Ven, Creador Espíritu...
El próximo domingo 27 de mayo celebraremos la fiesta de Pentecostés. En esta séptima semana de Pascua, todos los textos litúrgicos nos animan para disponernos a celebrar esta solemnidad y recibir adecuadamente las gracias que el Señor quiera regalarnos.
“Aunque, en cierto sentido, todas las solemnidades
litúrgicas de la Iglesia son grandes, ésta de Pentecostés lo es de una manera
singular, porque marca, llegado al quincuagésimo día, el cumplimiento del
acontecimiento de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor Jesús, a
través del don del Espíritu del Resucitado. Para Pentecostés nos ha preparado
en los días pasados la Iglesia con su oración, con la invocación repetida e
intensa a Dios para obtener una renovada efusión del Espíritu Santo sobre
nosotros. La Iglesia ha revivido así lo que aconteció en sus orígenes, cuando
los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, «perseveraban unánimes en
la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus
hermanos» (Hch 1, 14). Estaban reunidos en humilde y confiada espera de que se
cumpliese la promesa del Padre que Jesús les había comunicado: «Seréis
bautizados con Espíritu Santo, dentro de no muchos días… Recibiréis la fuerza
del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros» (Hch 1, 5.8). (…)
El Espíritu creador de todas las cosas y el
Espíritu Santo que Cristo hizo descender desde el Padre sobre la comunidad de
los discípulos son uno y el mismo: creación y redención se pertenecen
mutuamente y constituyen, en el fondo, un único misterio de amor y de
salvación. El Espíritu Santo es ante todo Espíritu Creador y por tanto
Pentecostés es también fiesta de la creación. (…)
El Espíritu Santo es Aquel que nos hace reconocer
en Cristo al Señor, y nos hace pronunciar la profesión de fe de la Iglesia:
«Jesús es el Señor» (cf. 1 Co 12, 3b). (…)
El Espíritu Santo se presenta como el soplo de
Jesucristo resucitado (cf. Jn 20, 22)… (En el) relato de la creación… se dice
que Dios sopló en la nariz del hombre un aliento de vida (cf. Gn 2, 7). El
soplo de Dios es vida. Ahora, el Señor sopla en nuestra alma un nuevo aliento
de vida, el Espíritu Santo, su más íntima esencia, y de este modo nos acoge en
la familia de Dios. Con el Bautismo y la Confirmación se nos hace este don de
modo específico, y con los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia se
repite continuamente: el Señor sopla en nuestra alma un aliento de vida. Todos
los sacramentos, cada uno a su manera, comunican al hombre la vida divina,
gracias al Espíritu Santo que actúa en ellos.
En la liturgia de hoy vemos también una conexión
ulterior. El Espíritu Santo es Creador, es al mismo tiempo Espíritu de
Jesucristo, pero de modo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo
y único Dios. Y a la luz de la primera lectura podemos añadir: el Espíritu
Santo anima a la Iglesia.” (Papa Benedicto XVI, Homilía del domingo 12 de junio de 2011).
Al acercarnos a la gran fiesta de Pentecostés, nos
unimos para implorar la venida del Espíritu Santo sobre cada uno de los fieles
cristianos, para que Él nos renueve interiormente, haciéndonos crecer en la fe,
la esperanza y el amor.
“Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus
fieles, llena con tu divina gracia los corazones que creaste. Tú, a quien
llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y
espiritual unción. Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, dedo de la
diestra del Padre; Tú, fiel promesa del Padre que inspiras nuestras palabras.
Ilumina nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y, con tu
perpetuo auxilio, fortalece la debilidad de nuestro cuerpo. Aleja de nosotros
al enemigo, danos pronto la paz, sé nuestro director y guía para que evitemos
todo mal. Por Ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; creamos en Ti,
Su Espíritu, por los siglos de los siglos. Gloria a Dios Padre, y al Hijo, que
resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos de los siglos. Amén”.
(Fuente: Conoceréis de verdad.org)
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