soberanía nacional, hay que estar dispuestos a defenderla. Y es que el ser patriota es una virtud. Ello no implica que se tenga que odiar o menospreciar a los demás países. Al contrario, también se les ha de admirar y querer.
Por ello conviene conocer y amar cada vez mejor a la Iglesia. Una forma es leyendo el Catecismo, preguntando nuestras dudas a alguna persona confiable y, sobre todo, rezando a Dios cada día por ella.

Autor: Padre José Martínez Colín
Fuente: Church Forum www.churchforum.org

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE NOVIEMBRE

Intención General: Para que los hombres y mujeres del mundo, especialmente los responsables de la política y la economía, no cedan en su empeño de salvaguardar la creación.
Intención Misionera: Para que los creyentes de las diversas religiones, con el testimonio de sus vidas y mediante el diálogo fraterno, ofrezcan una demostración clara de que el Nombre de Dios es portador de paz.
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