Nótese que en el título se añadieron las palabras: "su historia y significado", con el fin de orientar a los lectores que se interesan por este tema, para quienes esperamos que sea de ayuda. Sin embargo también será de utilidad para cualquiera que acceda al mismo y pueda así comprender y amar la liturgia.
b) La plegaria en dirección al Oriente y con los
ojos hacia el cielo.
El gesto era muy común en los cultos paganos y
entre los hebreos, quienes oraban en dirección al templo de Jerusalén; pero los
cristianos, adoptándolo, le dieron un motivo enteramente propio y original.
Jesús, según el salmista, subió al cielo por la parte de oriente, donde
actualmente se encuentra (el cielo), y del oriente había dicho que debíamos
esperar su retorno. Maranatha! Veni, Domine Iesu! (1), oraba ya el autor
de la Didaché. Las Constituciones Apostólicas se refieren a este
primordial significado cuando prescriben que después de la homilía, estando de
pie y dirigidos hacia el oriente... todos a una sola voz oren a Dios, que subió
al cielo superior por la parte del oriente. Además, del oriente sale la luz,
los cristianos son llamados hijos de la luz, y su Dios, la verdadera luz del
mundo, es el Oriente, el Sol de Justicia. En el oriente estaba situado el
paraíso terrenal, "y nosotros -escribe San Basilio-, cuando oramos,
miramos hacia el oriente, pero pocos sabemos que buscamos la antigua patria."
Debemos tener en cuenta que la orientación en la
plegaria (orientarse es buscar el oriente como referencia) era, sobre todo, una
costumbre oriental, mucho menos conocida en Occidente, al menos en su origen.
Solamente más tarde, hacia los siglos VII-VIII, por influencias
bizantino-galicanas, se sintió el escrúpulo de la orientación, que se manifestó
en la construcción de las iglesias, así como en la posición de los fieles y del
celebrante durante la oración. El Ordo Romanus lo atestigua para Roma.
Terminado el canto del Kyrie, nota la rúbrica: Dirigens se pontifex
contra populum, dicens " pax vobis " et regirans se ad
orientem, usquedum finiatur. Post hoc dirigens se iterum ad populum, dicit
"pax vobis" et regirans se ad orientem, dicit oremus ." Et
sequitur oratio (2) . Todavía algún tiempo después, un sacramentario
gregoriano del siglo IX prescribe que en el Jueves Santo el obispo pronuncie en
la solemne oración consecratoria del crisma respiciens ad orientem (3).
Después su práctica, si bien no desconocida por la devoción privada medieval,
tuvo entre nosotros una escasa aceptación y ningún reconocimiento oficial en la
liturgia.
Sin embargo, un gesto que se puede considerar
equivalente, común también a los hebreos y gentiles, prevaleció en Roma y en
África: el de orar no sólo con los brazos, sino también con los ojos
dirigidos al cielo. Ya Tertuliano lo ponía de relieve: Illud ( ad
caelum ) suspicientes oramus (4). Y es cierto que el antiquísimo
prólogo de la anáfora, cuando amonestaba con el Sursum corda... (5)
invitaba a adoptar el gesto que mejor expresaba aquel sentimiento: levantar los
ojos al cielo, como leemos en una fórmula del Testamentum Domini ( Proclamatio
diaconi ) : Sursum oculos cordium vestrorum, Angeli inspiciunt (6).
En esta postura, el emperador Constantino mandó acuñar algunas monedas, de las
cuales poseemos todavía algunos ejemplares: vultu in caelum sublato, et
manibus expansis instar precantis (7).
Las actuales rúbricas del misal prescriben varias
veces al celebrante que adopte este gesto de filial confianza en Dios,
distinguiendo una doble forma del mismo:
a ) Una simple mirada al cielo (indicado por la cruz)
al Munda cor meum antes del evangelio; al Suscipe Sancte Pater, del
ofertorio; al Súscipe, Sancta Trinitas, antes de la bendición, y al Te
igitur, al comienzo del canon; después de aquella mirada, los ojos se
repliegan súbitamente sobre el altar ( statím demissis oculis ) (8).
b ) Una mirada fija y prolongada mientras se
profieren las palabras “ Veni, Sanctificator omnipotens aeterne Deus”, en
el ofertorio, al “ et elevatis oculis in coelum” que precede a la
consagración y al “ Benedicat vos, omnipotens Deus” (9) , en la
bendición final.
c) La oración de rodillas.
Como veremos más adelante, esta plegaria, en la
liturgia, es, sobre todo, un gesto de carácter penitencial; sin embargo, en
la devoción privada es la actitud que mejor responde a las ordinarias
elevaciones de la criatura hacia Dios. San Pablo nos habla de ella en este
sentido: Flecto genua mea ad Patrem D. N. lesu Christi (10). Debía ser
tal como es todavía la postura normal del cristiano en sus oraciones privadas.
Constantino, según Eusebio, in intimis palatií sui penetralibus, quotidie,
statis horis, sese includens, remotis arbitris, solus cum solo colloquebatur Deo
et in genua provolutus, ea quibus opus haberet, supplici prece postulabat (11).
Algunas veces, sin embargo, el ponerse de rodillas es el efecto de una intensa
emoción religiosa del alma. Cristo, positis genibus (12) oró en
Getsemaní; San Esteban se arrodilló para unirse a Dios en el momento supremo;
San Ignacio, de rodillas, oró por las iglesias antes de su martirio: cum
genuflexione omnium fratrum (13). Por un motivo parecido es por lo que la
rúbrica prescribe arrodillarse durante el solemne momento de la consagración y
de la elevación, ante el Santísimo Sacramento expuesto y en el canto de algunas
invocaciones enfáticas: Veni, Sáncte Spiritus; O crux, ave; Ave, maris
stella (14).
d) La oración con las manos juntas.
Es un gesto muy expresivo y edificante, pero que
no encontró precedentes en los antiguos, salvo un texto de la Passio
Perpetuae, escrita alrededor del 200. Describiendo una de sus visiones,
Perpetua dice haber visto a un anciano con traje de pastor que le daba de cáseo
quod mulgebat quasi buccellam; et ego accepi iunctis manibus, et
manducavi et universi círcumstantes dixerunt: Amen (15).
La costumbre de las manos juntas nació en la Edad
Media y muy posiblemente deriva de las formas de homenaje del sistema feudal
germánico, según el cual el feudatario se presentaba ante su señor con las
manos juntas, para recibir de él el signo externo de la investidura feudal. En
el siglo XII se había ya popularizado. El cardenal Langton en el Sínodo de
Oxford de 1222 recomienda a los fieles de estar “junctis manibus” a la hora de
la elevación de la Hostia en la Misa.
El gesto con las manos juntas es el más común en la
liturgia, lo mismo para el sacerdote como para los ministros asistentes.
Durante la misa es propio de las oraciones que van después de las tres clásicas
del núcleo más antiguo (colecta, secreta y postcomunión).
1. “Ven, Señor nuestro. Ven, Señor
Jesús”. Es la expresión aramea con su traducción al latín, adaptada a Nuestro
Señor Jesucristo.
2. Dirigiéndose el pontífice hacia
el pueblo, diciendo “pax vobis” (la paz sea con vosotros) y girándose de nuevo
hacia oriente, hasta que acabe. Después de esto, dirigiéndose de nuevo al
pueblo, dice: “pax vobis” y girándose de nuevo a oriente, dice “oremus”. Y
sigue la oración.
3. Mirando hacia oriente.
4. Esto mirando al cielo rezamos.
5. Levantemos el corazón.
6. Testamento del Señor
(Proclamación del diácono): Los ángeles contemplan los ojos de vuestros
corazones mirando hacia arriba.
7. Con el rostro elevado al cielo y
con las manos extendidas a la manera del que reza.
8. a) Limpia mi corazón; Recibe,
padre Santo; Recibe, Santa trinidad; A ti, pues; bajados luego los ojos.
9. b) Ven, santificador omnipotente
eterno Dios; Y elevados los ojos al cielo; Los bendiga Dios omnipotente.
10.
Doblo mis rodillas hacia el Padre de Nuestro Señor Jesucristo.
11.
En el lugar más recogido de su palacio, cada día, en las horas fijadas,
encerrándose sin testigos que le viesen, hablaba él solo, sólo con Dios, y
vuelto de rodillas, con ruego suplicante pedía aquellas cosas de las que tenía
necesidad.
12.
Puesto de rodillas.
13.
Con la genuflexión de todos los hermanos (arrodillándose todos los
hermanos).
14.
Ven, Espíritu Santo; Salve, oh cruz; Salve, estrella del mar.
15.
Texto de la “Pasión de Perpetua”: el pastor le dio como un bocado del
requesón que ordeñaba; y yo lo recibí con las manos juntas y comí, y todos los
presentes dijeron: Amén.
(Fuente: Germinans Germinabit)
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