lunes, 25 de mayo de 2015

Domingo 31 de mayo - Solemnidad de la Santísima Trinidad

Tal como Jesús ha prometido, el Espíritu Santo guía a la verdad plena. Después de celebrar la solemnidad de Pentecostés, la Liturgia nos invita a celebrar el misterio central de la fe y de la vida cristiana: el misterio de la Santísima Trinidad. En este domingo, la Iglesia pone una petición en nuestros labios: pedimos al Padre que nos conceda profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa. Tres acciones nos introducen en el Misterio: profesión de fe, conocimiento de la Gloria y adoración del Único Dios. En el Evangelio de este día, el mismo Jesús nos ayuda a poner en práctica estas acciones.

Profesa la fe quien la confiesa, es decir, quien la declara con los labios como expresión de lo que lleva en el corazón. La profesión de fe es respuesta a la Palabra de Dios. Dios ha hablado al hombre en su propio lenguaje, mediante palabras y obras, desvelando su misterio y su plan de salvación. Enviando al Hijo, la Revelación alcanza su plenitud. El Padre queda como mudo (san Juan de la Cruz), porque en Él nos lo ha dicho todo. El Hijo habla lo que oye al Padre. Es mucho lo que desea seguir comunicando, pero el corazón humano no es capaz de acogerlo todo. El Espíritu Santo, que el Padre envía por petición del Hijo, prepara nuestro corazón, capacitándolo para acoger y comprender las palabras de Jesucristo. Por eso, no es posible confesar la verdad de Dios sin la ayuda del Espíritu Santo. La debilidad nuestra, que impide cargar con las palabras del Hijo, es socorrida por el Espíritu que congrega en la Iglesia. Confesar la fe en la Trinidad implica entonces entrar en el coloquio amoroso de las Personas divinas desvelándonos su misterio y el nuestro. La confesión de la fe es siempre un acto eclesial. En la Profesión de fe trinitaria está la proclamación de lo que Dios realiza en favor nuestro: nos crea, nos redime, nos santifica. En la Profesión está el reconocimiento de nuestra dignidad: creados capaces de Dios, redimidos por su amor misericordioso, llamados a compartir la misma vida divina. Inquieto estará nuestro corazón mientras no descanse en Dios.

Conoce la Gloria quien entra en trato con el Hijo. Jesucristo nos llama a imitarle, a seguirle y a permanecer en Él. El Espíritu Santo glorifica al Hijo porque de Él recibe lo que nos comunica. El Hijo glorifica al Padre porque todo lo recibe de Él. El Padre es glorificado por la entrega del Hijo. Misterio admirable de donación y acogida, que permite distinguir a las Personas en la Unidad de Dios. Conoce la Gloria de la Trinidad quien es introducido en los lazos amorosos de la comunión trinitaria. «Ves la Trinidad si ves el amor» (san Agustín). ¡Bendita Gloria que nos vivifica! ¡Bendita vida que nace del conocimiento de Dios! ¡Benditos lazos de amor que nos hacen verdaderamente libres!

Adora al único Dios verdadero quien, iluminado por su Palabra, reconoce su propia estatura ante Él y se postra. La adoración de Dios dignifica al ser humano porque le sitúa ante su propia verdad. Él es el Creador y nosotros somos sus criaturas. Plasmado a su imagen, dotado de dignidad personal, capacitado por la gracia para ser morada de la Trinidad, el ser humano reconoce en el Amor de la Santísima Trinidad su origen y su meta. Celebrar la Trinidad es vivir en la verdad plena
Mons. José Rico Pavés

(Fuente: conocereisdeverdad.org)

sábado, 16 de mayo de 2015

La Ascensión del Señor

Ciertamente que en su vuelta al Padre, en su Ascensión, Jesús no se aleja de nosotros. Se substrae a nuestras miradas, pero no a los ojos del corazón: y, sin embargo, una cosa pido y esa buscaré, Señor: extendiendo mis brazos hacia ti, ruego que no me escondas tu Rostro.
 
Nos estás más cerca que nunca, nos eres el lejano más prójimo, el prójimo más próximo, más íntimo que lo que nos es más íntimo. Y, sin embargo, nos devora la nostalgia de tu presencia, ¡Señor!,  y tu ausencia se nos ha hecho la más deseada de las presencias.
 
Despidiéndote, Señor, nos llamaste amigos, colmaste nuestra alegría cuando nos confidenciaste todo lo de la casa de Dios, tu Padre, de Dios nuestro Abba. Te rogamos, entonces, que no dejes de  tratarnos como amigos tuyos, dándonos cita en la Carpa del encuentro;  conversa con nosotros tal como lo hacías con Moisés, cara a cara , tal como lo hace un amigo con su amigo, por eso, al igual que Moisés, te rogamos: “por favor, muéstranos tu gloria” .
 
Percibimos un murmullo,  una voz que susurra suavemente: “haré pasar junto a ti toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor, porque yo concedo mi favor a quien quiero concederlo y me compadezco de quien quiero compadecerme.  Pero no podrás ver mi Rostro,…, porque ningún hombre puede verme y seguir viviendo…. Cuando pase mi gloria, yo te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después retiraré mi mano y tú verás mis espaldas”
Jamás olvides lo que les transmití a través del discípulo amado: que la Ley fue dada por medio de Moisés,  la gracia y la verdad les han llegado por mí, ya que nadie ha visto jamás a Dios, el que lo ha mostrado es el Hijo del hombre, el Hijo único, que está en el seno del Padre.
 
Ten en cuenta, entonces, que soy la Carpa del encuentro hecha persona, ya que al hacerme Carne planté mi Carpa entre ustedes, para continuamente poder salir a su encuentro…,  el lugar no es otro que el camino de Damasco de cada uno de ustedes, similar al de Saulo, mi vaso de elección, cuando me perseguía en mis hermanos:
 
Cada vez que me dejas con hambre, desnudo y tiritando de frio, ó…, ó…,  en uno de mis hermanas y hermanos, los más humildes y pequeños, estás dejando de  descubrir mi Rostro en ellos… Enjúgales las lágrimas, consuélalos en su dolor, y mi Rostro no dejará de quedar impreso en tu corazón…, tal y como quedó en el lienzo de la Verónica.
P. Max Alexander.
(Fuente: conoceréis de verdad.org)
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