miércoles, 30 de mayo de 2012

La fortaleza de Benedicto XVI

Reproducimos la traducción que el blog amigo La Bohardilla de Jerónimo ha hecho de un artículo publicado por Víctor Messori, que debe ser leido con detenimiento.
Es el reflejo condicionado de la profesión. Comprensible, tal vez debido, pero que a veces parece un poco abusivo. Hablo del tamiz al que los periódicos someten los textos papales para encontrar alguna alusión a los eventos de la actualidad eclesial. Al respecto, he leído con atención el texto completo de la homilía pronunciada ayer por Benedicto XVI en la Misa de Pentecostés. Dicen que la ha escrito totalmente de su puño y letra, a diferencia de muchas otras cosas en las que se limita a revisar lo que preparan según sus instrucciones, orales o escritas.
 He encontrado una página de alta espiritualidad, un apremiante llamado, no sólo a los fieles sino a la humanidad entera, a reencontrar comprensión y comunión, abandonando tantos contrastes, resueltos tal vez con la violencia. También la comparación entre Pentecostés, signo de unión, y Babel, signo de desunión, es un clásico del arte homilético. También la utilizó el maestro inalcanzable del género, el mítico Bossuet, predicador en la corte del Rey Sol.

Pero – y si soy desmentido no me quejaré – no me ha parecido encontrar ningún vínculo con la actual crónica negra eclesial. Y digo negra de manera intencional, porque me parece recordar que es una de las poquísimas veces, desde el final del poder temporal, que se habla de alguien, además un laico, encerrado por “sacerdotes” en su cárcel. No son las secretas del Palacio del Santo Oficio, donde el cardenal Ratzinger ha trabajado por un cuarto de siglo, pero, en definitiva, ha causado gran impresión.

La celda del ayudante de cámara, entre otras cosas, nos recuerda una realidad a menudo olvidada: el Vaticano, a pesar del escaso medio kilómetro cuadrado de superficie, es un Estado entre los Estados, se sienta en la ONU, tiene una bandera, un escudo, un himno, tiene un periódico y una gaceta oficial, tiene embajadas, policía, fuerzas armadas, tribunales, una radio, una estación ferroviaria. Tiene también la comentada banca central; y, de hecho, tiene una prisión. Importante, digo, no olvidarlo, porque (como ha sido observado también recientemente) se sigue confundiendo entre Ciudad del Vaticano e Iglesia, mientras que no son lo mismo. Así, por ejemplo, las cuestiones del IOR o del Osservatore Romano o de las embajadas en el mundo, las nunciaturas, conciernen al Estado, no a la Iglesia. También el episodio clamoroso del arresto de estos días y la filtración de documentos que la ha precedido no tienen ninguna relevancia religiosa, conciernen a la policía y los magistrados vaticanos, por lo tanto al Estado, no ciertamente a la Iglesia.

Pero, para volver a la homilía de ayer de Benedicto XVI. Probablemente había sido escrita tiempo atrás pero, incluso si su misma escritura hubiera sido recientísima, era muy improbable encontrarse referencias a esto. También porque, lo reiteramos, no se trata de eventos que conciernen a la enseñanza de aquel Custodio de la fe y de la moral que es el Sucesor de Pedro.

La ocasión litúrgica era la de Pentecostés que, lo recordó el mismo Papa, es como el “bautismo” de la Iglesia, nacida pocos días antes, es decir, después de la Ascensión al Cielo de Jesús. El profesor Ratzinger era, y es, un gran experto de teología dogmática y tenía – tiene – una óptima preparación en exegesis bíblica, como ha confirmado también en los dos libros hasta ahora publicados sobre el Jesús histórico. No es especialista en historia eclesiástica, pero es también esta una disciplina en la que se mueve con desenvoltura. Por lo tanto, sabe bien que es en gran parte abusivo aquel mito de la Igelsia primitiva, compuesta totalmente de santos, cultivado también hoy por quien se opone a la Santa Sede actual, invocando el retorno a los orígenes. El mito nace de algunos versículos de los Hechos de los Apóstoles que describen la idílica comunidad primitiva de Jerusalén, donde todos se aman y ponen todos sus bienes en común.

Por desgracia, duró poco, porque las comunidades iniciales, compuestas por judíos, se dividieron enseguida en su interior entre “helenistas” y “judaizantes”, sin exclusión de culpas. Tanto que hubo de inmediato un cisma, el de los judeo-cristianos. Las cartas de Pablo nos dan un panorama inesperado y un poco desalentador: las iglesias, a menudo fundadas por él mismo, por lo tanto recién nacidas, no estaban sólo ya divididas en el plano doctrinal sino que a menudo no brillaban tampoco por moralidad y el Apóstol debe reprender, exhortar, estigmatizar comportamientos pecaminosos.

Haciendo un salto temporal, no olvidemos que en muchas ciudades del África septentrional, donde el cristianismo se había implantado rápidamente, fueron con frecuencia cristianos quienes abrieron las puertas a los musulmanes, aclamándolos a su ingreso. Mejor ellos, decían, que los bizantinos que mandaban en aquellas tierras; y mejor también que las continuas luchas, a menudo bastante sangrientas, y que la inmoralidad, de las infinitas sectas y facciones que se enfrentaban dentro de la Iglesia. Vengan, por lo tanto, gritaban los bautizados cansados de aquellas violencias, vengan los discípulos de Mahoma a poner un poco de orden entre aquellos sedicentes seguidores del Evangelio y cargados en cambio de todo pecado.

¿Por qué recordar estas cosas? Porque la serenidad de Benedicto XVI nace de la conciencia que, desde los comienzos – precisamente en Pentecostés -, la institución eclesial ha estado raramente a la altura del ideal. La imperfección es la norma, allí donde hay hombres. Alguno ha llegado al punto de hablar de una suerte de apatía suya frente a los recientes graves episodios que no tocan, ciertamente, la teología, pero que hieren la máquina institucional, con el peligro de escándalo para los fieles y de pérdida de credibilidad del entero catolicismo. Está incluso quien, diciendo hablar como amigo al Papa y por el bien de la Iglesia, ha augurado la renuncia que lo lleve a retomar, finalmente, su verdadera vocación: la del estudioso, retirado en un monasterio, sólo con sus libros. Dejando a algún otro, más activo y atento a la vida concreta de la Iglesia, la gestión de las cosas. Pero estos amigos de Joseph Ratzinger de cuya buena fe no queremos dudar no se dan cuenta que, de este modo, hacen el juego precisamente a sus opositores, si realmente lo quieren inducir a irse con eventos como la filtración de los documentos privados. En cuanto a la apatía, quien habla de eso ignora que Benedicto XVI no ama el clamor sino el trabajo paciente, meditado, respetuoso de las personas y que cuanto ha hecho, y hace, escapa a menudo a los medios pero no es, de hecho, irrelevante. Y pronto, se dice, se tendrá una pueba que sorprenderá a quien lo acusa de distancia de los hechos.

Queda, de todos modos, el hecho de que un teólogo como él es totalmente consciente que la Iglesia ha sido, es, y será siempre, como decían los Padres, “immaculata ex maculatis”: sin mancha en su Misterio, que es Cristo mismo, y demasiado a menudo sucia en su envoltura institucional, compuesta por hombres que los sacramentos no han hecho a todos santos. El Papa sabe bien que la Persona de la Iglesia no debe ser confundida con su personal. Dolorido, ciertamente, y lo ha dicho sin vacilar frente a la pederastia de mucho clero y frente a otros hechos penosos. Pero es un dolor que no merma de ningún modo su convicción de que, por mucho que hagan los hombres de la Iglesia, por mucho que pequen los hombres de la institución, nunca lograrán afecta lo que importa. Es decir, la fe en el Inocente por antonomasia que precisamente el día de Pentecostés ha comenzado su marcha misionera por el mundo entero. Lo que importa, ha dicho una vez, es la perla, no el poco agraciado envoltorio.

(Fuente: La Bohardilla de Jerónimo)


martes, 29 de mayo de 2012

Internet: una realidad capaz de ser útil

En Internet encontramos imágenes y filmaciones, textos y música, conferencias y libros, amigos y anónimos misteriosos.

Se trata de un mundo complejo y lleno de presencias. ¿Por qué está todo eso allí? Porque hombres y mujeres concretos, un día, decidieron poner una foto, una grabación, un comentario, un texto.

En otras palabras, detrás de todo lo que encuentro en Internet hay personas concretas que han puesto material, o que han usado programas muy sofisticados para que algunos “datos”, preparados por otros, se hagan presentes en la gran red mundial.
Lo que encuentro en Internet es, por lo tanto, el resultado de ese impulso humano de compartir lo que es considerado como algo interesante para otros.

El material bueno, gracias a Dios, es enorme. Los católicos podemos encontrar informaciones valiosas del pasado y del presente de la Iglesia, así como documentos de todos los tiempos sobre lo que santos y teólogos han pensado sobre nuestra fe. Hay mucho material para catequesis, grabaciones de vídeos formativos, programas radiofónicos sobre la doctrina católica, fotos para usar en conferencias, y un largo etcétera.

Por desgracia, también hay cosas malas, mentiras, imágenes que degradan al ser humano, filmaciones de agresiones sobre inocentes. Personas concretas han introducido (“han colgado”) una gran cantidad de páginas que avergüenzan a muchos de los que llegan a ellas.

Surge entonces la pregunta: ¿también yo puedo ser protagonista? Muchos ya saben la respuesta: sí, en Internet casi todos podemos ser protagonistas, casi todos podemos introducir material para los demás.

 Pero entonces, ¿qué puedo introducir? Normalmente cada uno da lo que tiene. Quien es amante de la música puede poner audiciones y comentarios sobre canciones. Quien es amante de la literatura, puede poner libros y resúmenes o juicios sobre los mismos. Quien es amante de la historia, puede ofrecer sus opiniones sobre hechos del pasado.

El católico, ¿qué ofrecerá? Podrá, por ejemplo, responder a preguntas de otros, o colaborar en enciclopedias abiertas (como Wikipedia y parecidas), o crear blogs donde difundir ideas sobre el cristianismo, o digitalizar (con los debidos permisos) textos que ayuden a crecer en la vida espiritual.

Cada bautizado puede convertirse, desde su amor a Cristo y su deseo de vivir como célula viva de la Iglesia, en un pequeño protagonista en el mundo de Internet. De este modo, lo que aparezca en la inmensa marejada de información mundial quedará bañado de Evangelio.

Será posible, entonces, que muchos puedan descubrir que el rostro de Cristo está presente en el variopinto universo digital (cf. Benedicto XVI, exhortación apostólica “Verbum Domini” n. 113); es decir, que también el Maestro recorre los nuevos ámbitos humanos, como los que se han abierto en el inmenso mundo de Internet.

(Fuente: Church Forum)


domingo, 27 de mayo de 2012

PENTECOSTES

En Pentecostés, animada por el Paráclito, brilla vivificada la catolicidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo esparcido por el mundo-universo entero.
La Iglesia está compuesta por hombres y mujeres de toda raza y cultura, reunidos en la fe y en el amor de la Santísima Trinidad, para ser signo e instrumento de la unidad de todo el género humano.

sábado, 26 de mayo de 2012

El diario "L'Osservatore Romano", ha publicado hoy en su edicion digital, la concesion del don de la indulgencia por parte de Benedicto XVI, a quienes participen de las actividades del VII Encuentro Mundial de las Familias, que se realizara en Milan desde el 30 del corriente mes hasta el 3 de junio. La concesion alcanza a quienes esten impedidos de participar personalmente, segun las condiciones estipuladas abajo.

Decreto de la Penitenciaría Apostólica
Indulgencias con ocasión
del VII Encuentro mundial de las familias
Penitenciaría Apostólica
Milán
Decreto
Se concede el don de las Indulgencias a los fieles con ocasión del VII Encuentro mundial de las familias, a celebrarse en Milán del 30 de mayo al 3 de junio de 2012.
La sociedad familiar se celebrará en el inminente Encuentro mundial de Milán sobre el tema «La familia, el trabajo y la fiesta», con el fin de señalar cómo conciliar mejor las exigencias de la familia con las exigencias del trabajo y de los días de fiesta, especialmente del domingo, Pascua semanal, día del Señor y día del hombre, día de la familia y de la comunidad.
A fin de que los fieles se preparen espiritualmente para participar de la mejor forma en este acontecimiento, Su Santidad Benedicto XVI les concede de buen grado el don de las Indulgencias según las siguientes disposiciones, de modo que, verdaderamente arrepentidos y estimulados por la caridad, se entreguen a la santificación de la familia, siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Jesús, María y José.
Se concede la Indulgencia plenaria con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Santo Padre) a los fieles que, con el alma totalmente desapegada de cualquier pecado, participen devotamente en cualquier función durante dicho Encuentro mundial de la familias, así como en su solemne conclusión.
Los fieles imposibilitados a participar en dicho acontecimiento podrán lucrar la Indulgencia plenaria, con las mismas condiciones, si, unidos espiritualmente a los fieles presentes en Milán, recitan en familia el «Padrenuestro», el «Credo» y otras oraciones piadosas para invocar de la Divina Misericordia las finalidades antes indicadas, especialmente cuando las palabras del Pontífice se transmitan por televisión y por radio.
Se concede, además, la Indulgencia parcial a los fieles cada vez que, con corazón contrito, recen en el tiempo indicado por el bien de las familias.
Este decreto tiene validez para esta ocasión. No obstante cualquier disposición contraria.
Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 17 de mayo de 2012, en la solemnidad de la Ascensión del Señor.
Manuel Card. Monteiro de Castro
Penitenciario mayor
Gianfranco Girotti, o.f.m.conv.
Obispo titular de Meta, regente
(Fuente L'Osservatore Romano)

jueves, 24 de mayo de 2012

A 50 años del Concilio Vaticano II


Nuestro blog no puede dejar pasar la siguiente publicación hecha por el blog amigo “La Bohardilla de Jerónimo”, sobre todo en circunstancias en que estamos próximos a cumplir los 50 años de la apertura del Concilio Vaticano II. El texto puede ayudar a quienes aún no han  podido (o no han querido) aceptar sus directivas como una “renovación en la continuidad, sino entendiéndolas como una “reforma a partir de una ruptura”. En consecuencia se transcribe a continuación toda la entrada publicada ayer.


El sub-secretario de la Congregación para el Culto Divino, Mons. Juan Miguel Ferrer Grenesche, participó hace pocos días en una Conferencia sobre canto gregoriano, en la cual habló ampliamente de la interpretación del Concilio Vaticano II, de los verdaderos enemigos de dicha asamblea conciliar, de las causas de la crisis post-conciliar y la secularización intra-eclesial, así como también de los desafíos que su dicasterio tiene por delante luego del Motu proprio “Quaerit semper”, de Benedicto XVI, que ha pedido que la Congregación se dedique principalmente a la promoción de la Sagrada Liturgia. El sacerdote español ha afirmado que está en curso la renovación del dicasterio para poder ocuparse orgánicamente de las prioridades asignadas por el Santo Padre. Omitimos traducir la parte referida en particular al canto gregoriano, de la cual se ofrecen amplios pasajes en el sitio Chiesa, de Sandro Magister.

Todos conocen la insistencia y la centralidad que el Santo Padre Benedicto XVI ha querido reservar durante todo su pontificado a la correcta y auténtica aplicación de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.

¿Pero se trata realmente de una novedad? De hecho, no. Esta solicitud es, de hecho, manifestación de un natural y lógico interés por parte de los supremos pastores de la Iglesia, que se ha vuelto mucho más urgente cuando, transcurrido un lapso razonable de tiempo, se ha hecho posible hacer un balance de tal recepción, en cuyo surco Benedicto XVI prosigue el ejercicio de conducción del arado apostólico. Juan Pablo I, como es evidente por el nombre mismo por él elegido e inspirado en sus dos últimos predecesores – aquellos que habían convocado y concluido, respectivamente, el Concilio -, se había ya planteado tal objetivo, a pesar de que la brevedad de su pontificado no le haya concedido tiempo para proseguir ampliamente tal compromiso pastoral. Y Juan Pablo II no se ha limitado, de hecho, solamente a recoger el testimonio del nombre de su predecesor sino, sobre todo, a partir del Sínodo extraordinario de 1985, a 20 años del Concilio, ha asumido el objetivo prioritario de asegurar una recepción auténtica del Concilio Vaticano II.

El nombramiento por parte de Juan Pablo II del teólogo Cardenal Ratzinger a la cabeza de la Congregación para la Doctrina de la Fe tiene mucho que ver con tal desafío pastoral. Durante su acción como jefe de la Congregación, Ratzinger reveló y confirmó con los hechos hasta qué punto estaba convencido de que la interpretación y recepción auténtica del Concilio está estrechamente vinculada a la asunción de la continuidad respecto a todo el Magisterio anterior de la Iglesia, lo que él define “hermenéutica de la continuidad”, frente a una bastante frecuente “hermenéutica de la ruptura”, como clave hermenéutica de los documentos conciliares. Serán los documentos sobre la Teología de la liberación ("De theologia liberationis", del 6 agosto 1984: AAS 76 [1984], pp. 876-909) y la declaración “Dominus Iesus” del 6 de agosto de 2000 sobre la unicidad de la salvación ("Notitiae" 36 [2000], pp. 408-437) las piezas más explícitas para mostrar tal impostación. Corresponde, sin embargo, al Catecismo de la Iglesia Católica (1992 e 1997) el rol de documento-clave en este sentido, destinado a tener y a ejercer el mayor peso doctrinal y a suscitar las más amplias repercusiones.



En el libro-entrevista “Informe sobre la fe” (Ratzinger-Messori, 1985), el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, al preparar el Sínodo extraordinario, ya tocaba los puntos focales, señalando cómo se hacía particularmente urgente la correcta, es decir, auténtica, relectura de la extraordinaria riqueza de la enseñanza conciliar.

Cada Concilio, en materia de definiciones o afirmaciones de fe, está sujeto a los límites de lo humano y lo contingente. No toda enseñanza del Vaticano II puede, por lo tanto, ni pretende, tener el mismo valor o la misma validez con el pasar de los años. Es, por lo tanto, absolutamente legítimo leer los textos con sentido crítico, siempre que la garantía de una correcta acción pastoral, más allá de cualquier lícito juicio personal o de debate académico, garantice su “obediencia pastoral” al Papa y al Colegio Episcopal reunido en comunión con él, es decir, a la Tradición viviente de la Iglesia. Y para ser más exactos, la enseñanza de los Papas del post-Concilio y el fruto de los trabajos de los diversos Sínodos celebrados en el curso de los últimos cincuenta años nos colocan frente a la certeza que el Magisterio del Concilio Vaticano II continua siendo, en su organicidad, válido, oportuno y necesario para la Iglesia actual.

¿Quiénes son, por lo tanto, los enemigos de la doctrina y de la renovación promovida en la Iglesia por el Concilio Vaticano II? De hecho, la respuesta más clara e inmediata parecería tener que decir: aquellos que, desde el principio, lo han rechazado, considerando su enseñanza inoportuna e imprudente y, todavía más, incongruente y contradictoria con la enseñanza y la disciplina siempre vigentes. Detrás de esta posición se insinúa, de hecho, un juicio – en mi opinión – extremadamente genérico y excesivamente rigorista, que no se puede admitir sin poner seriamente en peligro las verdades de la asistencia del Espíritu y de la promesa de la Providencia, así como aquellas de la autoridad y la infalibilidad de Pedro y sus sucesores.

Sin embargo, la reivindicación de la facultad de ejecución de una lectura crítica sobre algunos puntos concretos de los documentos conciliares – como ya mencioné anteriormente – es plenamente compatible con la noción de obediente aceptación de la enseñanza conciliares, tal como es propuesto y proclamado por los legítimos Pastores de la Iglesia. Por lo tanto, sostengo con plena convicción que los auténticos y más concretos enemigos de la enseñanza del Vaticano II son aquellos que, teniéndolo siempre en los labios o en la mano como un arma pronta a ser lanzada – si bien refiriéndose más a su “espíritu” que a su efectiva y comprobada enseñanza y sin perder ocasión, probablemente para reforzar tal presunto “espíritu”, de reiterar que nos encontramos ya, de hecho, frente a la necesidad de un nuevo Concilio –, lo interpretan como antítesis o ruptura de la enseñanza y de la disciplina precedentes (tesis). Ellos afirman, además, la ilusoria pretensión, aunque astuta, de que tal manipulación o lectura “antitética” del Concilio permita volver a las fuentes de un cristianismo auténtico y primitivo, capaz de implicar mediante su comprensión genial de la realidad y no en virtud de los efectos de nuestra inserción, determinado por la obediencia de la fe, en la línea vital y vitalizante de la tradición eclesial. Son ellos, “neo-gnósticos” en ámbito doctrinal” y “neo-arqueologistas” en ámbito litúrgico, los más peligrosos enemigos del Concilio.

Volviendo, por lo tanto, a las preocupaciones del Magisterio post-conciliar, es necesario inevitablemente señalar la importancia dada al dramático fenómeno del ateísmo en masa, sobre todo práctico, pero en muchos sentidos teórico o doctrinal en su sutil laicismo militante cada vez más encendido.

Luego de las dos últimas guerras mundiales, en el preocupante clima de la así llamada guerra fría, se han afirmado en el mundo algunas poderosas tendencias de pensamiento: por un lado, un realismo materialista privado de esperanza, conocido como existencialismo ateo y centrado en la noción sartreana de “náusea”, y por el otro, la autoproyección consciente de una esperanza intra-mundana transmitida por utopías políticas, como el marxismo, o hedonistas, declinadas en las diversas modalidades del liberalismo radical ético y económico.

La conclusión del Concilio, y sobre todo su primera recepción y aplicación, tienen lugar en este específico clima cultural, prolongándose, con diversas modalidades, hasta nuestros días. Clave de comprensión de la lectura antitética del Concilio está en identificar hasta qué punto, para algunos, las ideologías dominantes, más que la tradición de la Iglesia, han constituido la clave hermenéutica para la interpretación de los documentos conciliares.

¿Cuál es la causa determinante de todo esto?

Probablemente, sobre algunos ha ejercido su peso, por falta de una seria y convincente formación, el deseo inquieto de novedades. Creo, sin embargo, que para la mayor parte se ha tratado de una búsqueda de respuestas a un problema real y urgente, si bien hecho – por decirlo en términos prestados de la medicina – a través de un diagnóstico equivocado y una terapia contraindicada. Ha sido sostenido con autoridad que entre los motivos del alejamiento respecto al cristianismo por parte del hombre contemporáneo están la división o el exceso de separacionismo con que se han explicado y vivido el orden natural y el sobrenatural. El remedio consistía en poner en evidencia la proximidad entre los dos planos y su “continuidad”. De este modo, el hombre contemporáneo habría visto la cercanía del mensaje cristiano y de su propuesta de vida con las propias aspiraciones y los propios proyectos. Pero la propuesta, en cambio, se ha traducido bien pronto en una “secularización” de la vida y de la enseñanza cristiana. Lo que buscaba, por lo tanto, evitar el avance del ateísmo de masa, ha terminado por alimentar el secularismo en la misma Iglesia; y lo que los adversarios consideraban poder introducir con lentitud y dificultad en el pueblo cristiano y frenar en las tierras de misión, ha terminado difundiéndose con inusitada rapidez, precisamente a través de la enseñanza teológica, la predicación, la catequesis, la misión e incluso la liturgia, secularizándolas. Una problemática aún persistente y cuyos nocivos efectos aún hoy sufrimos.

En este contexto debe entenderse la llamada de Sínodo de 1985 para que la Iglesia viva de la Palabra de Dios y de la Liturgia y, partiendo de una teología de la Cruz, se esfuerce con dedicación, firmemente unida en la Comunión, en su esencial compromiso misionero. De aquí la insistencia en la importancia de recuperar en la Liturgia el sentido de lo sagrado, es decir, el primado de Dios y de su acción, y una catequesis mistagógica, es decir, inspirada y nutrida por la experiencia sobrenatural vivida en la Liturgia a través de la Palabra y los signos eficaces eclesialmente transmitidos, comprendidos y vitalizados.



En campo litúrgico, la Carta Apostólica “Vicesimus quintus annus” (diciembre de 1988) y la II parte del Catecismo de la Iglesia Católica (octubre de 1992 y agosto de 1997), titulada “La celebración del Misterio cristiano”, marcan la respuesta del Magisterio al respecto y la correcta recepción e interpretación del Concilio. La posibilidad concreta de afrontar y ofrecer una respuesta adecuada e inteligible al ser humano contemporáneo pasa exclusivamente a través de la reapropiación de una identidad cristiana clara y bien definida, que nazca y se alimente de la fuente de la Liturgia y que no ofrezca ni oro, ni plata, sino sólo lo que posee, la salvación de Jesucristo, único Redentor de la humanidad (cfr. Hechos 1, 6), don impredecible, pero que para quienquiera que lo reciba se vuelve respuesta imprescindible y suprema a todos sus angustias más profundas.

Como en el Concilio, también en el Magisterio post-conciliar, y en particular en el de Benedicto XVI, la Sagrada Liturgia – divina Liturgia, como se dice en Oriente – asume una importancia fundamental. La Liturgia, de hecho, “opus Dei”, estimula a los creyentes a una experiencia vital de Dios y de su acción a través de la experiencia de la Fe. La Liturgia es, además, operante en la Iglesia, en cuyo seno nacen los “testigos” (mártires) del Evangelio. En la perspectiva, además, de la nueva evangelización, la Liturgia muestra con claridad y fuerza cómo debe ser considerada fuente y culmen de la vida y de la acción de la Iglesia ("Sacrosanctum Concilium", n. 10). En cuanto culmen, está llamada a orientar y precisar el objetivo de la acción pastoral de la Iglesia, que es la santificación de la humanidad, la “gloria de Dios” y la vida eterna; en cuanto fuente, hace comprender la centralidad y el primado de la acción de Dios y el valor que la creación posee en la cooperación y participación en la acción divina, revelando de ese modo sus dimensiones cósmica, social y eclesial, juntamente con su valor apologético en vistas a la presentación de las “realidades” de los contenidos de la fe cristiana al hombre contemporáneo, tan dependiente de lo “concreto” en la línea del positivismo científico.

A partir de esta perspectiva, asume una gran importancia el cuidado de la participación en la Liturgia por parte de los fieles (cfr. "Sacrosanctum Concilium", n. 14, y para las implicancias prácticas nn. 15-20). Tal insistencia del Concilio es ampliamente propuesta en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1140, leído a la luz de la entera sección nn. 1136-1186, y en el contexto más amplio del capítulo II, nn. 1135-1206, de la I seccione de la II parte). Benedicto XVI vuelve a proponer el mismo tema fundamental en la expresión “ars celebrandi”, que aparece en la Exhortación Apostólica Post-sinodal “Sacramentum Caritatis”, en los nn. 38.42, que debe leerse en relación con los nn. 52-63 del mismo documento, poniendo en evidencia la extrema importancia e interés que el tema asume en la Iglesia actual.

En este contexto debe entender el Motu Proprio “Quaerit semper”, del pasado mes de agosto (2011), con el cual el Santo Padre Benedicto XVI ha querido ulteriormente concentrar el trabajo de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos en sus competencias propiamente litúrgicas, afirmando:

“En las presentes circunstancias ha parecido conveniente que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos se dedique principalmente a dar nuevo impulso a la promoción de la Sagrada Liturgia en la Iglesia, según la renovación querida por el Concilio Vaticano II a partir de la Constitución Sacrosanctum Concilium”.

Las palabras del Santo Padre son muy precisas:

1. Él se refiere a las “presentes circunstancias”, es decir, al amplio contexto cultural y eclesial al que hemos hecho referencia;

2. Dice “principalmente”, en cuanto la Congregación mantiene en sí todas las otras competencias, también de disciplina sacramental, si bien en este ámbito ha cedido amplio espacio al Tribunal de la Rota Romana;

3. Habla de “nuevo impulso” y cita expresamente al Concilio Vaticano II y la “Sacrosanctum Concilium”, poniendo en evidencia de ese modo cómo los nuevos objetivos de la Congregación no comportan ninguna dicotomía con la acción del Magisterio precedente, y en particular con las enseñanzas conciliares rectamente entendidas;

4. Usa el vocablo “renovación”, y no “reforma”, entendiéndolo según lo enseñado por el beato Juan Pablo II en la Carta Apostólica "Vicesimus quintus annus" (nn. 3-4, y en particular el n. 14), en la que afirmaba – citando “Dominicae Cenae”, n-9 – que “es muy conveniente y necesario que continúe poniéndose en práctica una nueva e intensa educación, para descubrir las riquezas de la liturgia” y que, al mismo tiempo, “no se puede seguir hablando de cambios como en el tiempo de la publicación del Documento [es decir, la 'Sacrosanctum Concilium'] pero sí de una profundización cada vez más intensa de la Liturgia de la Iglesia, celebrada según los libros vigentes y vivida, ante todo, como un hecho de orden espiritual” ("Vicesimus quintus annus", n. 14).

En este sentido, el trabajo de la Congregación debe, en este momento, tener como su prioridad hacer que el pueblo de Dios que vive la liturgia en la forma ordinaria del Rito Romano integre cada vez más la propia plena y fructuosa participación en las celebraciones con una intensa educación y su con su naturaleza de un hecho de orden espiritual. Esto se traduce en una particular atención en asegurar en su interior un correcto cuidado del “ars celebrandi”.

Así también, deberán tenerse bien presentes los parágrafos reservados a este tema por el Santo Padre en la II parte de la “Sacramentum Caritatis”, allí donde se habla de “ars celebrandi” (nn. 38-42) y de "actuosa participatio" (nn. 52-63):

n. 39: El Obispo, liturgo por excelencia. Esto implica una atención particular a la formación, a la consulta y al apoyo por parte de la Congregación en relación al compromiso de cada Obispo y de las Conferencias de Obispos en materia litúrgica.

n. 40: El respeto de los libros litúrgicos y la riqueza de los signos. Esto comprende una primera fase de renovado empeño en el tratamiento de las “ediciones típicas” y, en un segundo momento, de garantía respecto a su correcta traducción y a su correcto uso, junto a un esfuerzo tendiente a poner adecuadamente en sentido, luz y valor, los signos litúrgicos según las rúbricas, las Praenotanda de los diversos libros litúrgicos y el “Caeremoniale Episcoporum” en su calidad de libro que, asumiendo la liturgia episcopal como modelo, constituye la expresión más completa de la Liturgia romana.

n. 41: El arte al servicio de la celebración. Esto exige que la Congregación se dedique con un empeño cada vez mayor a la definición y a la promoción de aquellos aspectos que deben ser entendidos como parte integrante de la Liturgia, como el lugar, el espacio, los utensilios y los ornamentos para la celebración.

n. 42: El canto litúrgico. Una necesaria y particular atención debe reservarse a la música y al canto para la liturgia, parte privilegiada del arte litúrgico, en la óptica de una recuperación de la especial atención que ella merece por parte de la Congregación.

nn. 52-63: La participación activa. Esta sección del documento pontificio obliga a la Congregación, en acuerdo con los otros Dicasterios de la Curia Romana, a proveer de modo especial en garantizar una correcta formación del clero y de los fieles en campo litúrgico, como elemento fundamental para una verdadera vida de cristianos y al desarrollo de la propia vocación específica en la Iglesia. Al mismo tiempo, implica una consideración cada vez más profunda de los temas urgentes de la traducción y, en particular, de la inculturación, partiendo de la perspectiva teológica y pastoral de facilitar la participación en la liturgia, más que de cualquier consideración de naturaleza socio-política o fundamentalmente intelectual, como aquella del “derecho de los pueblos”. Al mismo tiempo, la prioridad asignada a la pastoral litúrgica induce, siempre en una perspectiva inter-dicasterial, a tener presentes los importantes desafíos tanto ecuménicos (n. 56), como en el campo de la pastoral y de la caridad (n. 56) y de las pastoral general (nn. 57 y 61-63).
Fuente: "La Bohardilla de Jeronimo"






miércoles, 23 de mayo de 2012


Ven, Creador Espíritu...
El próximo domingo 27 de mayo  celebraremos la fiesta de Pentecostés. En esta séptima semana de Pascua, todos los textos litúrgicos nos animan para disponernos a celebrar esta solemnidad y recibir adecuadamente las gracias que el Señor quiera regalarnos.

“Aunque, en cierto sentido, todas las solemnidades litúrgicas de la Iglesia son grandes, ésta de Pentecostés lo es de una manera singular, porque marca, llegado al quincuagésimo día, el cumplimiento del acontecimiento de la Pascua, de la muerte y resurrección del Señor Jesús, a través del don del Espíritu del Resucitado. Para Pentecostés nos ha preparado en los días pasados la Iglesia con su oración, con la invocación repetida e intensa a Dios para obtener una renovada efusión del Espíritu Santo sobre nosotros. La Iglesia ha revivido así lo que aconteció en sus orígenes, cuando los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo de Jerusalén, «perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús, y con sus hermanos» (Hch 1, 14). Estaban reunidos en humilde y confiada espera de que se cumpliese la promesa del Padre que Jesús les había comunicado: «Seréis bautizados con Espíritu Santo, dentro de no muchos días… Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros» (Hch 1, 5.8). (…)
El Espíritu creador de todas las cosas y el Espíritu Santo que Cristo hizo descender desde el Padre sobre la comunidad de los discípulos son uno y el mismo: creación y redención se pertenecen mutuamente y constituyen, en el fondo, un único misterio de amor y de salvación. El Espíritu Santo es ante todo Espíritu Creador y por tanto Pentecostés es también fiesta de la creación. (…) 

El Espíritu Santo es Aquel que nos hace reconocer en Cristo al Señor, y nos hace pronunciar la profesión de fe de la Iglesia: «Jesús es el Señor» (cf. 1 Co 12, 3b). (…)
El Espíritu Santo se presenta como el soplo de Jesucristo resucitado (cf. Jn 20, 22)… (En el) relato de la creación… se dice que Dios sopló en la nariz del hombre un aliento de vida (cf. Gn 2, 7). El soplo de Dios es vida. Ahora, el Señor sopla en nuestra alma un nuevo aliento de vida, el Espíritu Santo, su más íntima esencia, y de este modo nos acoge en la familia de Dios. Con el Bautismo y la Confirmación se nos hace este don de modo específico, y con los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia se repite continuamente: el Señor sopla en nuestra alma un aliento de vida. Todos los sacramentos, cada uno a su manera, comunican al hombre la vida divina, gracias al Espíritu Santo que actúa en ellos.

En la liturgia de hoy vemos también una conexión ulterior. El Espíritu Santo es Creador, es al mismo tiempo Espíritu de Jesucristo, pero de modo que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo y único Dios. Y a la luz de la primera lectura podemos añadir: el Espíritu Santo anima a la Iglesia.” (Papa Benedicto XVI, Homilía del domingo 12 de junio de 2011).

Al acercarnos a la gran fiesta de Pentecostés, nos unimos para implorar la venida del Espíritu Santo sobre cada uno de los fieles cristianos, para que Él nos renueve interiormente, haciéndonos crecer en la fe, la esperanza y el amor.
“Ven, Espíritu creador, visita las almas de tus fieles, llena con tu divina gracia los corazones que creaste. Tú, a quien llamamos Paráclito, don de Dios Altísimo, fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción. Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú, dedo de la diestra del Padre; Tú, fiel promesa del Padre que inspiras nuestras palabras. Ilumina nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y, con tu perpetuo auxilio, fortalece la debilidad de nuestro cuerpo. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto la paz, sé nuestro director y guía para que evitemos todo mal. Por Ti conozcamos al Padre, al Hijo revélanos también; creamos en Ti, Su Espíritu, por los siglos de los siglos. Gloria a Dios Padre, y al Hijo, que resucitó, y al Espíritu Consolador, por los siglos de los siglos. Amén”.
(Fuente: Conoceréis de verdad.org)

sábado, 19 de mayo de 2012






Evangelio según San Juan 16,16-20. Ascensión del Señor - Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver". Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: "¿Qué significa esto que nos dice: “Dentro de poco ya no me verán, y poco después, me volverán a ver”? ¿Y que significa: “Yo me voy al Padre”?
Decían: "¿Qué es este poco de tiempo? No entendemos lo que quiere decir".  Jesús se dio cuenta de que deseaban interrogarlo y les dijo: "Ustedes se preguntan entre sí qué significan mis palabras: ´Dentro de poco, ya no me verán, y poco después, me volverán a ver´.  Les aseguro que ustedes van a llorar y se van a lamentar; el mundo, en cambio, se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero esa tristeza se convertirá en gozo” 
(Fuente: Conocereis de verdad)

sábado, 12 de mayo de 2012

La Reforma Litúrgica - Historia

Hace ya un tiempo, el blog "Temas de historia de la Iglesia" publicó una serie de notas con el título "Historia de la Reforma Litúrgica". Por considerarlas de interés se irán agregando aquí. Esperamos que al mismo tiempo de ampliar conocimientos sirvan para comprender la importancia de las reformas conciliares y su adhesión a la tradición secular a la Iglesia.

Historia de la reforma litúrgica (1) - Antecedentes

 

EL MOVIMIENTO LITÚRGICO EN TIEMPOS DE PÍO XII


La reforma litúrgica del Vaticano II es heredera del movimiento litúrgico, iniciado en Francia por Dom Prospero Gueranger hacia la mitad del siglo XIX. Dom Gueranger (en la foto, abajo) fue el restaurador de la orden benedictina en Francia, y para ello se instaló en el antiguo priorato benedictino de San Pedro de Solesmes, casi completamente destruido. Más tarde ese priorato fue erigido en abadía, convirtiéndose en la cabeza de una congregación monastica que puso la liturgia como principio fundamental de toda su espiritualidad, y lo mismo hicieron los hermanos Wolter con la restauración benedictina en Alemania. De este modo se contribuyó a crear una corriente de simpatía en torno a la celebración litúrgica por Europa y parte de América. Ese movimiento tuvo su primer espaldarazo pontificio con el “motu proprio” de san Pío X Tra le sollecitudini, del 22 de noviembre de 1903, en el que se decía: “Siendo nuestro mas ardiente deseo que el verdadero espíritu cristiano reflorezca de todas maneras y se mantenga en todos los fieles, es necesario preocuparse ante todo de la santidad y dignidad del templo, donde los fieles se reúnen para encontrar precisamente este espíritu en su fuente primera e indispensable, que es la participación activa en los sacrosantos misterios y en la plegaria pública y solemne de la Iglesia“.

Los centros monásticos de irradiación litúrgica crearon multitud de publicaciones, lanzadas por doquier para fomentar el amor a la liturgia y a la instrucción y participación activa de los fieles en la misma. Fue esto tan positivo que mereció una alabanza de Pío XII en su carta encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Esta irradiación del apostolado litúrgico estimuló a muchos a cultivar el estudio de la liturgia en sus fuentes y en sus diversos aspectos. De este modo se creaba un ambiente propicio para que prestigiosos sacerdotes, religiosos y laicos se reunieran periódicamente a tratar con toda profundidad algún aspecto de la liturgia, dentro de una atmósfera espiritual de gran relieve. Surgieron nuevos centros de estudios litúrgicos con sus propias publicaciones, que ayudaron a crear y fomentar un gran entusiasmo por todo lo referente a la sagrada liturgia, como el Centro de Pastoral litúrgica de Paris, el Instituto litúrgico de Treveris y otros semejantes. También fue notable la actuación del equipo que editaba “Ephemerides liturgicae” de Roma, que captó desde el principio las realidades del movimiento litúrgico y las dio a conocer en grandes sectores de la jerarquía de la Iglesia.
Para coordinar los esfuerzos de los especialistas del mundo entero, el Instituto litúrgico de Treveris en 1951 tomó la iniciativa de invitarlos a la abadía benedictina de Maria Laach, donde se celebraron las primeras jornadas litúrgicas sobre el tema “los problemas del Misal Romano". A la conclusión, fueron enviados a Roma los votos en que se recogían los puntos principales que requerían reforma: doblajes, oraciones al pie del altar, lugar de la liturgia de la Palabra, la ordenación de las lecturas bíblicas, la plegaria universal de los fieles, nuevos prefacios, la fragmentación del canon con sus respectivas conclusiones (diversos “Amen"), el acto penitencial antes de la comunión en la misa, los ritos finales, etc. Desde entonces estos encuentros se celebraron de un modo regular hasta el año 1960. En ellos se pasó revista a casi todos los aspectos de la reforma litúrgica. En su organización intervino también el Centro de Pastoral litúrgica de Paris. Al congreso de Mont-Saint-Odile, cerca de Estrasburgo, acudieron especialistas de nueve países europeos, que, desde el 21 al 23 de octubre de 1952, estudiaron el tema de El hombre moderno y la Misa. También se enviaron a la Santa Sede las sugerencias más adecuadas, de modo especial las referidas a las lecturas bíblicas en la misa y a la estructura del Misal en los ritos y oraciones que siguen a la recitación del padrenuestro.
Del 14 al 18 de septiembre del 1954 tuvo lugar en Lugano la 3ª Sesión Internacional de estudios litúrgicos. Tuvo por tema principal La participación activa de los fieles según el espíritu de Pio X. Este congreso de liturgia estuvo avalado por la presencia del cardenal Ottaviani, secretario del Santo Oficio, y por otras personalidades de la Curia romana. Se pidió a la Santa Sede la introducción de la lengua vernácula en las lecturas bíblicas de la Misa y en los cantos y oraciones del pueblo fiel. Se pidió ardientemente la restauración de toda la Semana santa, al estilo de la Vigilia pascual.

La Santa Sede señaló los dos temas que habrían de estudiarse en la 4ª Sesión de estudios litúrgicos que habría de celebrarse en Mont-Cesar (Bélgica) desde el 12 al 16 de septiembre de 1954. Esos temas fueron la ordenación de las lecturas bíblicas en la Misa y los problemas de la concelebración eucarística. A partir de 1956 estos congresos internacionales adquirieron una repercusión mayor; en efecto, el celebrado en este año ganó relevancia debido a la parte que tuvo en él la jerarquía de la Iglesia. Tuvo lugar en Asís-Roma durante los días 14-17 de septiembre y lo presidió el cardenal Gaetano Cicognani, Prefecto de la Congregación de Ritos. Pío XII participó en la clausura con un discurso programático de altísimo valor. Se estudiaron en él diversos aspectos de la pastoral litúrgica y de modo especial la historia y la reforma del Breviario. En 1958 el Congreso se celebró del 8 al 13 de septiembre en Montserrat, y el tema principal fue el de la reforma de los sacramentos de la iniciación cristiana, de modo especial el bautismo.

Munich fue la sede del 7.° Congreso internacional de Liturgia, del 30 de julio al 3 de agosto de 1959. El tema fue el de la celebración eucarística en las Iglesias orientales y occidentales. Sin estos congresos no hubiera sido tan fácil ni rápida la reforma litúrgica promovida por el concilio Vaticano II. Juntamente con ellos, se dieron en diversos lugares reuniones de liturgistas más o menos importantes en orden a la reforma litúrgica de la Iglesia en Occidente.
Sin duda el gran Papa de la liturgia fue Pío XII, tanto en lo que se refiere a su aspecto doctrinal como en sus realizaciones prácticas. Son muchos los documentos que promulgó referentes a la liturgia; sobresalen dos de gran importancia: la enciclica Mystici Corporis, del 29 de junio de 1943, y la encíclica Mediator Dei, del 20 de noviembre de 1947. Por otro lado, el esquema que se distribuyó a los Padres conciliares del Vaticano II para el estudio del tema de la liturgia estaba plagado de citas de Pío XII. Este Papa, eximio entre los grandes que ha tenido la historia del Pontificado romano, al ver la fuente espiritual que la celebración litúrgica lleva consigo, fue madurando en su mente una reforma general de la liturgia. En la audiencia concedida el 10 de mayo de 1946 al Prefecto de la Congregación de Ritos, cardenal Salotti, Pío XII le expresó el deseo de que se comenzase a estudiar el problema de la reforma litúrgica en general. Mas tarde, el 27 de julio de ese mismo ano, en la audiencia concedida a monseñor Carinci, secretario de la referida Congregación, se decidió que se crease una comisión especial de expertos para que estudiasen el asunto e hicieran propuestas concretas para la reforma general de la liturgia.

En octubre del mismo año, el vice relator general de la sección histórica de la Congregación de Ritos, padre Jose Low, redentorista austriaco, inició el esquema del proyecto. El trabajo duró unos dos años y fue publicado en una tirada de 300 ejemplares, como Positio de la sección histórica de la misma Congregación. Llevaba por título Memoria sobre la reforma litúrgica.
Los dos puntos mas desarrollados eran los referentes al año litúrgico y al Oficio divino. Para lo demás se decía allí que se prepararían estudios especiales. De hecho, se redactaron unos cuarenta, algunos de muy pocas páginas. Cuatro se publicaron como complementos de la referida Memoria. El primero fue del benedictino Anselmo Albareda. Trató de la graduación litúrgica, y no gustó por ser complicado, artificial y prácticamente irrealizable. El segundo contenía las observaciones a la referida Memoria de los padres Capelle, benedictino; Jungmann, jesuita, y monseñor Righetti. El tercero recogía el material histórico hagiográfico y litúrgico para la reforma del Calendario. Era el más importante y de hecho ha servido mucho para la reforma del Calendario realizado después del Vaticano II. El cuarto contenía el resultado y deducciones de la consulta que se hizo al episcopado mundial sobre la reforma del Breviario. Respondieron unos cuatrocientos obispos.
En 1948 fue nombrada la comisión para la reforma litúrgica. Presidente de la misma fue el mismo prefecto de la Congregación de Ritos, que entonces era el cardenal Micara. Miembros de la comisión fueron monseñor Carinci, secretario de dicha Congregación; Fernando Antonelli, franciscano, relator general de la misma; Jose Low, redentorista, vicerrelator; Anselmo Albareda, benedictino, prefecto de la Biblioteca Vaticana; Agustin Bea, jesuíta, director del Pontificio Instituto Biblico y confesor de Pío XII, más tarde cardenal; Anibal Bugnini, paúl, director de la revista “Ephemerides Liturgicae", que fue nombrado secretario de la comisión. En 1951 se añadió a ésta monseñor Enrico Dante, luego cardenal; en 1960, monseñor Pedro Frutaz, relator general de la Congregación; don Luis Rovigatti, parroco de una iglesia de Roma; monseñor Cesareo d’Amato, abad benedictino de San Pablo Extramuros de Roma y obispo titular de Sebaste de Cilicia; Carlos Braga, paúl, del equipo de “Ephemerides litúrgicae". En 1953 el cardenal Micara fue nombrado vicario de Roma, y le sustituyó el cardenal Gaetano Cicognani en la presidencia de la comisión y en la prefectura de Ritos.

La primera reunión de la comisión se tuvo el 22 de junio de 1949. Se pensó en un principio que sería cosa de poco tiempo; pero el padre Bea dijo que para revisar las lecturas bíblicas que se leen en la liturgia y el salterio se necesitarían unos cinco años. Algunos quedaron desilusionados, pero era el plazo mínimo que se requería también para otras partes de la liturgia. En los doce años de existencia (1948-1960) la comisión tuvo mas de ochenta reuniones y trabajó en absoluto secreto, tanto que la publicación de la reforma de la Vigilia pascual, en marzo de 1951, cayó de sorpresa a los mismos oficiales de la Congregación de Ritos. La comisión gozó siempre de la plena confianza del Papa, que estaba al corriente de todo por su propio confesor, el padre Bea. Por eso se lograron grandes resultados, inesperados para no pocos. No se llego a más por el anuncio de la celebración del concilio Vaticano II.

Se llevó a cabo una revisión de todos los libros litúrgicos. En 1955 se promulgó la Semana santa restaurada, con gran gozo de todo el pueblo cristiano, aunque en algunos lugares, como en Sevilla, la misa vespertina del Jueves santo no causó buena impresión y aún se propone que se vuelva a la practica anterior. Al pontificado de Pío XII hay que añadir la revisión del Salterio, en 1945; las misas vespertinas y la nueva disciplina del ayuno eucarístico, en 1953; la simplificación de las rubricas del Breviario y del Misal, en 1955; multitud de rituales bilingües, etc.
(Fuente: Temas de historia de la Iglesia)

viernes, 11 de mayo de 2012

Una catequesis a manera de anuncio


El texto que sigue es de mucho interés, en especial, para quienes dedican su actividad pastoral a la catequesis de iniciación cristiana, y en particular a los niños. Quiero destacar la lectura del último párrafo, pues muchas veces se observa un exagerado interés por la cuestión de la metodología, en detrimento del anuncio y del testimonio.


“Iniciación cristiana y nueva evangelización” es el tema del Congreso internacional sobre la catequesis promovido por el Consejo de las Conferencias Episcopales Europeas, inaugurado en la mañana del martes 8 de mayo, en la Domus Mariae de Roma, con la Misa celebrada por el Cardenal Mauro Piacenza, Prefecto de la Congregación para el Clero.

“La primera lectura, que hemos escuchado de los Hechos de los Apóstoles – dijo el purpurado en la homilía – lleva en sí las palabras con las cuales el Santo Padre Benedicto XVI ha querido titular la Carta con la que convoca el Año de la Fe, por el 50º aniversario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y por el 20º aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento indispensable para la correcta hermenéutica de los textos conciliares”.

En el texto, de hecho, leemos que los Apóstoles “reunieron a la Iglesia y refirieron todo lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a los paganos”. Qué significa este abrir la puerta de la fe a los hombres de todo tiempo y lugar, lo explicó claramente el Cardenal: “¡Es tarea, sobre todo, de Dios mismo! Si perdemos de vista este «primado» de la Obra de Dios, cualquier esfuerzo nuestro estará destinado a no producir los frutos esperados. Es Dios quien abre la puerta de la fe a nuestros hermanos y lo hace, sobre todo, a través de su Hijo unigénito. Él es la «puerta de las ovejas», camino universal y único de salvación para todos los hombres”.

La imagen de la “puerta” es particularmente “eficaz porque habla de un «entrar» en una nueva dimensión, en una realidad que el hombre no puede darse a sí mismo, sino que es completamente don de Dios”. Sin embargo, ha puesto en evidencia el purpurado, esta realidad de don, que es “Dios mismo, pide el movimiento de nuestra libertad, pide que el umbral de la «puerta», abierta por Dios, sea atravesado por cada uno de nosotros”. He aquí por qué “la salvación, universalmente ofrecida, no puede de ningún modo ser eficaz sin el concurso de la libertad creada, que, sostenida por la Gracia, «da el paso» y  cruza la puerta de la fe»”. De aquí nace la grandísima tarea de la catequesis de la iniciación cristiana, sobre todo en el horizonte de la nueva evangelización, que es, entonces, por lo menos doble.

“Por un lado, la catequesis – ha dicho – debe colaborar con el Señor en «abrir la puerta de la fe», mostrando, de modo profundamente razonable y humanamente, incluso afectivamente, la gran posibilidad de vida, de significado y de realización que Dios ofrece a los hombres”. De hecho, añadió el purpurado, “si no volvemos a hacer emerger toda la racionalidad, el atractivo e incluso la «conveniencia humana» del cristianismo, si no emerge toda la luz que proviene de la «puerta de la fe», muy difícilmente la perspectiva cristiana podrá resultar fascinante”. Por otro lado – agregó –, “la catequesis está llamada a sostener la inteligencia de la fe, a través del conocimiento de la Revelación, tanto en sus aspectos racionales como en aquellos más típicamente doctrinales, que son su traducción histórica”.

Una referencia, luego, al concilio Vaticano II: “debemos reconocer cómo la misma vida moral, tanto dentro como fuera de la Iglesia, ha sido terriblemente debilitada por una insuficiente catequesis, por una formación incapaz, tal vez, de dar las razones de las exigencias del Evangelio y de mostrar, en la experiencia existencial concreta, cómo éstas son extraordinariamente humanizantes. ¡Todo esto, ciertamente, no por culpa del Concilio!”.

Por esa razón, la catequesis es siempre también una “narratio”. En el texto citado encontramos que los Apóstoles “refirieron todo lo que Dios había hecho”. En él se contiene, “en pocas palabras, toda la obra de una catequesis que no es sólo transmisión de verdades doctrinales, sino que se convierte también en posibilidad de participación en el mismo Evento de la fe, en el mismo Evento-Cristo”. “La dimensión doctrinal, sin embargo – subrayó -, bien lejos de ser secundaria, representa el modo concreto de la “narratio”, la cual de otra manera correría el riesgo de volverse arbitraria y subjetiva y, por eso, ya no creíble. Como ha recordado el Santo Padre en la homilía de la santa Misa Crismal, estamos frente a «un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente»”. La catequesis, concluyó el cardenal -, sobre todo la de iniciación cristiana, tiene esta gran tarea: “¡Vencer el analfabetismo religioso, enseñando «qué nos ha dicho Dios»!”. ¡Y sin dejarse paralizar por las interminables cuestiones metodológicas! Los problemas metodológicos, queridos amigos, son superados por los santos que, con su sencillez y vida, son la catequesis viviente más eficaz que Dios mismo ofrece a su pueblo”.
(Fuente: La bohardilla de Jerónimo)

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