jueves, 21 de junio de 2012

Congreso Eucarístico - Mensaje Final


El pasado domingo se clausuró el 50 Congreso Eucarístico Internacional celebrado este año en Dublín (Irlanda). Como acto final fue transmitido un mensaje de S.S. Benedicto XVI, en el que alude explícitamente al espíritu del Concilio Vaticano II en lo referente a la reforma litúrgica y a las realidades de su aplicación posterior en la Iglesia y al camino que debe recorrerse aún. Aquí el texto del mensaje.

Queridos hermanos y hermanas:

Con gran afecto en el Señor, saludo a todos los que os habéis reunido en Dublín para el 50 Congreso Eucarístico Internacional, en especial al Señor Cardenal Brady, al Señor Arzobispo Martin, al clero, a las personas consagradas, a los fieles de Irlanda y a todos los que habéis venido desde lejos para apoyar a la Iglesia en Irlanda con vuestra presencia y vuestras oraciones.

 El tema del Congreso – «La Eucaristía: Comunión con Cristo y entre nosotros» – nos lleva a reflexionar sobre la Iglesia como misterio de comunión con el Señor y con todos los miembros de su cuerpo. Desde los primeros tiempos, la noción de koinonia o communio ha sido central en la comprensión que la Iglesia ha tenido de sí misma, de su relación con Cristo, su Fundador, y de los sacramentos que celebra, sobre todo la Eucaristía. Mediante el Bautismo, se nos incorpora a la muerte de Cristo, renaciendo en la gran familia de los hermanos y hermanas de Jesucristo; por la Confirmación recibimos el sello del Espíritu Santo y, por nuestra participación en la Eucaristía, entramos en comunión con Cristo y se hace visible en la tierra la comunión con los demás.

 Recibimos también la prenda de la vida eterna futura.

El Congreso tiene lugar en un momento en el que la Iglesia se prepara en todo el mundo para celebrar el Año de la Fe, para conmemorar el quincuagésimo aniversario del inicio del Concilio Vaticano II, un acontecimiento que puso en marcha la más amplia renovación del rito romano que jamás se haya conocido. Basado en un examen profundo de las fuentes de la liturgia, el Concilio promovió la participación plena y activa de los fieles en el sacrificio eucarístico. Teniendo en cuenta el tiempo transcurrido, y a la luz de la experiencia de la Iglesia universal en este periodo, es evidente que los deseos de los Padres Conciliares sobre la renovación litúrgica se han logrado en gran parte, pero es igualmente claro que ha habido muchos malentendidos e irregularidades. La renovación de las formas externas querida por los Padres Conciliares se pensó para que fuera más fácil entrar en la profundidad interior del misterio. Su verdadero propósito era llevar a las personas a un encuentro personal con el Señor, presente en la Eucaristía, y por tanto con el Dios vivo, para que a través de este contacto con el amor de Cristo, pudiera crecer también el amor de sus hermanos y hermanas entre sí. Sin embargo, la revisión de las formas litúrgicas se ha quedado con cierta frecuencia en un nivel externo, y la «participación activa» se ha confundido con la mera actividad externa. Por tanto, queda todavía mucho por hacer en el camino de la renovación litúrgica real.

 En un mundo que ha cambiado, y cada vez más obsesionado con las cosas materiales, debemos aprender a reconocer de nuevo la presencia misteriosa del Señor resucitado, el único que puede dar amplitud y profundidad a nuestra vida. La Eucaristía es el culto de toda la Iglesia, pero requiere igualmente el pleno compromiso de cada cristiano en la misión de la Iglesia; implica una llamada a ser pueblo santo de Dios, pero también a la santidad personal; se ha de celebrar con gran alegría y sencillez, pero también tan digna y reverentemente como sea posible; nos invita a arrepentirnos de nuestros pecados, pero también a perdonar a nuestros hermanos y hermanas; nos une en el Espíritu, pero también nos da el mandato del mismo Espíritu de llevar la Buena Nueva de la salvación a otros. Por otra parte, la Eucaristía es el memorial del sacrificio de Cristo en la cruz; su cuerpo y su sangre instauran la nueva y eterna Alianza para el perdón de los pecados y la transformación del mundo.

 Durante siglos, Irlanda ha sido forjada en lo más hondo por la santa Misa y por la fuerza de su gracia, así como por las generaciones de monjes, mártires y misioneros que han vivido heroicamente la fe en el país y difundido la Buena Nueva del amor de Dios y el perdón más allá de sus costas. Sois los herederos de una Iglesia que ha sido una fuerza poderosa para el bien del mundo, y que ha llevado un amor profundo y duradero a Cristo y a su bienaventurada Madre a muchos, a muchos otros. Vuestros antepasados en la Iglesia en Irlanda supieron cómo esforzarse por la santidad y la constancia en su vida personal, cómo proclamar el gozo que proviene del Evangelio, cómo inculcar la importancia de pertenecer a la Iglesia universal, en comunión con la Sede de Pedro, y la forma de transmitir el amor a la fe y la virtud cristiana a otras generaciones. Nuestra fe católica, imbuida de un sentido radical de la presencia de Dios, fascinada por la belleza de su creación que nos rodea y purificada por la penitencia personal y la conciencia del perdón de Dios, es un legado que sin duda se perfecciona y se alimenta cuando se lleva regularmente al altar del Señor en el sacrificio de la Misa.

 La gratitud y la alegría por una historia tan grande de fe y de amor se han visto recientemente conmocionados de una manera terrible al salir a la luz los pecados cometidos por sacerdotes y personas consagradas contra personas confiadas a sus cuidados. En lugar de mostrarles el camino hacia Cristo, hacia Dios, en lugar de dar testimonio de su bondad, abusaron de ellos, socavando la credibilidad del mensaje de la Iglesia. ¿Cómo se explica el que personas que reciben regularmente el cuerpo del Señor y confiesan sus pecados en el sacramento de la penitencia hayan pecado de esta manera? Sigue siendo un misterio. Pero, evidentemente, su cristianismo no estaba alimentado por el encuentro gozoso con Cristo: se había convertido en una mera cuestión de hábito. El esfuerzo del Concilio estaba orientado a superar esta forma de cristianismo y a redescubrir la fe como una amistad personal profunda con la bondad de Jesucristo. El Congreso Eucarístico tiene un objetivo similar. Aquí queremos encontrarnos con el Señor resucitado. Le pedimos que nos llegue hasta lo más hondo. Que al igual que sopló sobre los Apóstoles en la Pascua infundiéndoles su Espíritu, derrame también sobre nosotros su aliento, la fuerza del Espíritu Santo, y así nos ayude a ser verdaderos testigos de su amor, testigos de la verdad. Su verdad es su amor. El amor de Cristo es la verdad.

 Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que el Congreso sea para cada uno de vosotros una experiencia espiritualmente fecunda de comunión con Cristo y su Iglesia. Al mismo tiempo, me gustaría invitaros a uniros a mí en la oración, para que Dios bendiga el próximo Congreso Eucarístico Internacional, que tendrá lugar en 2016 en la ciudad de Cebú. Envío un caluroso saludo al pueblo de Filipinas, asegurando mi cercanía en la oración durante el periodo de preparación a este gran encuentro eclesial. Estoy seguro de que aportará una renovación espiritual duradera, no sólo a ellos, sino también a todos los participantes del mundo entero. Ahora, encomiendo a todos los participantes en este Congreso a la protección amorosa de María, Madre de Dios, y a san Patricio, el gran Patrón de Irlanda, a la vez que, como muestra de gozo y paz en el Señor, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

BENEDICTUS PP. XVI
(Fuente: La bohardilla de Jerónimo)


lunes, 11 de junio de 2012

¿La tecnologia digital en la liturgia?

Bueno, la advertencia ya está dada. Casi era lógico pensar que a algún adelantado  se le ocurriria utilizar la tecnologia digital en la liturgia. Se me ocurre decir: "no tan rápido muchachos, ¿quién los corre?
Pero bueno, lo ocurrido en Nueva Zelanda y la advertencia de sus Obispos, bien vale tenerla en cuenta. La noticia es de AICA.



Wellington (Nueva Zelanda) , 11 Jun. 12 (AICA)
Los obispos de Nueva Zelanda realizaron una singular advertencia al clero, posible solamente por la penetración cada vez mayor de las nuevas tecnologías: durante la liturgia, los presbíteros deben hacer uso de los libros impresos dispuestos para tal fin y no utilizar ayudas tecnológicas como las tabletas o los celulares inteligentes. “Todos los credos tienen libros sagrados que son reservados para aquellos rituales y actividades que están en el corazón de la fe”, señalaron los prelados, quienes advirtieron que esta realidad es palpable también dentro de la Iglesia Católica: “el Misal Romano es uno de nuestros libros sagrados. Su forma física es un indicador de su papel especial en el culto”.                          
(Fuente: aica.org)
Ayer celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo - Corpus Christi -. Esta solemnidad quiere destacar públicamente la presencia de Jesucristo en la Eucaristía con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Sin embargo, algunos cristianos, por desconocimiento, tienen dudas que expresan en preguntas. El artículo que sigue pretende explicitar esas preguntas y dar respuesta  las mismas. Léalo con atención, al finalizar quedarán satisfechas las dudas. Y en el mejor de los casos podrá decir: "Creo, Señor, pero aumenta mi fe"
El día de Corpus Christi fue instituido en 1264 como festividad del cuerpo y la sangre de Cristo en el sacramento de la Eucaristía. Muchos son los signos de alegría y veneración popular en esta fiesta. Sin embargo, surgen entre los fieles algunas inquietudes sobre este sacramento. Por ejemplo, no se sabe con claridad cómo está presente Cristo en el pan y el vino. Tampoco hay seguridad sobre la verdadera conversión del pan en el cuerpo de Cristo.

Es verdad que no se puede amar lo que no se conoce. Y si nos acercamos a la eucaristía sin tener una firme convicción, basada en razones que armonicen con la fe y ayuden a su comprensión, no se puede gozar de la plenitud en Cristo. Trataremos sobre tres interrogantes principales. Primero, si la eucaristía es una realidad o sólo un signo. Después, el modo en que Cristo está presente en el sacramento, y finalmente, el poder que convierte el pan en el cuerpo de Cristo.

Eucaristía: ¿Realidad o sólo un signo?

La eucaristía es sacramento porque es un signo sensible que nos une a la vida divina. Sin embargo, a diferencia de los otros sacramentos, nos une a Dios de manera peculiar, pues en ella se nos da Dios mismo en el cuerpo y la sangre de Cristo bajo las especies de pan y vino.

Es del común conocimiento de los cristianos la presencia real de Cristo, de su cuerpo, alma y divinidad en la eucaristía. Pero las explicaciones de esta presencia no son claras, pues: Si en verdad está presente el cuerpo de Cristo en el sacramento ¿No debiéramos notar esta presencia con toda la naturaleza que un cuerpo humano implica? Es decir, ¿No debiera estar presente un cuerpo orgánico con verdadera sangre y verdadera carne? Se podría pensar que, si no hay tales manifestaciones de un cuerpo vivo, la eucaristía es sólo un signo, pero no la presencia real de Cristo.

Contra esto, sabemos por fe que Jesucristo hace del pan, su carne y del vino su sangre. En este sacramento está el verdadero cuerpo de Cristo y su sangre, no lo pueden verificar los sentidos, sino la sola fe, que se funda en la autoridad divina. En breve podemos decir que Cristo ha querido permanecer con nosotros para fortalecer amorosamente nuestro proceso de optimación. Ha querido permanecer como sacramento para que recurramos constantemente a él, y en él nos perfeccionemos. Cristo, con autoridad, instituyó este sacramento con palabras claras: “Esto es mi cuerpo”, “Este es el cáliz de mi sangre”. Entonces, creemos por la fe basada en la autoridad, que en la eucaristía está realmente presente Cristo.

¿Cómo está Cristo realmente presente en el sacramento?

Lo que inmediatamente podemos preguntarnos es ¿Cómo es que está presente? Algunos dicen: “Yo no lo veo”, y dicen bien, pues no podemos ver a Cristo en el sacramento porque nuestros sentidos no lo perciben. En cambio, por fe sabemos que está presente, y por razón, conocemos que toda la substancia de Cristo está ahí. El modo en que la Iglesia ha tradicionalmente explicitado la presencia de Cristo en el sacramento es la transubstanciación.

Substancia es lo que es por sí mismo. O sea, lo que no necesita de otro para ser ni está en otra cosa. Ahora bien, transubstanciación significa cambiar de substancia, el cambio de una naturaleza determinada por otra. Cristo, al ser un hombre resucitado, está en algún lugar. Y para hacerse presente en sacramento no deja el lugar en donde está, pues no vemos que su cuerpo caiga del cielo o que entre por la puerta. Por tanto, el cambio de pan y vino a cuerpo y sangre de Cristo no ocurre como el cambio de lugar entre dos cosas, sino por cambio substancial. Es decir, el pan deja de ser propiamente pan y se convierte en carne. El vino deja de ser propiamente vino y se convierte en sangre. Es obvio que en la Eucaristía no comemos propiamente carne ni bebemos sangre, pero es verdad que las consumimos, sólo que bajo las especies y accidentes del pan y del vino.

En la transubstanciación no queda nada de la substancia del pan y del vino. Sí en cambio, queda toda la substancia de Cristo, pero no sus propiedades particulares, pues la substancia se entiende, no se ve. Si se nos permite esta expresión digamos que no vemos ni las manos ni los pies de Cristo, pero sabemos, por fe en la autoridad de Jesús, que él mismo está presente en el sacramento.

Bien entonces podríamos pensar que la transubstanciación es un mero juego de palabras, con las que atribuimos a alguna cosa una naturaleza que no le pertenece. Mencionemos a colación que, usando esta falacia, un artista “cambió” un vaso de vidrio a ser un roble.

El poder agente: la caridad divina

La transubstanciación necesita un poder agente. No sólo por atribuir una naturaleza a una cosa, se dará el hecho en la realidad, pues se necesita una mediación a través de un poder. El poder que acciona el cambio de pan a carne y de vino a sangre no es otro sino el de Dios. Cristo, siendo Dios, instituyó el sacramento y lo encomendó a los discípulos. Sin embargo, no son las fuerzas del sacerdote las que convierten los dones eucarísticos en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino el poder mismo de Dios, presente por las palabras de consagración que se hace in persona Christi, a nombre de Cristo.

Pero ¿cuál es el poder agente que convierte el pan y vino en cuerpo y sangre de Cristo? Para responder esta pregunta basta recordar que la eucaristía es sacramentum caritatis, sacramento y misterio del amor. Sacramento se puede entender como misterio, pues misterio es lo que une con Dios, y es su misma caridad benevolente la que une a los cristianos en el cuerpo de la Iglesia. El amor de Dios es el poder agente que convierte nuestros dones en el cuerpo y la sangre de Cristo, pues por su amor Dios desea estar entre nosotros para hacernos plenos y participarnos de su vida inmortal.

Finalicemos con una frase de San Cirilo usada por Santo Tomás de Aquino, en cuya doctrina nos hemos basado para aclarar las cuestiones vistas: No dudes de que esto sea verdad, sino recibe con fe las palabras del Salvador, ya que, siendo la verdad, no miente.
(Fuente: encuentra.com)


sábado, 9 de junio de 2012

La comunión ¿en la mano o en la boca?


Todavía se escucha  a algún feligrés que no tiene muy clara la manera en que debe recibirse el Cuerpo de Cristo en el momento de la comunión, puesto que le parece una práctica no digna el recibirlo en la mano. También se está haciendo  mala costumbre - que no tiene su debida corrección- recibirlo tomándolo con los dedos índice y pulgar. Para clarificar el tema aquí se inserta un aporte por demás claro para despejar toda duda.

Una mano abierta que pide, que espera, que recibe. Mientras los ojos miran al Pan eucarístico que el ministro ofrece y los labios dicen "amén". ¿No es una actitud expresiva para recibir el Cuerpo de Cristo?
Hay varios gestos simbólicos en torno a la comunión: la fracción del pan, la procesión hacia el altar cantando, el participar tanto del Pan como del Vino, el que el Pan sea consagrado en la misma celebración etc.

El modo de realizar este rito debe ser expresivo de cómo entendemos el Misterio de la auto donación  de Cristo, precisamente en el momento culminante del sacramento.

Esta vez vamos a reflexionar sobre el "nuevo" -pero no tanto— modo de recibir la comunión: en la mano.

La mano como un trono

Durante varios siglos la comunidad cristiana mantuvo con naturalidad la costumbre de recibir el Pan eucarístico en la mano. Hay testimonios numerosos de diversas zonas de la Iglesia: África, Oriente, España, Roma, Milán... Como el de Tertuliano, en su tratado sobre la idolatría, en que se queja de que algunos puedan con la misma mano recibir al Señor y luego acercarse a los ídolos; él comenta que estas manos "son dignas de ser cortadas".

El más famoso de estos testimonios es el documento de san Cirilo de Jerusalén, en el siglo IV, que en sus Catequesis sobre la Eucaristía nos describe cómo se acercaban los cristianos a la comunión: "cuando te acerques a recibir el Cuerpo del Señor, no te acerques con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino haciendo de tu mano izquierda como un trono para tu derecha, donde se sentará el Rey. Con la cavidad de la mano recibe el Cuerpo de Cristo y responde Amén... "

Naturalmente las pinturas y relieves de la época reflejan esta costumbre de recibir la comunión en la mano extendida.

El cambio a la boca

Poco a poco, y por diversas razones, cambió la sensibilidad del pueblo cristiano respecto al modo de comulgar.

El paso a recibir el Cuerpo del Señor en la boca no se hizo por decreto ni uniformemente. En algunos lugares a lo largo de los siglos VII-VIII ya se empezó a pensar que para las mujeres era mejor que no recibieran la comunión en la mano directamente, sino que usaran un paño limpio sobre
la misma. Otros lo extendieron pronto también a los hombres. Y por fin (y no precisamente empezando de Roma) se fue generalizando la costumbre de depositar la partícula consagrada del Pan directamente en la boca.

Los motivos de tal cambio no son fáciles de concretar, porque tampoco fueron uniformes en las diversas regiones.

* Puede ser que en algunas influyera el miedo de profanaciones de la Eucaristía por parte de los herejes, o de prácticas supersticiosas, que disminuirían si la comunión se recibía en la boca (aunque estos hechos sacrílegos siguieron existiendo también siglos más tarde, con el nuevo modo).

* Otros pensaron que la nueva forma de comulgar ponía más de manifiesto el respeto y la veneración a la Eucaristía, en un periodo en que se fue acentuando progresivamente este aspecto de adoración y de misterio,

* Pero sobre todo parece que la razón de la evolución fue la nueva sensibilidad en torno al papel de los ministros ordenados, en contraste con los laicos; así se fue acentuando la valoración de los sacerdotes y paralelamente el alejamiento de los seglares: estos ya en el siglo IX—que es cuando más decididamente se cambió el rito de la comunión—no entendían el latín, el altar ya estaba colocado en el ábside del templo, el pan se convirtió en pan ácimo, ya no participaban en el Cáliz... De ahí a considerar que las únicas manos que podían tocar la Eucaristía eran las sacerdotales no hubo más que un paso.

Varios concilios regionales del siglo IX ya establecían como normativo que los laicos no podían tocar con sus manos el Cuerpo del Señor: así el de Paris (829), Córdoba (839), Rouen (878), etc.

En Roma la nueva modalidad de la comunión en la boca entró hacia el siglo X (Ordo Romanus X, del año 915).

Las pinturas y demás representaciones de la época ya empezaron a reflejar la nueva costumbre, proyectándola también al pasado: Jesús aparece con frecuencia dando la comunión a sus apóstoles en la boca... (Ver el final de este trabajo).

En conjunto, el nuevo rito de depositar la comunión en la boca fue una costumbre—y luego una norma—que respondía adecuadamente a la comprensión global del misterio eucarístico, y hay que considerar que sigue siendo un modo digno de celebrar el rito de la comunión, aunque no el único.

Recuperación de la práctica antigua

Con ocasión de la reforma litúrgica conciliar fue creciendo el deseo de que los fieles pudieran recibir la comunión en la mano, restaurando así la vieja costumbre.

Desde Roma se hizo a fines de 1968 una consulta al Episcopado de
todo el mundo, que dio como resultado que más del tercio del mismo veía la posibilidad con buenos ojos. Ante la falta de unanimidad—los otros dos tercios preferían seguir con la comunión en la boca—apareció en 1969 la
Instrucción "Memoriale Domini", donde, manteniendo la vigencia de la comunión en la boca, se establecía el camino a seguir: en aquellas regiones en que el Episcopado lo juzgue conveniente por más de dos tercios de sus votos, se podrá dejar a los fieles la libertad de recibir la comunión en la mano, salvando siempre la dignidad del sacramento y la oportuna catequesis del cambio.

Va también relacionado este hecho con la otra "novedad" que se estableció en 1973: que también los laicos pueden ser llamados en determinadas circunstancias al ministerio de la distribución de la Eucaristía dentro y fuera de la celebración.

En nuestro país, Argentina, la posibilidad de recibir la comunión en la mano se estableció en 1996.

Motivos de una preferencia

Los dos modos de recibir el Cuerpo del Señor tienen sentido, y los dos pueden expresar igualmente nuestra comprensión y nuestro respeto al misterio eucarístico.

Son varios, sin embargo, los motivos que han llevado a muchos a preferir la comunión recibida en la mano:

* Parece un modo más natural de realizar el rito; es más normal depositar lo que se ofrece en la mano que en la boca.

* Es más delicado y más respetuoso con la persona que va a comulgar, que así tiene también una intervención más activa en la comunión: la recibe del ministro eclesial, pero a la vez es él que "se comulga" a sí mismo; recibirla en la boca expresa bien que "recibimos" la Eucaristía por mediación de la Iglesia, pero hace menos transparente nuestra intervención activa en el rito.

* Es más fácil el diálogo que acompaña al gesto: "Cuerpo de Cristo". "Amén": no se dice mientras se tiene que abrir la boca, sino mientras se recibe en la mano.

* Expresa más claramente la dignidad del cristiano laico: por el Bautismo todos formamos parte del pueblo sacerdotal, todos somos hijos y hermanos en la familia de la Iglesia; esta modalidad "debe aumentar en él el sentido de su dignidad de miembro del Cuerpo Místico de Cristo, en el cual está insertado por el Bautismo y por la gracia de la Eucaristía, y acrecentar también su fe en la gran realidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor, que él toca con sus manos" (carta anexa a la instrucción "Memoriale Domini").

El sentido de una mano extendida que recibe

Nuestras manos tienen evidentemente una gran fuerza expresiva. En muchas ocasiones se convierten en nuestro lenguaje más elocuente, junto con la mirada. Manos como signo de actividad, de trabajo, de fraternidad. Manos consagradas de sacerdote. Manos que se lavan antes de la Eucaristía como signo de purificación interior. Manos que se elevan, vacías hacia el cielo en gesto de oración. Manos que ofrecen o que reciben. Todo ello nos habla de unas manos que se convierten en un retrato simbólico de las actitudes interiores. Alguien ha dicho que la mano es la inteligencia hecha carne.

Acudir a la comunión con la mano abierta quiere representar
plásticamente una actitud de humildad, de espera, de pobreza, de disponibilidad, de acogida, de confianza. Ante Dios, nuestra postura es la del que pide y recibe confiadamente. Y la comunión del Cuerpo de Cristo es el mejor Don gratuito que recibimos a través del ministerio de la Iglesia.

Esa mano tendida habla claramente de nuestra fe y de nuestra postura interior de comunión.Las dos manos abiertas y activas: la izquierda, recibiendo, y la derecha apoyando primero a la izquierda, y luego tomando personalmente el Cuerpo del Señor: dos manos que pueden ser signos elocuentes de un respeto, de una acogida, de un "altar personal" que formamos agradecidos al Señor que se nos da como alimento salvador.

No “servirse” sino "recibir"

El decidirse por la mano o por la boca a la hora de comulgar no tiene excesiva transcendencia. Ambas maneras pueden ser respetuosas y expresivas.

Pero hay un aspecto que sí vale la pena subrayar: no es lo mismo
"tomar" la comunión con la mano que "recibirla" del ministro. El recibir los dones de la Eucaristía, el Cuerpo y Sangre de Cristo, de manos del ministro (el presidente o sus ayudantes) expresa mucho mejor la mediación de la Iglesia. Los sacramentos no los tomamos nosotros, sino los recibimos de y por y en la Iglesia. La comunión no debe convertirse en un "self-service", sino una celebración expresiva no sólo del sentido personal del don sino también de su dimensión comunitaria.

Parece que durante siglos, tanto en Oriente como en Occidente, la norma no fue que ni los mismos ministros concelebrantes "tomaran" la comunión con sus manos, sino que la recibieran del celebrante principal.

Algunos ritos orientales, como el armenio o el nestoriano, todavía conservan la costumbre de que los presbíteros concelebrantes "reciben", y no "toman" personalmente de la mesa del altar el Cuerpo del Señor.

Incluso para los sacerdotes tiene más sentido que "reciban" la Eucaristía del ministro principal, como del mismo Cristo, expresando así más claramente que la Eucaristía, también para ellos, es un Don. Al igual que han escuchado la Palabra proclamada por otro ministro, sin proclamarla personalmente ellos. Entre nosotros la norma actual para la concelebración es que pueden o bien acercarse al altar y tomar con reverencia el Cuerpo de Cristo, o bien permanecer en su sitio y tomar el Cuerpo de Cristo de la patena que el celebrante principal—u otro de los concelebrantes—sostienen (IGMR 242).
No es, por tanto, un modo expresivo de realizar el rito de la comunión el que el sacerdote deje sobre el altar la cesta o la patena con el Pan eucarístico y se vaya a sentar, dejando que los fieles lo tomen ellos mismos. Es mucho más transparente de lo que es la Eucaristía el que él mismo—y si hace falta con la ayuda de otros ministros—distribuya la comunión. Es Cristo el que nos da su Cuerpo y Sangre. Y el presidente es en la celebración su signo visible, el que hace sus veces.

Lo mismo se tiene que decir de la costumbre de pasar de uno a otro el copón con las hostias: puede parecer que así queda bien expresada la participación personal y a la vez la servicialidad fraterna hacia los demás. Pero en el momento actual, y siguiendo la norma del Misal, es mejor subrayar la mediación eclesial de esta distribución por parte del ministro.

La Eucaristia no es un hecho meramente personal (tomarla cada uno) ni tampoco sólo un gesto de fraternidad (pasarla uno a otro): sino un sacramento de comunión eclesial que también incluye la mediación vertical por medio de sus ministros.

Sea cual sea la forma exterior del rito, lo que de veras importa es su finalidad última: que el cristiano que comulga entre en sintonía agradecida con el Don de Cristo, que responda interiormente, con fe y amor, a la donación del Cuerpo y Sangre de Cristo. Y que exprese que esto sucede en el ámbito de la acción eclesial, no sólo en clave de devoción personal.

Otras observaciones prácticas

El gesto es libre. Una vez que el Episcopado ha decidido, es el fiel el que opta por un modo u otro de comulgar, no el ministro el que lo impone ni en un sentido ni en otro según su gusto o preferencia.

Una oportuna catequesis puede instruir a los fieles a entender la razón de ser de recibir el Cuerpo de Cristo de una u otra manera y esto debería hacerse desde la primera comunión.

El cambio no se elige porque queda bien o es moda, sino que se debe convertir en ocasión de manifestar más expresivamente la fe y la reverencia hacia la Eucaristía. Y eso depende en gran medida de la catequesis.

El modo más expresivo es el de extender la mano izquierda, bien abierta, haciéndole con la derecha, también extendida, "como un trono", como decía san Cirilo, para luego con la derecha tomar el Pan y comulgar allí mismo, antes de volver a su lugar. No se "toma" el Pan ofrecido con los dedos—a modo de pinzas, como se está haciendo costumbre--sino que el ministro lo deposita dignamente en la palma abierta de la mano. No se toma: se recibe.

Naturalmente que cuando se va a recibir la Sangre del Señor por "intinción", mojando en él el Pan, no cabe dar en la mano el Pan ya mojado: se da definitivamente en la boca.
Hay que dar su importancia al diálogo: el ministro que distribuye la Eucaristía muestra el Pan o el Vino al fiel, dice "Cuerpo de Cristo", o "Sangre de Cristo", y espera la respuesta del "Amén" para entregar pausadamente la comunión.


JOSÉ ALDAZABAL




(Fuente: Mercabá.org)

jueves, 7 de junio de 2012

¿Conoce el significado de la Cruz?


De dos formas se puede entender el significado de la cruz. De una forma material y de
una forma espiritual y es tal la importancia del significado espiritual, que este embebe al material, que realmente podemos entenderle reducido, únicamente a las diversas formas de cruces existentes o al valor artístico que puedan tener los miles de cruces, realizadas por artistas de todo género y empleando un sinfín de materiales de todas clases. Pero es el valor espiritual el que nos interesa considerar, y para ello conviene que recordemos el origen de la cruz y la simbología que representa. Pero antes también es conveniente, mencionar el significado de la estrella de David y el de la media luna.
         No se puede decir que la estrella de seis puntas, formada por dos triángulos superpuestos y que también se denomina sello de Salomón, haya sido toda la vida una simbología del judaísmo, porque este símbolo se encuentra en otras varias religiones y sectas, así tenemos por ejemplo que esta estrella aparece tanto en el arte islámico, como en el masónico, rosacruz, esotérico, etc. Ha sido a partir de la persecución de los nazis en la Alemania de los años 30 del pasado siglo, cuando se hizo una mayor identificación del pueblo judío con este símbolo, ya que tanto las propiedades como las personas hebreas se marcaban con este signo en pintura amarilla. Posteriormente al crearse en el año 1948 el estado de Israel, se escogió esta estrella como símbolo que figura en la bandera de Israel. Existen otros símbolos de tradición más antigua en la religión judía como es por ejemplo el Menorá o candelabro de siete brazos, pero no es este, el tema de esta glosa.
         Todas sabemos que la media luna, es un símbolo islámico, pero al igual que le sucede a la llamada estrella de David, sus orígenes son inciertos y su significado es variable. La teoría más extendida refleja la importancia de este símbolo en la relación que el islam tiene con los ciclos lunares. La luna creciente anuncia el Sagrado mes del Ramadán para el creyente mahometano. La media luna es también un recordatorio simbólico de que la vida llega y se va en el tiempo asignado a ella. La media luna, emblema de los otomanos, se convirtió, a partir de la Edad Media, en el símbolo de la mayor parte de los países musulmanes y la estrella que muchas veces figura entre las puntas de la media luna creciente, hace alusión al paraíso que todo creyente musulmán espera.
         Por el contrario, nuestra cruz a diferencia de los dos signos anteriores, tiene un claro significado y un rico simbolismo. Para comprender la grandeza de este simbolismo, conviene que refresquemos nuestra memoria. Todo comienza con la creación del ser humano. Para Edward Leen: “El primordial propósito de la creación fue que la perfección infinita de Dios se pusiera de manifiesto en otros seres que debían de ser reflejo de su existencia y de su belleza. Entre estos seres tenía que haber algunos que fueran imágenes de la vida consciente de Dios, de su vida de conocimiento y amor”. Y fuimos creados, para que se manifieste en nosotros la gloria de Dios, participando nosotros de ella misma. San Francisco de Sales escribe diciendo: Dios hizo al hombre recto” (Ecl 7,30) de modo que la carne del hombre obedecía sin oposición a su espíritu y el espíritu humano a Dios. Intervino el pecado y transformó este hermoso orden; de aquí que la vida del hombre comenzara a ser continua guerra: Pues la carne codicia contra el espíritu y el espíritu contra la carne” (Gal 5,17). Es decir, el pecado original cambió todos los planes de Dios, pues el demonio con su tentación consentida por nuestros primeros padres, convirtió a estos y a todos sus descendientes en prisioneros de satanás. Este fue el gran triunfo del demonio.
         Pero las consecuencias de este triunfo demoniaco, habían de ser anuladas y nosotros deberíamos quedar liberados de la esclavitud del demonio. Y para ello Dios en su infinita bondad y amor a nosotros, dio a este problema la más maravillosa de las soluciones, permitiéndonos que pasásemos a ser hijos suyos e integrarnos en su gloria. En los Evangelios se puede leer: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16)” Y su Hijo unigénito voluntariamente para redimirnos de nuestra situación de esclavos de satanás, vino a este mundo y realizando la más maravillosa y desinteresada acción que hombre alguno pueda realizar, cual fue nuestra Redención y subsiguiente salvación de todos nosotros, pues se entrego a su Pasión, Agonía en Getsemaní, crucifixión y muerte en la Cruz. Y esta Cruz alzada en el centro de la historia humana es el testimonio elocuente del amor de Dios por los hombres y prueba de la derrota del demonio, pues en la cruz él fue aplastado y derrotado.
Por ello, si hay algo que más odie el demonio es la Cruz. El demonio sabe muy bien que la cruz es signo de su derrota y allí donde haya un alma enamorada de la Cruz de Cristo y abrazada a ella, el demonio está humillado por su derrota, cosa esta que es terrible para él dado su tremendo orgullo. Es por ello la existencia de esas constantes campañas, que continuamente están desatándose en todos los países cristianos contra el crucifijo, tratando de quitarlo de en medio. Curiosamente no todos los no cristianos están enrolados en estas campañas, cual es el caso de los hebreos. Los que más empeño ponen, no son los musulmanes como antiguamente así sucedía. En 1571, en el golfo de Lepanto, la media luna que formaban los bajeles otomanos, fue vencida por la formación de navíos, en forma de cruz que integraban la flota de la Santa Alianza, al mando de D. Juan de Austria e integrada mayoritariamente por naves españolas. Pero ahora son los descreídos, ateos, agnósticos, okupas, anti-sistemas y demás ralea la que comanda el demonio para tratar de acabar con el crucifijo. Pero es el caso, de que el Señor dejo dicho, algo que afecta a este tema: “Y yo te digo a ti que tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificare yo mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos, y cuanto atares en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos”. (Mt 16,18-19).
San Pablo escribía: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos; pero para los llamados -judíos o griegos- un Mesías que es la fuerza de Dios y sabiduría de Dios”. La cruz es nuestro signo por excelencia, es el camino de la cruz el único camino de salvación que el hombre tiene. El camino de la salvación pasa por la cruz y quien no se enamora viendo a Jesús crucificado en la cruz, jamás se enamorará. Para el que ama a Cristo llevar su Cruz es lo que nos hace mas parecidos a Él, es lo que más nos acerca a su amor. Todos tenemos una cruz que soportar en este mundo y ¡Ah! del que carezca de ella, pues como decía el santo Cura de Ars: “La mayor cruz es no tener cruz”, porque nuestra cruz, la cruz de cada uno de nosotros, es el signo que tenemos de pertenecer a Cristo, de ser ovejas de su rebaño.
En el parágrafo 2015 del Catecismo de la Iglesia católica se nos dice: “El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2 Tm. 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin, jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8)”.
(Fuente: Religión en Libertad)


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