sábado, 29 de mayo de 2010

Respeto a lo sagrado

El texto que sigue, tomado de la página www.fluvium.org  tiene gran  actualidad, no sólo en su lugar de origen España, sino también en nuestro país Argentina. El concepto de libertad de opinión ha alcanzado características ilimitadas, basado únicamente en la prevalencia de pretendidos derechos propios, que no tienen en consideración el de los demás. Dada esta circunstancia, invitamos a la lectura de esta nota escrita por Alfonso Aguiló en "Novedades Fluvium".
En la sociedad actual –escribo glosando ideas de Joseph Ratzinger–, gracias a Dios, se multa a quien deshonra la fe de Israel, su imagen de Dios, sus grandes figuras. Se multa también a quien vilipendia el Corán y las convicciones de fondo del Islam. Sin embargo, cuando se trata de lo que es sagrado para los cristianos, la libertad de opinión aparece como un bien supremo cuya limitación resultaría una amenaza contra la tolerancia y la libertad.
El hecho sorprendente de que, en el mundo occidental, se castiguen con rigor las afrentas a cualquier religión menos a la cristiana, contrasta de modo notable con las evidentes raíces cristianas de nuestra sociedad, que han favorecido a lo largo de su historia un enorme avance, tanto moral y social como de desarrollo científico y económico. Occidente sufre una extraña falta de autoestima por su historia, por las raíces que le han dado su actual fuerza. Se advierte en esto una especie de complejo, que sólo cabe calificar de patológico, de una sociedad que intenta –y esto es digno de elogio– abrirse llena de comprensión a valores externos, pero que parece no quererse a sí misma; que tiende a fijarse siempre en lo más triste y oscuro de su pasado, pero que no logra percibir los valores de fondo sobre los que se fundamenta.
Nuestra sociedad necesita de una nueva aceptación de sí misma, una aceptación ciertamente crítica y humilde, pero sin caer en el abandono o la negación de lo que le es propio. La multiculturalidad no puede subsistir sin puntos de referencia. Y no puede subsistir, por ejemplo, sin respeto hacia lo sagrado. Se trata de un punto fundamental para cualquier cultura: el respeto hacia lo que es sagrado para otros, y el respeto a lo sagrado en general, a Dios. Y esto es perfectamente exigible también a aquel que no cree en Dios. Allá donde se quebrante ese respeto, algo esencial se hunde en una sociedad, porque la libertad de opinión no puede destruir el honor y la dignidad del otro.
Con la misma fuerza al menos Para las demás culturas del mundo, la profanidad absoluta que se ha ido formando en Occidente es algo profundamente extraño. Están convencidas de que un mundo sin Dios no tiene futuro. Por eso es aún más necesario que la multiculturalidad respete y proteja también nuestros valores cristianos, al menos con la misma fuerza con que se abre a otros. Porque el respeto a los elementos sagrados del otro sólo es posible si lo sagrado, Dios, es respetado. Y los que somos cristianos, ciertamente podemos y debemos aprender de lo que es sagrado para los demás, pero también es deber nuestro mostrar en nosotros el rostro de Dios, de ese Dios que tiene compasión de los pobres y de los débiles, de las viudas y de los huérfanos, del extranjero; del Dios que hasta tal punto es humano que él mismo se ha hecho hombre, un hombre sufriente, que, sufriendo junto a nosotros, da dignidad y esperanza al dolor.
El destino de una sociedad depende siempre de minorías activas y con convicciones. Los cristianos consecuentes deberían verse a sí mismos como tales minorías creativas y contribuir a que nuestra sociedad recobre nuevamente lo mejor de su herencia y sepa ponerla al servicio de toda la humanidad. De lo contrario, el acervo de valores de Occidente, su cultura y su fe, aquello sobre lo que se basa su identidad, entrará en un grave declive, justo en esta hora en que tan necesario es su vigor espiritual para mejorar el mundo en que vivimos.
(Fuente: Fluvium.org)


lunes, 10 de mayo de 2010

Un ateo rendido bajo las evidencias

Que bueno es conocer testimonios como el que nos relata Juanjo Romero del blog "De Lapsis"; ello confirma que Dios se nos revela en nuestra propia historia y se deja encontrar cuando hay buena disposición y una mente y un corazón abiertos a los signos indicativos de su presencia.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que los ateos se veían liderados por personajes fieles a sus principios, buscadores de la verdad y que se atrevían al debate, como el famoso de B. Russell con el jesuita Copleston.

El referente de esa época, por su estilo y coherencia fue Anthony Flew, que murió hace dos semanas (8 de abril). Sólo La Vanguardia [Española] le dedicó noticia.
Con 87 años el filósofo era un pedazo de historia. En su juventud asistió al Club Socrático de C.S. Lewis, pero al margen de admiración por el maestro —«un hombre eminentemente razonable»— no sacó mucho más que una fidelidad inquebrantable al pensador griego: «sigue el argumento hasta sus últimas consecuencias»
Hábil polemista su presunción de ateísmo (que resolvía la aporía atea de demostrar la no existencia) y las críticas a la vida después de la muerte y del libre albedrío (fue marxista y determinista) eran la munición intelectual de la que se servían otros ateos. Dos de sus libros Dios y la Filosofía (1966) y La presunción de ateísmo (1984), eran los libros de cabecera de la secta atea y el artículo «Teología y Falsificación» uno de los más citados durante 20 años.
Pero a partir del año 2000 comenzaron los rumores de la conversión de Flew, que confirmó el propio Anthony en 2004 en una entrevista: «Ateo se vuelve teísta», cierto que era al «Dios aristotélico» pero echaba por tierra toneladas de falacias, fallos de argumentación y negación de las evidencias de los últimos avances científicos. En el fondo, si Dios cupiese entero en nuestras cabezas, bien pequeño sería.
Era la consecuencia 'lógica' de su admiración por los argumentos teleológicos y la fuerza de los hechos: «los argumentos más impresionantes de la existencia de Dios son aquellos que son apoyados por recientes descubrimientos científicos»
Tres años después publicaba «Hay un Dios. Cómo el más famoso ateo cambió de parecer», un libro que conmocionó a la comunidad atea hasta tal punto que pusieron en duda que hubiese sido escrito por él. Acusaron al coautor —Roy A. Varghese— de haberlo secuestrado e inventado todo el contenido. El propio Flew tuvo que remitir una nota a través de la editorial:
Mi nombre está en el libro y representa exactamente mis opiniones. No permitiré que se publique un libro con mi nombre con el cual no estoy cien por ciento de acuerdo. Necesité que alguien lo escribiera porque tengo 84 años. Ese fue el papel de Roy Varghese. La idea que alguien me manipuló porque soy viejo es exactamente incorrecta. Puedo ser viejo, pero es difícil que alguien me manipule. Éste es mi libro y representa mi pensamiento.
Empujaba con fuerza el «Nuevo Ateísmo», y esa generación de ateos bienpensantes fue sustituida por divulgadores de segunda fila como el autoproclamado «apóstol del ateísmo» Richard Dawkins.
Flew lo contaba así en una de las últimas entrevistas, al ser preguntado por su cambio (conversión intelectual):
Dos factores fueron especialmente decisivos. Uno fue mi creciente empatía con la idea de Einstein y de otros científicos notables de que tenía que haber una Inteligencia detrás de la complejidad integrada del universo físico. El segundo era mi propia idea de que la complejidad integrada de la vida misma —que es mucho más compleja que el universo físico— solo puede ser explicada en términos de una fuente inteligente. Creo que el origen de la vida y de la reproducción sencillamente no pueden ser explicados desde una perspectiva biológica, a pesar de los numerosos esfuerzos para hacerlo. Con cada año que pasa, cuanto más descubrimos de la riqueza y de la inteligencia inherente a la vida, menos posible parece que una sopa química pueda generar por arte de magia el código genético. Se me hizo palpable que la diferencia entre la vida y la no-vida era ontológica y no química. La mejor confirmación de este abismo radical es el cómico esfuerzo de Richard Dawkins para aducir en El espejismo de Dios que el origen de la vida puede atribuirse a un "azar afortunado". Si este es el mejor argumento que se tiene, entonces el asunto queda zanjado. No, no escuché ninguna voz. Fue la evidencia misma la que me condujo a esta conclusión.
Me hubiese gustado extenderme más con este personaje de trayectoria apasionante, pero no voy a tener ese tiempo tranquilo y reflexivo. Sirva al menos de homenaje a una inteligencia coherente.

lunes, 3 de mayo de 2010

Benedicto XVI ante la Sábana Santa

Este es el  texto de la bellísima meditación pronunciada en la tarde de ayer  por el Papa Benedicto XVI, ante la Sábana Santa, durante su visita pastoral a Turín.

Queridos amigos:

Éste es un momento muy esperado por mí. En otra ocasión, estuve ante la Sábana Santa, pero ahora vivo esta peregrinación con particular intensidad: quizá porque el paso de los años me hace todavía más sensible al mensaje de este extraordinario icono; quizá, y diría sobre todo, porque estoy aquí como sucesor de Pedro, y traigo en mi corazón a toda la Iglesia, es más, a toda la humanidad. Doy las gracias a Dios por el don de esta peregrinación, y también por la oportunidad de compartir con vosotros una breve meditación, que me sugiere el subtítulo de esta solemne exposición: "El misterio del Sábado Santo".
Se puede decir que la Sábana Santa es el icono de este misterio, icono del Sábado Santo. De hecho, es una tela de sepulcro, que ha envuelto el cuerpo de un hombre crucificado, y que corresponde en todo a lo que nos dicen los Evangelios sobre Jesús, quien crucificado hacia mediodía, expiró a eso de las tres de la tarde. Al caer la noche, dado que era la Parasceve, es decir, la vigilia del sábado solemne de Pascua, José de Arimatea, un rico y autorizado miembro del Sanedrín, pidió valientemente a Poncio Pilato que le permitiera sepultar a Jesús en su sepulcro nuevo, que había excavado en la roca a poca distancia del Gólgota. Tras alcanzar el permiso, compró una sábana y, tras la deposición del cuerpo de Jesús de la cruz, lo envolvió con aquel lienzo y lo puso en aquella tumba (Cf. Marcos 15,42-46). Es lo que refiere el Evangelio de Marcos y con él concuerdan los demás evangelistas. Desde ese momento, Jesús permaneció en el sepulcro hasta el alba del día después del sábado, y la Sábana de Turín nos ofrece la imagen de cómo era su cuerpo en la tumba durante ese tiempo, que cronológicamente fue breve (en torno a un día y medio), pero con un valor y un significado inmenso e infinito.
Sábado Santo es el día del escondimiento de Dios, como se lee en una antigua homilía: "¿Qué es lo que hoy sucede? Un gran silencio envuelve la tierra; un gran silencio y soledad, porque el Rey duerme [...]. Dios en la carne ha muerto y el Abismo ha despertado" (Homilía sobre el Sábado Santo, PG 43, 439). En el Credo, profesamos que Jesucristo "padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos".



Queridos hermanos y hermanas: en nuestro tiempo, especialmente después del siglo pasado, la humanidad se ha hecho particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. El escondimiento de Dios forma parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que ha ido haciéndose cada vez más grande. Al final del siglo XIX, Nietzsche escribía: "¡Dios ha muerto! ¡Y nosotros le hemos matado!". Esta famosa expresión, si se analiza bien, es tomada casi al pie de la letra, por la tradición cristiana, con frecuencia la repetimos en el Vía Crucis, quizá sin darnos cuenta plenamente de lo que decimos. Después de las dos guerras mundiales, de los lagers y de los gulags, de Hiroshima y Nagasaki, nuestra época se ha convertido cada vez más en un Sábado Santo: la oscuridad de este día interpela a todos los que reflexionan sobre la vida, de manera particular nos interpela a nosotros, creyentes. También nosotros tenemos que vérnoslas con esta oscuridad.
Y, sin embargo, la muerte del Hijo de Dios, de Jesús de Nazaret, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consuelo y de esperanza. Y esto me hace pensar en el hecho de que la Sábana Santa se comporta como un documento "fotográfico", dotado de un "positivo" y de un "negativo". De hecho, es precisamente así: el misterio más oscuro de la fe es al mismo tiempo el signo más luminoso de una esperanza que no tiene confines. El Sábado Santo es la "tierra de nadie" entre la muerte y la resurrección, pero en esta "tierra de nadie" ha entrado Uno, el Único, que la ha recorrido con los signos de su Pasión por el hombre: "Passio Christi. Passio hominis". Y la Sábana Santa nos habla exactamente de ese momento, es testigo precisamente de ese intervalo único e irrepetible en la historia de la humanidad y del universo, en el que Dios, en Jesucristo, ha compartido no sólo nuestro morir sino también nuestra permanencia en la muerte. La solidaridad más radical.
En ese "tiempo-más-allá-del-tiempo", Jesucristo "descendió a los infiernos". ¿Qué significa esta expresión? Quiere decir que Dios, hecho hombre, ha llegado hasta el punto de entrar en la soledad máxima y absoluta del hombre, donde no llega ningún rayo de amor, donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo: "los infiernos". Jesucristo, permaneciendo en la muerte, cruzó la puerta de esta soledad última para guiarnos también a nosotros y atravesarla con él.
Todos hemos experimentado alguna vez una sensación aterradora de abandono, y lo que más miedo nos da de la muerte es precisamente eso, como niños que tenemos miedo de estar solos en la oscuridad y sólo la presencia de una persona que nos ama nos puede tranquilizar. Esto es precisamente lo que sucedió en el Sábado Santo: en el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Sucedió lo impensable: es decir, el Amor penetró "en los infiernos"; incluso en la oscuridad máxima de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos saca afuera. El ser humano vive por el hecho de que es amado y puede amar; y si incluso en el espacio de la muerte ha llegado a penetrar el amor, entonces incluso allí ha llegado la vida. En la hora de la máxima soledad nunca estaremos solos: "Passio Christi. Passio hominis".
¡Este es el misterio de Sábado Santo! Precisamente desde allí, desde la oscuridad de la muerte del Hijo de Dios, ha surgido la luz de una nueva esperanza: la luz de la Resurrección. Me parece que al contemplar esta sagrada tela con los ojos de la fe se percibe algo de esa luz. La Sábana Santa ha quedado sumergida en esa oscuridad profunda, pero es al mismo tiempo luminosa; y yo pienso que si miles y miles de personas vienen a venerarla, sin contar a quienes la contemplan a través de las imágenes, es porque en ella no sólo ven la oscuridad, sino también la luz; más que la derrota de la vida y del amor, ven la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio; ciertamente ven la muerte de Jesús, pero entrevén su Resurrección; en el seno de la muerte ahora palpita la vida, pues en ella mora el amor. Este es el poder de la Sábana Santa: del rostro de este "varón de dolores", que carga con la pasión del hombre de todo tiempo y lugar, incluso con nuestras pasiones, nuestros sufrimientos, nuestras dificultades, nuestros pecados -"Passio Christi. Passio hominis" - emana una solemne majestad, un señorío paradójico. Este rostro, estas manos y estos pies, este costado, todo este cuerpo habla, es en sí mismo una palabra que podemos escuchar en silencio. ¿Cómo habla la Sábana Santa? ¡Habla con la sangre, y la sangre es la vida! La Sábana Santa es un icono escrito con sangre; sangre de un hombre flagelado, coronado de espinas, crucificado y herido en el costado derecho. La imagen impresa en la Sábana Santa es la de un muerto, pero la sangre habla de su vida. Cada traza de sangre habla de amor y de vida. Especialmente esa gran mancha cercana al costado, hecha de la sangre y del agua manados copiosamente de una gran herida provocada por una lanza romana, esa sangre y ese agua hablan de vida. Es como un manantial que murmura en el silencio y nosotros podemos oírlo, podemos escucharlo, en el silencio del Sábado Santo.

Queridos amigos, alabemos siempre al Señor por su amor fiel y misericordioso. Al salir de este lugar santo, nos llevamos en los ojos la imagen de la Sábana Santa, llevamos en el corazón esta palabra de amor, y alabamos a Dios con una vida llena de fe, de esperanza y de caridad. Gracias.








sábado, 1 de mayo de 2010

INTENCIONES DEL SANTO PADRE PARA EL MES DE MAYO

General: Para que se ponga fin al vergonzoso e inicuo comercio de seres humanos, que tristemente involucra a millones de mujeres y niños.
Misionera: Para que los ministros ordenados, las religiosas, religiosos y los laicos comprometidos en el apostolado, sepan infundir entusiasmo misionero a las comunidades confiadas a su cuidado.
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