lunes, 24 de diciembre de 2012

El texto que aquí transcribo, podrá resultarles inadecuado a alguno para este día de la Nochebuena. Podrá decirse: ¡mejor hubiera colocado algo relacionado con la Navidad! Pero, ¿es que la Navidad es sólo villancicos y regalitos y, para la mayoría, papá Noel?. ¿No hay cosas más profundas para cuestionarse en la Navidad? Y porque cualquiera sabe que sí las hay, aquí va esta entrada. Quiera Dios que a alguien le sirva de cuestionamiento y motivo de "conversión", entonces sí: "FELIZ NAVIDAD"
 Si Dios existe somos sus criaturas y hay un Ser Supremo. Si no existe, como sostienen los relativistas, somos consecuencia del azar y el ser más importante de la Tierra.

 En una de mis lecturas recientes, leía estas frases de F.J. Contreras, en el libro «Nueva Izquierda y Cristianismo», citando a una autora norteamericana: «Hoy día, una familia obrera que asiste a la Iglesia tiene más en común con una familia burguesa que asiste a la Iglesia, que con una familia obrera que no lo hace; o bien: una familia negra biparental (padre y madre casados entre sí), tiene más en común con una familia blanca biparental que con una familia negra monoparental. Es decir la religiosidad y la fidelidad al modelo familia tradicional (personalmente no me gusta nada hablar de familia tradicional, especialmente desde que en un debate mi oponente relativista estaba empeñado en que hablase de familia tradicional y no de familia natural. Creo que aceptar su terminología es empezar a perder el debate. Los Romanos ya lo sabían cuando decían «quaestio de nomine est iam questio de re», porque para ellos con razón el debate sobre el nombre era ya debate sobre el fondo del asunto). Es decir, la religiosidad y la fidelidad al modelo familiar tradicional se convierten en marcadores sociales más significativos que el nivel de ingresos o la raza». Creo que podemos decir con toda razón que la polaridad ideológica es hoy la división más importante en nuestra civilización occidental. Por una parte están los creyentes o jusnaturalistas, aunque estas dos palabras no signifiquen exactamente lo mismo; por la otra están los no creyentes o relativistas y éstas son las dos mentalidades dominantes en nuestra época.

La principal diferencia entre ambos grupos está en el concepto de verdad. Ya Aristóteles decía que la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad. La realidad es la que es, independientemente de mí o de cualquier otro. Recuerdo que un día una alumna me dijo que Tokio existía porque la había visto en televisión. No pude por menos de contestarle que Tokio existía desde muchos años antes que ella naciese e independientemente de que ella supiese o no de su existencia. En el plano religioso y moral es evidente que Dios existe o no existe, pero sólo una de las dos cosas es verdad. Para los que creemos que Dios existe, pensamos que no sólo su existencia es verdadera, sino que es simplemente la Verdad con mayúscula y que racionalmente podemos llegar a conocerle, pero sólo con un conocimiento imperfecto porque al ser infinito no podemos abarcarle. Pero las consecuencias de su existencia o no son enormes. Si Dios existe somos sus criaturas y hay un Ser Supremo. Si no existe, como sostienen los relativistas, somos consecuencia del azar y el ser más importante de la Tierra.

Aparentemente la no existencia Dios y el hecho que no tengamos a nadie sobre nosotros nos hace más libres. Somos nuestro propio ser supremo y somos nosotros los que nos dictamos porque queremos y si queremos nuestras propias normas. La ley natural no sería, como dijo Zapatero, sino una reliquia ideológica y un vestigio del pasado. Una consecuencia de ello sería la plena libertad en todos los campos, incluido especialmente el sexual, con la única excepción de tratar de evitar aquello que daña a los demás. Pero la realidad nos muestra que el relativismo, con su negación del concepto de verdad, conduce rápidamente al fin de la democracia. Para empezar todo termina con la muerte, los conflictos entre nosotros tienen que ser resueltos por un árbitro que los resuelva, y qué mejor árbitro, si además decimos que somos demócratas, que la voluntad popular, y ésta la conocemos gracias a las elecciones y al Parlamento elegido en ellas. Pero en el Parlamento quien dictamina las leyes y por tanto lo que en ese momento es bueno o malo, quien lo decide es la mayoría parlamentaria, pero como está la disciplina de Partido y el que se mueve no sale en la foto, los diputados se someten como borregos, aunque sean claros crímenes, como la ley del aborto, o bochornosos delitos, como la que en nombre de la ideología de género fomenta la corrupción de menores, por lo que se hace en realidad es lo que dictamina un pequeño grupo e incluso una sola persona, cayendo así en consecuencia en la dictadura y en el totalitarismo. Jesucristo, a los judíos que incidían en un relativismo idéntico al actual, les llama hijos del diablo (ver Jn 8,31-47).

 La otra postura cree que la democracia se basa en la dignidad intrínseca del hombre y de unas leyes, basadas en su naturaleza y razón, que son los derechos humanos. La democracia se sostiene, más que por la prevalencia de la opinión mayoritaria, por el respeto hacia todo ser humano y su dignidad intrínseca. La democracia, por tanto, no se sostiene sobre la ausencia de valores, sino sobre un núcleo ético no relativista, que son los derechos humanos y que delimitan el espacio sobre el que pueden legítimamente actuar las mayorías. Para un creyente no hay oposición entre obrar según la razón y cumplir la voluntad de Dios. Tenemos una conciencia y una razón que nos ayudan a conocer y distinguir el Bien del Mal, la Verdad de la Mentira, porque como nos dice Jesucristo «cuando venga Él, el Espíritu de la Verdad, os guiará hasta la Verdad plena»(Jn 15,13). Así conoceremos no sólo el fundamento de nuestra naturaleza y de su dignidad, sino también cómo poder conocer y amar a Dios. Para ello necesitamos la verdad moral, la verdad sobre lo que está bien y lo que está mal, aunque la verdad moral no es sólo un problema intelectual, sino que requiere una rectitud de vida, porque como es un problema que me afecta existencialmente, ello puede exigirme un cambio en mi manera de actuar, lo que religiosamente llamamos una conversión.

Pedro Trevijano, sacerdote 27. XI. MMXII

http://www.infocatolica.com/?t=opinion&cod=13329

miércoles, 19 de diciembre de 2012

María, madre y virgen, alabada por los santos

Que mejor para ir preparando nuestra Navidad, que recurrir a algunos de los textos de los santos padres. Aquí uno de ellos:
 
San Efrén de Nisibe. Mesopotamia, siglo IV
«Dilexit Ecclesiam» amó a la Iglesia Católica

 
Himno XI De la Natividad

 
A tu madre, Señor nuestro, nadie sabe
cómo llamarla; que si uno la llama virgen,
ahí está su hijo; y si casada,
ningún hombre ha conocido.
Si hasta tu madre es inabarcable,
¿quién podrá abarcarte a Ti?
Madre tuya, en efecto, lo es sólo ella,
pero es hermana tuya, junto con todos.
Ella es tu madre, y tu hermana.
También es tu esposa, igual que las mujeres castas.
Con toda clase de adornos las has embellecido,
¡Tú, Belleza de tu madre!
Ella estaba desposada según la naturaleza,
antes de que vinieses. Y quedó encinta,
al margen de la naturaleza,
cuando viniste, ¡oh, Santo!
Y era virgen
cuando te daba santamente a luz.
Contigo adquirió María
toas las propiedades de las mujeres casadas:
el niño en su seno, sin unión carnal;
la leche en sus pechos, de una manera insólita.
A la tierra sedienta la hiciste de pronto
una fuente de leche.
Si ella pudo llevarte,
es que tu montaña inmensa aligeró su peso;
si pudo darte de comer, es porque Tú quisiste tener hambre;
si pudo darte de beber, es porque Tú quisiste tener sed;
si pudo abrazarte, es porque el fuego, misericordioso,
protegió su regazo.
¡Tu madre es un prodigio! Entró el Señor a ella,
y se volvió siervo; entró el Hablante,
y se quedó mudo en ella;
entró el Trueno, y acalló su voz;
entró el Pastor de todos,
y se volvió en ella cordero, que salía balando.
El seno de tu madre ha trastocado los órdenes.
El que dispone todas las cosas entró siendo rico,
y salió pobre; entró a ella ensalzado,
y salió humilde;
entró a ella resplandeciente,
y se vistió para salir
de pálidos colores.
Entró el héroe, y se revistió de temor
en el interior del seno; entró el que a todos provee,
y adquirió hambre; el que a todos da de beber,
y adquirió sed;
desnudo, despojado,
salía de ella el que a todos viste.

Traducción de Javier Martínez - arzobispo de Granada 2004.12.25


 (Fuente: Conoceréis de verdad.org)

martes, 11 de diciembre de 2012

Una visión de la actualidad


Este texto  se aplica a toda la realidad del mundo actual; por lo tanto es para meditar, para analizar, para comparar y luego, si quiere, deje un mensaje expresando su opinión.

Cierta vez, hablando con un grupo de sacerdotes, el Cardenal George, Arzobispo de Chicago, afirmó que él morirá en una cama, su sucesor en prisión, y quien lo suceda será mártir. En su columna semanal en el periódico arquidiocesano, retomó esas afirmaciones – que, aclaró, no buscaban ser proféticas sino ayudar al Pueblo de Dios a tomar conciencia – y las completó con la frase final, no publicada en ese momento. Este artículo de Sandro Magister, cuya traducción ofrecemos, presenta estas declaraciones del Cardenal de Chicago.

El cardenal Francis George, de 75 años, arzobispo de Chicago y anterior presidente de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos, estaba entre los designados para participar en el Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, concluido el pasado 28 de octubre. Pero no ha podido tomar parte por estar sufriendo nuevamente por un tumor, como algunos años atrás.

¿Qué habría dicho en el aula del Sínodo, si hubiera estado presente? La última de las “columnas” que escribe cada semana para el periódico de su arquidiócesis, el Catholic New World, parece responder precisamente a esta pregunta. Ésta tiene por título “El lado equivocado de la historia” y es una fuerte crítica – desde el lado de Cristo – de aquel moderno dragón que es la corriente de secularismo que embiste a la sociedad occidental. He aquí los pasajes centrales, que hacen una directa referencia a las elecciones presidenciales americanas para luego referirse a Occidente y al mundo. Con una instructiva alegoría sobre el futuro de la Iglesia.

*[...] La actual campaña política ha llevado al descubierto en nuestra vida pública el sentimiento antirreligioso, en gran parte explícitamente anticatólico, que está creciendo desde hace décadas en nuestro país. La secularización de nuestra cultura es un problema mucho más amplio que las causas políticas o los resultados de la presente campaña electoral, por más importante que sea.

Hablando algunos años atrás a un grupo de sacerdotes, sin ninguna referencia al actual debate político, he tratado de expresar de un modo bastante dramático a lo que puede llevar una completa secularización de nuestra sociedad. Estaba respondiendo a una pregunta y nunca se transcribió lo que dije, pero mis palabras fueron capturadas por el smartphone de alguno y ahora circulan en Wikipedia y en otros lugares del mundo de la comunicación electrónica. Soy citado (correctamente) mientras decía que preveía para mí morir en una cama, para mi sucesor morir en prisión, y para su sucesor morir como mártir en la plaza pública. Pero las citas omiten la frase final que añadí a propósito del otro obispo que sucedería al obispo pensado como mártir: “Su sucesor recogerá los escombros de una sociedad en ruinas y poco a poco ayudará a reconstruir una civilización, como la Iglesia ha hecho tantas veces en el curso de la historia humana”. Lo que dije no es “profético” sino que es un modo de ayudar a la gente a pensar más allá de las categorías habituales, que limitan y a veces envenenan el discurso tanto privado como público [...]

El himno no oficial del secularismo, hoy, es “Imagen” de John Lennon, en el que somos animados a imaginar un mundo sin religiones. Pero nosotros no debemos imaginar un mundo similar; el siglo XX nos ha dado terribles ejemplos de tales mundos.

En lugar de un mundo que vive en paz porque está sin religiones, ¿por qué no imaginar un mundo sin Estados naciones? [...] La amenaza más grande a la paz del mundo y a la justicia internacional es el Estado nacional convertido en maligno, que pretende un poder absoluto, que toma decisiones y fabrica “leyes” que superan sus competencias. [...]

Un mundo que se ha alejado de aquel Dios que lo ha creado y redimido corre inevitablemente hacia la ruina. Está del lado equivocado de la única historia que al final importa. El sínodo sobre la nueva evangelización se ha tenido en Roma este mes de octubre precisamente porque enteras sociedades, especialmente en Occidente, se han puesto del lado equivocado de la historia [...]
(Fuente: La Bohardilla de Jerónimo)

 

 

 

 

lunes, 3 de diciembre de 2012

Intenciones del Santo Padre para el mes de diciembre

Intención General: Para que los migrantes san acogidos en todo el mundo con generosidad y amor auténtico, especialmente por las comundades cristianas.
Intención Misionera: Para que Cristo se revele a toda la humanidad con la luz que emana de Belén y se refleja en el rostro de la Iglesia.

martes, 6 de noviembre de 2012

¿Todas las religiones son iguales?


¿Usted es de los que piensan que todas las religiones son iguales? Lea lo que sigue, tendrá elementos para decidir.
Ciertamente se puede apreciar todo lo positivo que haya en las diversas religiones, pero si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, y una sola religión verdadera.

El síndrome del muestrario

«Aunque crea que Dios existe, hay muchas religiones para elegir. Soy de los que piensan que todas las religiones son buenas. Quitando algunas degeneraciones extrañas que vienen a ser como la excepción que confirma la regla, todas llevan al hombre a hacer el bien, exaltan sentimientos positivos, y satisfacen en mayor o menor medida la necesidad de trascendencia que todos tenemos.»

En el fondo, da igual una que otra. Además, ¿por qué no va a poder haber varias religiones verdaderas?».

Ciertamente hay que ser de espíritu abierto, y apreciar –como lo hacía el autor del comentario que acabo de recoger– todo lo que de positivo haya en las diversas religiones, pero me parece que no se puede pensar seriamente que haya varias que sean igualmente verdaderas. Si solamente hay un Dios, no puede haber más que una verdad divina, y una sola religión verdadera.

Porque una cosa es tener una mente abierta, y otra muy distinta decir que cada uno se fabrique su religión y que no se preocupe porque todas van a ser verdaderas. Por eso decía Chesterton que tener una mente abierta es como tener la boca abierta: no es un fin, sino un medio. Y el fin –decía con sentido del humor– es cerrar la boca sobre algo sólido.

No es serio decir que pueden ser verdad al mismo tiempo religiones diversas, que se oponen en muchas de sus afirmaciones y sus exigencias. Si dos y dos son cuatro, y alguien dijera que son cinco, habría caído en un error. Pero si además dijera que una suma es tan buena como la otra, podría decirlo, porque afortunadamente hay libertad de expresión, pero habría incurrido en un error aún más grave.

Acertar con la verdad

La sensatez de la decisión humana sobre la religión no estará, por tanto, en elegir la religión que a uno le guste o le satisfaga más, sino más bien en acertar con la verdadera, que solo puede ser una.

La religión no es como elegir en un supermercado el producto más atractivo.

— Pero la religión verdadera debería ser atractiva…, si es tan buena  ¿no?

Depende de qué se entienda por atractivo. Si te refieres a lo superficial, guiarse por el atractivo de la presentación exterior llevaría a juzgar por el envoltorio o por la apariencia.

Sería como intentar distinguir entre un buen libro histórico y otro lleno de manipulaciones, fijándose solo en lo atractivo de la portada y la presentación. O como distinguir entre un veneno y una medicina por lo agradable del color o del sabor (esto podría ser incluso más peligroso).

Cuando se trata de discernir entre lo verdadero y lo falso, y en algo importante, como lo es la religión, conviene profundizar lo más posible. La religión verdadera será efectivamente la de mayor atractivo, pero solo para quien tenga de ella un conocimiento suficientemente profundo.

— Entonces, ¿tú crees que el cristianismo es la verdad para todos?

Sí, naturalmente, pues soy cristiano. Si uno no cree que su fe es la verdadera, lo que le sucede entonces, sencillamente, es que no tiene fe.

— ¿Dices entonces que todos los que profesan una religión distinta a la cristiana están completamente equivocados?

Completamente, no. La adhesión a la verdad cristiana no es como el reconocimiento de un principio matemático. La revelación de Dios se despliega como la vida misma, y toda verdad parcial no tiene por qué ser un completo error.

Muchas religiones tendrán una parte que será verdad y otra que contendrá errores (excepto la verdadera, que, lógicamente, no contendrá errores). Por esta razón, la Iglesia católica –lo ha explicado el Concilio Vaticano II– nada rechaza de lo que en otras religiones hay de verdadero y de santo. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres.

La Iglesia honra cualquier verdad que pueda ser descubierta en el mundo de las religiones y las culturas.

¿Puede uno salvarse con cualquier religión?

La verdad sobre Dios es accesible al hombre en la medida en que éste acepte dejarse llevar por Dios y acepte lo que Dios ordena. Es decir, en la medida en que el hombre quiera buscar a Dios rectamente.

— ¿Quieres decir que los que no son cristianos no buscan a Dios rectamente?

No. Decir eso sería una barbaridad. Hay gente recta que puede no llegar a conocer a Dios con completa claridad. Por ejemplo, por no haber logrado liberarse de una cierta ceguera espiritual. Una ceguera que puede ser heredada de su educación, o de la cultura en la que ha nacido.

— Entonces, en ese caso, no serían culpables.

Dios es justo y juzgará a cada uno por la fidelidad con que haya vivido conforme a sus convicciones. Es preciso, lógicamente, que a lo largo de su vida hayan hecho lo que esté en su mano por llegar al conocimiento de la verdad. Y esto es perfectamente compatible con que haya una única religión verdadera.

— ¿Y qué dice la Iglesia católica sobre la salvación de los que no profesan la religión católica? Porque algunos la acusan de exclusivismo.

Dice que los que sin culpa de su parte no conocen el Evangelio ni la Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.

Como ha señalado Peter Kreeft, el buen ateo participa de Dios precisamente en la medida en que es bueno. Si alguien no cree en Dios, pero participa en alguna medida del amor y la bondad, vive en Dios sin saberlo.

— Entonces, si se puede ser moralmente bueno sin creer en Dios, ¿para qué creer en Dios?

Es que no debemos creer en Dios porque nos sea útil, o porque nos permita llevar una vida moral, sino, sobre todo, porque creemos que realmente existe.

— ¿Y dices que Dios me juzgaría con arreglo a la religión en que yo creyera, aunque fuera falsa?

Depende de tu rectitud, pues podrías estar en el error de modo culpable o voluntario. Bernanos decía que no se puede perder la fe como se pierde un llavero, y se mostraba bastante escéptico ante las crisis intelectuales de fe, que consideraba mucho más raras de lo que muchos pretenden. Por eso, si una persona se fabricara una religión propia, a su medida, porque le resulta más cómodo; o hiciera una interpretación acomodada de su religión, para rebajar así sus exigencias morales; o no se preocupara de recibir la necesaria formación religiosa adecuada a su edad y circunstancias, u otras causas semejantes; cuando se diera alguna de estas cosas –y me parece que se dan con cierta frecuencia–, se ve que la pretendida crisis intelectual bien puede tener otros orígenes.

— Pero, formarse, ¿no es propio más bien de gente de poca personalidad, que se deja influenciar fácilmente?

No tiene por qué ser así, pues, como ha señalado Aquilino Polaino, formarse no es nada más que fundamentar la propia autotransformación (y no, por cierto, de modo egoísta, sino para ser, a su vez, una realidad transformante de los demás).

Por eso, si una persona no se preocupara de formarse y de reflexionar suficientemente para llegar al conocimiento de la fe verdadera y de sus exigencias, estaría en un caso de ignorancia culpable.

En ese caso y en todos los anteriores –es de justicia elemental–, será juzgado por Dios conforme a su grado de culpabilidad y voluntariedad

(Fuente: Encuentra.com)

 

jueves, 1 de noviembre de 2012

Intención mensual del Santo Padre para el mes de noviembre

Intención General: Para que los obispos, sacerdotes y todos los ministros del evangelio den testimonio de fidelidad al Señor crucificado y resucitado.
Intención Misionera: Para que la Iglesia peregrina en la tierra resplandezca como luz de las naciones.

martes, 16 de octubre de 2012

Una actitud impulsiva puede resultar fatal


Y Caín mató a Abel

El libro del génesis cuenta cómo fue el primer asesinato de la humanidad: “Caín, dijo a su hermano Abel: “Vamos afuera”. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató.  Yahveh dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: «No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” (Gen 4, 8-9).

Me pregunto si estuvieron hablando y de qué. Quizá Caín le echase en cara algo a Abel, aunque  no tenía nada que reprocharle; quizá por eso discutieron. Y quizá en plena discusión, Caín cogió lo que tenía más cerca, algo duro, y con ello mató a Abel. Acababa de inventar el arma.

El relato no describe un asesinato premeditado sino que parece más bien un arranque de ira. Un crimen pensado y frío se hubiese realizado aprovechando que la víctima estuviera dormida o indefensa, pero no mientas están hablando, dando lugar a una posible respuesta defensiva. ¿Y qué más da? Ciertamente da igual en cuanto a lo abominable del crimen, pero algo nos enseña a los que  pensamos que no somos unos criminales crueles y despiadados: ¡cuidado con la impulsividad y la ira!, son asesinas.

 El drama de los que son impulsivos es que no da tiempo a rogar auxilio ante la tentación.  ¿Quién no ha puesto una mala cara o contestado mal de un modo casi automático y herido con ello una relación de amistad? Con unos pocos segundos que hubiéramos retrasado nuestra respuesta no hubiéramos causado ningún mal.

Hoy en día se sobrevalora esta respuesta semiautomática, irreflexiva e irracional. Lo reflejo se considera auténtico, mientras que lo reflexivo interesado. El demonio se aprovecha de esta situación. Nos engaña haciéndonos creer que somos un cuerpo con sus instintos, y no un alma racional capaz de amar. Cuanto menos reflexionemos en nuestro comportamiento más nos mostraremos tal y como realmente somos, nos dice. Usa una verdad parcial como absoluta, porque efectivamente somos de una naturaleza herida e inclinados al pecado; pero también somos templos del Espíritu Santo y miembros de Cristo. Cuando actuamos impulsivamente mostramos al hombre carnal, herido, al hombre viejo; pero cuando actuamos de un modo más reflexivo, nos mostramos como hombres espirituales.

Pero lo más impactante de este episodio es la negación del hecho, la falta de arrepentimiento. Y no porque Dios no le diese la oportunidad de hacerlo, ya que sabiendo perfectamente lo que había pasado, le pregunta ¿dónde está tu hermano? Pero Caín responde rebeldemente, intenta ocultar su crimen, su responsabilidad en la muerte de su hermano: “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?”. Siempre me he visto reflejado en esta frase: ¿acaso soy yo quien ha de cuidar de los millones de personas que mueren de hambre?, ¿acaso soy yo responsable de el abandono de la fe de los que están a mi alrededor? Pero la sangre de los inocentes clama a Dios desde la tierra. Duro pasaje éste que habla de nuestra vida: somos caínes.

Somos Caín cuando por un acto impulsivo ofendemos, agredimos, despreciamos, deterioramos una relación, creamos discordia y desunión, sembramos cizaña. Somos Caín cuando nos desentendemos de la vida de los demás, de su sufrimiento, de su sus errores.

Pero Dios quiere convertirnos en Abel, en quien soporta el pecado del hermano. En este pasaje hay dos personajes: el que somos y el que estamos llamados a ser.
 
(Fuente:buscad la belleza.org) 

 

 

 

 

 

sábado, 29 de septiembre de 2012

Un aporte evangelizador

“Nadie va al Padre sino por mí”
(En nuestro idioma: "solamente por mí se puede llegar al Padre")
“Yo soy el camino, la verdad y la vida.”

 
Con estas palabras Cristo parece decirnos: “¿Por dónde quieres tú pasar? Yo soy el camino. ¿Dónde quieres llegar? Yo soy la verdad, ¿Dónde quieres residir? Yo soy la vida.”

Caminemos, pues, con toda seguridad sobre el camino; fuera del camino, temamos las trampas, porque en el camino el enemigo no se atreve atacar –el camino, es Cristo- pero fuera del camino levanta sus trampas...
Nuestro camino es Cristo en su humildad; Cristo verdad y vida, es Cristo en su grandeza, en su divinidad.

Si tú andas por el camino de humildad, llegarás al Altísimo; si en tu debilidad no menosprecias la humildad, tú residirás lleno de fuerza en el Altísimo.

¿Por qué Cristo ha escogido el camino de la humildad?

Es a causa de tu debilidad que estaba allí como un obstáculo insuperable; es para liberarte a ti que un tan gran médico ha venido hacia ti.

Tú no podías ir hacia él; es él quien ha venido hasta ti. Ha venido para enseñarte la humildad, este camino de retorno, porque es el orgullo el que nos privaba de llegar a la vida que nos había hecho perder...
Entonces Jesús, siendo nuestro camino, nos grita:
“¡Entrad por la puerta estrecha!” (Mt 7,13).
El hombre se esfuerza para entrar, pero la hinchazón del orgullo se lo impide.
Aceptemos el remedio de la humildad, bebamos esta medicina amarga pero saludable...
El hombre, hinchado de orgullo pregunta:
“¿Cómo podré entrar yo?”
Cristo nos responde:
“Yo soy el camino, entra por mí. Yo soy la puerta  (Jn. 10,7) ¿por qué buscas en otra parte?”
Para que tú no te extravíes, él lo ha hecho todo por ti, y te dice:
“Sé humilde, sé dulce” (Mt 11,29)

(San Agustín (354-430), Obispo de Hipona (África el Norte) y doctor de la Iglesia, Sermón 142)
(Fuente: Conoceréis de verdad)

 

viernes, 7 de septiembre de 2012

Una vida de testimonio


Aún no se han acallado los ecos que despertó la muerte del querido cardenal de Milán Carlo María Martini. Este blog  no tiene costumbre de introducir comentarios sobre hechos o acontecimientos que suceden en la Iglesia Católica, de los que otros se ocupan, unos con buena intención y mejor conocimiento y otros con el regodeo de aportar material para desprestigiarla. De los tantos aportes que en un y otro sentido se han escrito,  me ha parecido muy bueno el que a continuación se agrega y del cual considero que pone las cosas en su verdadero lugar. Así es que aquí va.

"En la Iglesia las diferencias de temperamento y de sensibilidad, lo mismo que las diversas interpretaciones sobre las urgencias de cada tiempo, expresan la ley de la comunión: la pluriformidad en la unidad". Son palabras del arzobispo de Milán, Ángelo Scola, durante el funeral por su predecesor en la cátedra de San Ambrosio, el Cardenal Carlo María Martini. Y en medio de la cascada, a veces poco armoniosa, de imágenes y de palabras que ha provocado la muerte del purpurado jesuita, me parece que constituyen la orientación más serena y decisiva para ponderar una figura tan potente como controvertida.

Martini ha sido sobre todo un creyente en Jesucristo, un hombre de Iglesia a la que ha servido con lealtad. Y no es decir poco, ya que a través de páginas enteras dedicadas a su alabanza en algunos medios, apenas se encuentra rastro de esa raíz sin la que toda su vida se hace incomprensible. La paradoja es que un hombre tan celebrado por la gran prensa (en tiempos en que ésta dispensa la hiel a manos llenas cuando se trata de la Iglesia) haya tenido que convivir toda la vida con una imagen que no le correspondía en absoluto. Para muchos de los que ahora le aplauden Martini habría sido el gran antagonista, la otra cara de la moneda, el anti-Papa, el hombre siempre incómodo con la propia Iglesia en la que había nacido y que le había llamado a las responsabilidades más altas.

Pero la realidad es testaruda. Cuando tenía 52 años y era rector de la Universidad Gregoriana, Juan Pablo II le eligió para regir una de las diócesis más importantes del mundo. Era muy joven, apenas tenía experiencia pastoral y no era un secreto que su visión de las cosas no era coincidente en varios aspectos con la de un Papa que sin embargo, nunca dejó de confiar en él, incluso cuando algunas de sus tomas de posición públicas podía interpretarse como una discrepancia, discreta o clamorosa. Martini no ha sido un "extraño" al curso eclesial de los últimos treinta años, más bien ha sido un protagonista evidente, mimado por unos y discutido por otros, pero siempre en su casa.

Mucho se ha hablado también de su relación con Joseph Ratzinger, antes y después de la llegada de éste a la sede de Pedro. Eran coetáneos y les unía su condición intelectual, su pasión por el diálogo y su deseo de encontrar una reconciliación entre la Iglesia y lo mejor de la modernidad. Además, y éste es un hecho documentado, se profesaron siempre mutua estima y respeto, dentro de sus análisis y propuestas discrepantes.

Mientras Martini cultivó sobre todo los debates éticos e institucionales y centró en ellos su batalla por la renovación de la Iglesia, Ratzinger siempre se apasionó por la naturaleza del acontecimiento cristiano y centró su mirada en la relación fe-razón como clave para una nueva modernidad que salvaguardase la razón y la libertad como camino hacia el Misterio. Ambos reconocían que la Iglesia se puso a la defensiva en algunos temas a partir de la Ilustración y compartían la certeza de que esa ruta era estéril a la larga. Pero mientras Martini realizaba una lectura plomiza de los últimos doscientos años de vida eclesial, Ratzinger desarrollaba su tesis newmaniana de la renovación en la continuidad y reclamaba una apertura mutua y una purificación recíproca entre fe y razón moderna.

No se trata de decir que todo ha sido un camino de rosas. La sinfonía de la Iglesia se compone a lo largo de la historia con disonancias y dolores, con tensiones que sólo la misericordia y el perdón que obra la gracia de Dios pueden resolver en un impulso constructivo. Y en esto Martini ha dado y ha recibido. En su largo protagonismo ha cosechado críticas ciertamente amargas y no pocas veces injustas; pero a su vez ha causado también dolor, por ejemplo cuando ha impugnado públicamente la Humanae Vitae, aquella encíclica que costó sangre sudor y lágrimas a Pablo VI, esa encíclica que Benedicto XVI considera profética, precisamente una expresión de auténtica modernidad cristiana.

En todo caso el cardenal Martini es mucho más que la caricatura de intelectual enfadado con su Iglesia, que nos han transmitido estos días los que siguen acariciando la pretensión de controlarla desde las cabinas de mando del poder mediático, económico o político. La ironía del Espíritu Santo ha querido que sea precisamente el Cardenal Scola (caricaturizado también por algunos como el anti-Martini) quien trace su verdadero perfil, el que vale definitivamente para la Iglesia: el de un pastor atento a la realidad contemporánea, dispuesto a acoger a todos, apasionado por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, siempre en busca de caminos de reconciliación por el bien de la Iglesia y de la sociedad civil. Evidentemente todo esto lo hizo con su propio estilo, con su personalidad y su temperamento que no le ahorraron choques y amarguras, no pocas desde la orilla de quienes de empeñaron hasta el final en instrumentalizarle. Pero todo eso debe verse ya con una serena piedad desde la Jerusalén celeste que siempre anheló transitar. 
(Fuente: Religión en libertad)

jueves, 6 de septiembre de 2012

Incapacidad para reconocer lo sagrado


El libro de Daniel (Dan. 5) nos cuenta que un rey llamado Baltasar (Belsasar, en lengua babilonia), hijo de Nabucodonosor, según el relato bíblico, ofreció un suculento banquete a más de mil de sus dignatarios, sus mujeres y concubinas. A la hora de beber, mandó traer los vasos de oro y plata que había conseguido su padre en el expolio del templo de Jerusalén y todos brindaron con aquellas vasijas sagradas. Mientras bebían en honor de sus dioses y se burlaban del dios del pueblo sometido, apareció, a la vista de todos, una mano que comenzó a escribir en la pared del palacio real. Todos quedaron paralizados a la vista de aquel prodigio, al rey le temblaron las piernas y llamó a gritos a los adivinos de la corte. Prometió el oro y el moro a quien interpretara las palabras que habían quedado grabadas en la pared, pero ninguno de los magos fue capaz si quiera de descifrar lo que ponía.
¿Por qué no lo pueden descifrar? Porque son incapaces de reconocer lo sagrado. El rey Baltasar y toda su corte, sus ministros y sus amigos, desprecian el carácter sagrado de los vasos robados del templo de Jerusalén, para ellos son simplemente vajilla que usan para beber durante el banquete. Ese desdén por lo sagrado les impide ver e interpretar las palabras que la mano misteriosa va escribiendo en la pared. Su propio orgullo les vuelve ciegos.
Baltasar llama a todos los sabios de su reino, pero no pueden leer lo que ha quedado escrito. La razón es muy simple: lo sagrado no se conoce (como se conoce lo natural), sino que se reconoce, no es objeto de conocimiento, sino de reconocimiento. Hay personas, mejor dicho, hay formas de pensar y de vivir, que hacen imposible reconocer lo sagrado. Una copa, un vaso, un altar, un estatua… son objetos materiales, qué duda cabe, pero contienen un plus, algo que les llena de un significado especial, que les hace tener un referente sobrenatural. La estupidez consiste en no reconocer lo sagrado; el sacrilegio, en no querer reconocerlo.
Ambas formas están presentes en muchas actitudes contemporáneas y ambas se caracterizan por la irreverencia ante lo sagrado, por la negación a doblar la rodilla, a venerar nada que nos ponga por debajo de quien sea (aunque eso sea lo que realmente nos eleve), a dejarnos llevar por aquello que nos supera, a abandonarnos a una fuerza que no podemos controlar. George Steiner describía nuestra época como la era de la irreverencia: “Las causas –decía– de esta fundamental transfiguración son las de la revolución política, del levantamiento social (la célebre “rebelión de las masas” de Ortega), del escepticismo obligatorio en las ciencias. La admiración –y mucho más la veneración– se ha quedado anticuada. Somos adictos a la envidia, a la denigración, a la nivelación por abajo. Nuestros ídolos tienen que exhibir cabeza de barro. Cuando se eleva el incienso lo hace ante atletas, estrellas del pop, los locos del dinero o los reyes del crimen” (Lecciones de los maestros, Ciruela, Madrid, 2004, p. 172). Como consecuencia de la atrofia de ese sentido que capta lo sagrado, derrochamos una indiferencia y una falta de respeto sin parangón en otras etapas de la humanidad que se manifiesta en descuido por lo sagrado.
Cada vez nos cuesta más advertir, y por lo tanto también admirar, lo sagrado. Cada vez controlamos más la naturaleza, cada vez nos rodean más artefactos y menos obras de arte, cada vez conocemos más y reconocemos menos. Hemos perdido esa sensibilidad que a los antiguos les permitía captar lo sobrenatural que habita en lo natural. El uso de la razón, sobre todo tecnológica, nos ha dado la mayoría de edad; sin embargo, para percibir lo sagrado tenemos que ser como niños. Hemos perdido la capacidad de admirarnos porque lo controlamos todo, lo sabemos todo, nada nos resulta nuevo, sorprendente, grande, misterioso.
Hemos hecho un mal uso de la ciencia, la hemos escrito con mayúsculas y en su nombre hemos despreciado todo lo demás. Inventamos el microscopio, para hacer grande lo pequeño, y el telescopio, para hacer cercano lo lejano; sin embargo, los hemos usado mal: hemos utilizado el primero para acercarnos a lo pequeño y el segundo para empequeñecer lo grande. En consecuencia, nos hemos quedado sin lo pequeño y sin lo grande. Hemos pavimentado la naturaleza a base de leyes físicas sin darnos cuenta de que lo sagrado siempre acaba emergiendo como la hierba entre los adoquines.
Daniel fue el único capaz de leer lo que la mano misteriosa había escrito. El joven israelita clavó sus ojos en los del rey, le dijo: “Serás castigado por haber profanado los vasos sagrados del templo de Yahvé. En la pared está escrito: Mené (mesurado), que significa que Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto fin; Téquel (pesado), que quiere decir que has sido pesado en la balanza y te falta peso; y Perés (dividido), que anuncia que tu reino se ha dividido y ha sido entregado a los medos y los persas”.
Lo que la mano misteriosa escribió en la pared del palacio de Baltasar iba dirigido a él y a sus comensales, pero también a todos nosotros. Pues todos tenemos un Mené, un Téquel y un Perés, es decir, nuestra vida está mesurada, pesada y dividida. No hace falta entenderlo de forma fatalista, como si toda nuestra existencia estuviera ya escrita; no obstante, si leemos lo que quedó escrito en la pared del salón real, ayudados por Daniel, entenderemos que nos está diciendo que a todos, querámoslo o no, nos llegará nuestra hora, que seremos juzgados por nuestras obras y que, seguramente, no daremos la talla, y, finalmente, que lo que dejemos aquí se dividirá en partes hasta desaparecer irremisiblemente.
(Fuente: Arvo.net)

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