Capítulo 3 º: Los gestos de la Plegaria (parte 1ª)
Los gestos de la oración son cuatro:
a ) La plegaria en pie con los brazos extendidos y
elevados.
b ) La plegaria hacia el oriente y con los ojos
dirigidos al cielo.
c ) La plegaria de rodillas.
d ) La oración con las manos juntas.
a) La plegaria en pie con los brazos extendidos y elevados.
La posición rígida era la postura acostumbrada de
los pueblos antiguos durante el servicio religioso y en general ante una
persona de autoridad. También los hebreos oraban en el templo y en la sinagoga
de pie, con la cabeza descubierta, elevando las manos al cielo. Los primeros
cristianos, en memoria de Cristo y del Apóstol, usaron en sus costumbres
rituales el mismo gesto simbólico, pero imprimiéndole un nuevo significado: el
sentimiento del ser humano, que no es ya más esclavo del pecado, sino libre,
por ser hijo de Dios, hacia el cual puede elevar confiadamente sus ojos y manos
como a su Padre. Una representación viva de tal postura cristiana en la oración
es la figura del orante, que nos han dejado con profusión los frescos y
sarcófagos antiguos. En ellos, el orante aparece en pie, la cabeza elevada y
erguida, los ojos elevados al cielo, las manos extendidas en forma de cruz.
Que los fieles oraban ordinariamente así en los
primeros siglos, nos lo atestiguan ampliamente los escritores de aquel tiempo,
comenzando por Clemente Romano, Tertuliano y San Cipriano, hasta San Juan
Crisóstomo, San Ambrosio y San Máximo de Turín (+ 465). El canon 20 del
concilio de Nicea lo manda expresamente.
La práctica de orar en pie se mantuvo siempre en la
Iglesia; aun hoy día muchas antiguas basílicas están desprovistas de asientos.
Pero la liturgia la prescribe en particular los domingos, durante el tiempo
pascual, en la lectura del evangelio, de los cánticos y de los himnos. Análoga
disciplina se encuentra en las Reglas monásticas más antiguas del Oriente y del
Occidente, según las cuales los monjes, durante la salmodia, debían estar en
pie: “Sic stemus ad psallendum, ut mens nostra concordet voci nostrae” (1)
dice San Benito en el cap. 19 de la Regla. La postura se hacía menos gravosa
apoyándose en soportes en forma de tau, en forma de brazuelos (cambutae),
que muchas veces se unían a los bancos del coro. La disciplina se conservó
con alguna resistencia hasta el siglo XI; en esta época comenzó por vez primera
a mitigarse, aplicando a los sitiales del coro unos apéndices (llamados
"misericordia") sobre los que se apoyaba la persona sin estar
propiamente sentada, hasta que entró la costumbre de sentarse sin más. Los
asistentes al coro se levantaban, como constata el concilio de Basilea (1431,
49), solamente al Gloria Patri. Esta mayor amplitud se tomó del
ceremonial de los obispos; pero la antigua severidad se conserva todavía en el
venerable Rito Dominico. La posición erguida en la oración, si era para los
fieles una práctica vivamente inculcada, para el sacerdote fue siempre
considerada una regla precisa cuando cumplía los actos del culto, es decir, en las
funciones de mediador entre Dios y los hombres. Al ejemplo de Moisés, del cual
está escrito: “ Stetit Moyses in confractione” (2) . San Juan Crisóstomo
observa: “Sacerdos non sedet sed stat; stare enim signum est actionis
liturgicae” (3). La más antigua representación de la misa en el cementerio
de Calixto, del final del siglo II, nos muestra al sacerdote de pie y con las
manos dirigidas hacia el tríbadion que lleva las oblatas. Por eso en la
misa, en la administración de los sacramentos y en los sacramentales, en el
oficio divino, el sacerdote adopta la posición erguida. Sobre este particular,
la Iglesia fue siempre rígido guardián de la antigua costumbre; sólo cedió en
un punto, como antes decíamos: la salmodia.
El gesto en la plegaria con los brazos abiertos en
forma de cruz fue el predilecto de las primeras generaciones cristianas por su
místico simbolismo con Cristo crucificado. Tertuliano lo presenta, en efecto,
con una postura original cristiana frente a un gesto pagano similar: “Nos
vero non attollimus tantum, sed etiam expandimus (manus) et
dominica passione modulati, orantes, confitemur Domino Christo” (4). La
vigésimo séptima de las Odas que llevan el nombre de Salomón (siglo II) delinea
poéticamente la figura: “Tengo extendidas mis manos y he alabado a mi Señor;
porque el extender mis manos es la señal de Él; y mi postura erguida, el madero
en pie. ¡Aleluya!”
Así, Santa Tecla (c.190) se presentó, poco antes de
morir en la arena, de pie, orando con los brazos abiertos, en espera del asalto
de las fieras. San Ambrosio exhortaba a rezar así: “Debes in oratione tua
crucem Domini demonstrare (5)”; y él mismo, según su biógrafo
Paulino, extendido sobre el lecho de muerte, oró con los brazos en cruz. San
Máximo de Turín (+ d.465) insiste particularmente sobre este gesto en la
plegaria. "El hombre — dice él — no tiene más que levantar las
manos para hacer de su cuerpo la figura de la cruz; he aquí por qué se nos ha
enseñado a extender los brazos cuando oramos, para proclamar con este gesto la
pasión del Señor."
Esta expresiva actitud en la oración continuó
durante toda la Edad Media, especialmente en los monasterios de Italia e
Irlanda, Los monjes usaban de ella como de un estímulo para un fervor mayor. A
veces también, prolongada, sirvió como un duro ejercicio de penitencia, que se
ejecutaba apoyando el tronco y los brazos en una cruz. Pero es sobre todo en la
liturgia donde se mantuvo unida a las oraciones más solemnes y antiguas de la
misa: las oraciones y el prefacio con el canon. Es verdad que para ambas la
rúbrica actual del misal prescribe una idéntica modesta elevación y expansión
de los brazos; pero una secular tradición litúrgica hasta todo el siglo XV
imponía al sacerdote que durante el canon, y sobre todo después de la
consagración, tuviese los brazos abiertos en forma de cruz. Quizá en Roma la
costumbre era menos conocida que en otras partes. La antigua práctica no ha
desaparecido; sobrevive en alguna congregación religiosa y en ciertos países de
fe más viva, y es conmovedor verla de hecho alguna vez en algún monasterio por
grupos enteros de peregrinos.
NOTAS
1. Hemos de estar en pie para cantar
los salmos, a fin de que nuestra mente concuerde con nuestra voz.
2. Se puso de pie Moisés ante la
abertura (de la tierra que se tragó a Datán y a la asamblea de Abirán).
3. El sacerdote no se sienta, sino
que está de pie; estar de pie, en efecto, es signo de acción litúrgica.
4. Nosostros en cambio, no alzamos
tan sólo las manos, sino que las extendemos e imitando la Pasión del Señor al
orar, confesamos a Cristo Señor.
5. Debes en tu oración demostrar la
cruz de Cristo.
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