lunes, 7 de noviembre de 2011

"Todo es igual, nada es mejor..."


Así ha editorializado el diario del Vaticano "LÓsservatore Romano", la decisión de la BBC de quitar a Cristo de la historia.
Una hipocresía históricamente insensata.

La noticia de que la BBC ha decidido cambiar la definición de la fecha —sustituyendo las usuales siglas que evocan el antes de Cristo y después de Cristo con un genérico «era común» para no ofender a los creyentes de otras religiones— no ha suscitado grandes reacciones. Aparte de las de muchísimos no cristianos, que mediante varios portavoces han hecho saber que no se sentían para nada ofendidos por la datación tradicional. Pero estas moderadas y respetuosas tomas de posición no han importado a los dirigentes de la emisora británica, como ya ha sucedido en casos análogos. En realidad, es ya muy claro que el respeto de las demás religiones es sólo un pretexto, porque aquellos que quieren eliminar toda huella de cristianismo de la cultura occidental son sólo algunos laicos occidentales.
Y no es ciertamente la primera vez que esto ocurre. El intento de cambiar la datación viene de la Revolución francesa, que impuso un nuevo calendario en el que el cómputo del tiempo comenzaba desde el 14 de julio de 1789, día tradicional del inicio de los movimientos revolucionarios, e inventó nuevos nombres para los meses, obviamente borrando las fiestas cristianas, sustituidas por otras «revolucionarias». Las semanas, para borrar el domingo, fueron sustituidas por las décadas. El calendario duró poco, eliminado en 1806 por Napoleón: las nuevas fechas tenían algo de postizo y de ridículo incluso para los más orgullosos ilustrados.
El segundo intento lo realizó Lenin, que cambió el calendario sustituyéndolo con una datación que partía del golpe de Estado del 24 de octubre de 1917. Este calendario, que permaneció en vigor desde 1929 hasta 1940, sustituía las semanas con una escansión de cinco días, y naturalmente abolía las fiestas cristianas, reemplazándolas con las nacidas de la revolución. Pero tampoco este intento tuvo mucho éxito, como demuestra el hecho de que se usó paralelamente al calendario gregoriano, también para mantener relaciones con el resto del mundo. Así fue también para la datación a partir de la marcha sobre Roma, con la que comenzaba la Era fascista, impuesta por Mussolini y que, sin embargo, se aunaba a la tradicional, sin pretender sustituirla.
En resumen, la idea de remover el calendario cristiano tiene pésimos antecedentes, con numerosos fracasos a la espalda. Es necesario decir que esta vez la BBC se limita a cambiar la dicción y no el cómputo del tiempo, pero, haciendo así, no se puede negar que haya realizado un gesto hipócrita. La hipocresía de quien finge no saber por qué precisamente desde aquel momento se comienzan a contar los años.
Negar la función históricamente revolucionaria de la venida de Cristo a la tierra, aceptada también por quien no lo reconoce como Hijo de Dios, es una enorme tontería. Y desde el punto de vista histórico, lo saben tanto los judíos como los musulmanes.
¿Cómo se puede fingir no saber que solamente desde aquel momento se afirmó la idea de que todos los seres humanos son iguales en cuanto son todos hijos de Dios? Principio sobre el que se fundan los derechos humanos, en base a los cuales se juzga a pueblos y gobernantes. Principio que hasta ese momento nadie había apoyado, y sobre el que en cambio se basa la tradición cristiana.
¿Por qué no reconocer que desde aquel momento el mundo cambió? ¿Que desaparecieron tabúes e impuridades materiales y que la naturaleza fue liberada de la presencia de lo sobrenatural precisamente porque Dios es trascendente? De estas realidades nació la posibilidad para los pueblos europeos de descubrir el mundo y para los científicos de iniciar el estudio experimental de la naturaleza que ha llevado al nacimiento de la ciencia moderna.
¿Por qué entonces negar incluso las deudas culturales que la civilización tiene con respecto al cristianismo? No existe nada más anti-histórico ni más insensato, como judíos y musulmanes han comprendido claramente. No es cuestión de fe, sino de razón. También esta vez.
  Lucetta Scaraffia
 (Fuente: LÓsservatore Romano)

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