miércoles, 4 de diciembre de 2013

Intenciones del santo padre para el mes de diciembre.

Intención General: Que los niños abandonados o víctimas de cualquier forma de violencia, encuentren el amor y la protección que necesitan.
Intención Misionera: Que los cristianos iluminados por el Verbo Encarnado, preparemos la venida del Salvador.

martes, 26 de noviembre de 2013

Siempre es bueno recordar algunos elementos fundamentales de nuestra vida cristiana, para no engañarnos con prejuicios infundados. El texto que sigue es uno de ellos. Espero que sea de provecho para alguien.

Las Maldiciones Generacionales
 
Debemos entender que Dios no maldice sino que siempre nos está bendiciendo.
 
   
Recientemente acudí al hospital para realizarme un chequeo médico debido a problemas que he confrontado con la vista. En el Hospital conocí a una Señora como de 45 años y entable una conversación con ella sobre Dios. Resulto ser una hermana protestante, la charla duró bastante tiempo mientras nos llamaban para el respectivo chequeo. En la conversación hubo muchos temas, los principales fue el amor de Dios, el estudio a profundidad de la Biblia, el ser generoso, sin embargo hubo uno en el que me detuve a conversar con ella más tiempo de lo habitual: Las Maldiciones Generaciones.

No salía de mi asombro oír a esta hermana hablar todo lo que un supuesto "Pastor" le había metido en su cabeza respecto al tema. Me dijo que ella sufría de una enfermedad de "Migraña" y que eso se debía a una maldición en la familia por muchas generaciones. Según ella las cosas adversas que nos suceden se deben a maldiciones que nos llegaron por pertenecer a un grupo familiar cuyo árbol genealógico fue infectado por la iniquidad, es decir que los delitos de una persona son genéticamente transferidos a todos sus descendientes. Realmente con mucha ternura le dije que eso era una locura y que esa era una mala interpretación del texto bíblico.

Le aclare el tema y creo que se fue bien convencida que Dios no maldice a nadie, que él es amor (1 Jn 4,8), y que cada quien es responsable de sus actos.

Este tema lo han tomado muchos "locos" que creen conocer a Dios y dicen que está bien explícito en la Biblia porque dice: "No te harás ídolos, no te harás figura alguna de las cosas que hay arriba en el cielo o aquí debajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. Ante ellas no te hincarás ni les rendirás culto; porque yo, Yahvé, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian. Pero mantengo mi favor por mil generaciones a los que me aman y guardan mis mandamientos" (Dt 5,8-9). No quiero hacer una exegesis del tema puesto que me extendería demasiado y las líneas son escasas, sin embargo quiero hacer unas conclusiones que nuestra Iglesia Católica siempre ha declarado:

1. El hombre tiene libre albedrio: Dios nos ha permitido escoger el camino,  sea  el del bien o el del mal "Entren por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la ruina, y son muchos los que pasan por él. Pero ¡qué angosta es la puerta y qué escabroso el camino que conduce a la salvación! y qué pocos son los que lo encuentran" (Mt 7,13-14).

2. Dios es amor y misericordia: El ser humano tiene un Padre que ama inimaginablemente hasta el punto que "Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que se salve el mundo gracias a él" (Jn 3,16-17).

3. Por nuestras obras seremos juzgados: El que dice ser cristiano debe ser un hombre y una mujer que han adoptado el modelo de vida de Jesús, su única meta es el servir con amor a los demás, no se dice que se es cristiano de palabra, debe demostrarse con hechos, por eso el apóstol Pablo dice "Si tu corazón se endurece y te niegas a cambiar, te estás preparando para ti mismo un gran castigo para el día del juicio, cuando Dios se presente como justo Juez. El pagará a cada uno de acuerdo con sus obras. Dará vida eterna a quien haya seguido el camino de la gloria, del honor y la inmortalidad, siendo constante en hacer el bien; y en cambio habrá sentencia de reprobación para quienes no han seguido la verdad, sino más bien la injusticia" (Rom 2,5-8).

4. Cada quien es responsable de sus actos: La verdad es que estamos bien grandecitos para estar echándole la culpa a nuestros ancestros y al diablo de todas las cosas que consideramos mala en nuestra vida, pero que no entendemos que "Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado" (Rom 8,28). En el libro del profeta Jeremías está bien claro: "Y del mismo modo que me preocupé por arrancarlos, destruirlos, demolerlos, acabarlos y perjudicarlos, así también estaré atento para edificarlos y plantarlos, dice Yahvé. Entonces no andarán diciendo más: «Los padres comieron uvas agrias y los hijos sufren dentera», sino que cada uno morirá por su propio pecado. El que coma uvas agrias sufrirá dentera" (Jer 8,28-30).

5. El punto de quiebre: Quienes afirman la locura de las maldiciones generacionales, ni siquiera entienden el pecado que están cometiendo ya que al afirmar la trasmisión de pecados entre familiares no se dan cuenta que están hablando mal del propio Jesús, puesto que en su línea genealógica se encuentra "Rahab la prostituta" (Mt 1,5; cf. Jos 6,17), es decir que según para ellos también Jesús tendría  algo de maldiciones en su vida.

Lo cierto del caso es que  Dios no maldice sino que siempre nos está bendiciendo.
(Fuente: Catholic.net)

 

sábado, 2 de noviembre de 2013

El texto que sigue fue publicado en el blog amigo "La bohardilla de Jerónimo".
El tema está tratado con suma sinceridad y se inserta aquí dada su importancia y la posibilidad de servir como elemento de análisis  por parte de quien pueda encontrarse en circunstancia de crisis vocacional.
 
En este lúcido y fundamentado artículo, publicado hoy en L’Osservatore Romano, que ahora ofrecemos en nuestra traducción al español, el Arzobispo José Rodríguez Carballo, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, hace referencia a la actual crisis de la vida religiosa y consagrada, y sus verdaderas causas. (La bohardilla de Jerónimo)

Desde hace tiempo se habla de “crisis” en la y de la vida religiosa y consagrada. Y para justificar este diagnóstico frecuentemente se recurre al número de los abandonos, que agudiza la ya de por sí alarmante disminución de vocaciones que golpea a un gran número de institutos y que, si continúa así, pone en serio peligro la supervivencia de algunos de ellos. No entro aquí en el debate acerca del carácter positivo o no de la “crisis” de la que se habla. Es cierto, sin embargo, que, teniendo en cuenta el número de los abandonos y que la mayoría de ellos tiene lugar en edad relativamente joven, dicho fenómeno es preocupante. Por otra parte, considerando el hecho de que la hemorragia continúa y no parece detenerse, los abandonos son ciertamente síntoma de una crisis más amplia en la vida religiosa y consagrada, y la cuestionan, por lo menos en la forma concreta en que es vivida.

Por todo esto, si bien es cierto que no podemos dejarnos obsesionar por el tema – toda obsesión es negativa-, es también cierto que frente al problema no podemos “mirar para otro lado” o “esconder la cabeza”. Por otra parte, si bien es cierto, también, que son muchos los factores socioculturales que influyen en el fenómeno de los abandonos, es también cierto que no son la única causa y que no podemos referirnos sólo a ellos para tranquilizarnos y para explicar este fenómeno, hasta ver como “normal” lo que no lo es.

No es fácil conocer con precisión el número de los que abandonan cada año la vida religiosa y consagrada, también porque hay prácticas que van a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, otras que son llevadas por la Congregación para el Clero, y otras que terminan en la Congregación para la Doctrina de la Fe. En todo caso, las cifras de las que disponemos son consistentes, como se puede ver por los datos que nos son ofrecidos por las primeras dos Congregaciones.

Nuestro dicasterio, en cinco años (2008-2012), ha dado 11.805 dispensas: indultos para dejar el instituto, decretos de dimisión, secularizaciones ad experimentum y secularizaciones para incardinarse en una diócesis. Se trata de una media anual de 2361 dispensas.

La Congregación para el Clero, en los mismos años, ha dado 1188 dispensas de las obligaciones sacerdotes y 130 dispensas de las obligaciones del diaconado. Son todos religiosos: esto da una media anual de 367,7. Sumando estos datos con los otros, tenemos lo que sigue: han dejado la vida religiosa 13.123 religiosos o religiosas, en 5 años, con una media anual de 2624,6. Esto quiere decir 2,54 cada 1000 religiosos. A estos habría que agregar todos los casos tratados por la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Según un cálculo aproximado pero bastante seguro, esto quiere decir que más de 3000 religiosos o religiosas han dejado cada año la vida consagrada. En el cómputo no han sido insertados los miembros de las sociedades de vida apostólica que han abandonado su congregación, ni los de votos temporales.Ciertamente los números no son todo, pero sería de ingenuos no tenerlos en cuenta.
Antes de indicar algunas de las causas de los abandonos, creo que es oportuno decir que es casi imposible relevar con exactitud tales causas. ¿El motivo? Es muy sencillo: no tenemos datos totalmente confiables. A veces, una cosa es lo que se escribe, otra cosa es lo que se vive. Además, en muchos casos lo que dicen los documentos, de los que se dispone al final de un procedimiento, no necesariamente coincide con la causa real de los abandonos. Sin embargo, de la documentación que posee nuestro dicasterio se pueden identificar las siguientes causas.

Ausencia de la vida espiritual – oración personal, oración comunitaria, vida sacramental ­ -, que conduce, muchas veces, a apuntar exclusivamente a las actividades de apostolado, para así poder seguir adelante o para encontrar subterfugios. Muy a menudo esta falta de vida espiritual desemboca en una profunda crisis de fe, para muchos la más profunda crisis de la vida religiosa y consagrada y de la misma vida de la Iglesia. Esto hace que los votos ya no tengan sentido – en general, antes del abandono hay graves y continuas culpas contra ellos – y ni siquiera la misma vida consagrada. En estos casos, obviamente, el abandono y la salida “normal” es más lógica.
Pérdida del sentido de pertenencia a la comunidad, al instituto y, en algunos casos, a la misma Iglesia. En el origen de muchos abandonos hay una desafección a la vida comunitaria que se manifiesta: en la crítica sistemática a los miembros de la propia comunidad o del instituto, particularmente a la autoridad, que produce una gran insatisfacción; en la escasa participación en los momentos comunitarios o en las iniciativas de la comunidad, a causa de una falta de equilibrio entre las exigencias de la vida comunitaria y las exigencias del individuo y del apostolado que lleva a cabo; en buscar fuera lo que no se encuentra en casa…

Los problemas más comunes en la vida fraterna en comunidad, según la documentación a nuestra disposición, son: problemas de relación interpersonal, incomprensiones, falta de diálogo y de auténtica comunicación, incapacidad psíquica de vivir las exigencias de vida fraterna en comunidad, incapacidad de resolver los conflictos…
En lo que respecta a la pérdida de sentido de pertenencia a la Iglesia, a veces es dada por la falta de verdadera comunión con ella y se manifiesta, entre otras cosas, en el no compartir la enseñanza de la Iglesia sobre temas específicos como el sacerdocio a las mujeres y la moral sexual.

Todo esto termina con la pérdida del sentido de pertenencia a la institución, llámese comunidad local, instituto religiosa o Iglesia, que es considerada sólo en cuanto puede servir los propios intereses: por ejemplo, la casa religiosa, muchas veces, es considerada como “hotel” o una simple “residencia”. La falta de sentido de pertenencia lleva, a menudo, también a abandonar físicamente la comunidad, sin ningún permiso.

Siempre me ha impresionado ver religiosos que abandonan la vida religiosa o consagrada con toda naturalidad, incluso después de muchos años, sin que esto suponga ningún drama. Es claro que no dejan nada, porque su corazón estaba en otra parte.
Problemas afectivos. Aquí la problemática es muy amplia: va desde el enamoramiento, que se concluye con el matrimonio, a la violación del voto de castidad, sea con repetidos actos de homosexualidad – más en los hombres, pero igualmente presente, más de lo que se piensa, entre las mujeres -, sea con relaciones heterosexuales, más o menos frecuentes. Otras veces los problemas afectivos tienen una clara repercusión en la vida fraterna en comunidad, porque conciernen al mundo de las relaciones, provocando continuos conflictos que terminan por hacer invivible la comunidad. Finalmente, los problemas afectivos pueden ser tales que se llegue a la convicción de no poder vivir la castidad y se decide, también por motivos de coherencia, abandonar la vida consagrada.

Cuando se trata de identificar las causas o de proponer orientaciones, pienso que es necesario hacer una radiografía, aunque breve y limitada, de la sociedad de la que provienen nuestros jóvenes, los jóvenes que se dirigen a nosotros, así como las fraternidades que los acogen.
Lo primero evidente a todos es que estamos en un mundo en profunda transformación. Se trata de un cambio que trae consigo el paso de la modernidad a la post-modernidad. Vivimos en un tiempo caracterizado por cambios culturales imprevisibles: nuevas culturas y sub-culturas, nuevos símbolos, nuevos estilos de vida y nuevos valores. Todo ocurre a una velocidad vertiginosa.

Las certezas y los esquemas interpretativos globales y totalizantes que caracterizaban la era moderna han dejado lugar a la complejidad, a la pluralidad, a la contraposición de modelos de vida y a comportamientos éticos que se han mezclado entre ellos de modo desordenado y contradictorio: son todas características de la era moderna.
Mientras en la modernidad existía la plausibilidad de un proyecto global, de una idea matriz, de un “norte” como faro de comportamiento, el momento actual está caracterizado por la incerteza, por la duda, por el replegarse en lo cotidiano y en lo emocional. Así se vuelve difícil distinguir aquello que es esencial de lo que es secundario y accidental.

Esto produce en muchos: desorientación frente a una realidad que se presenta de tal modo compleja que no se puede percibir; incerteza a causa de la falta de certezas sobre las cuales anclar la propia vida; inseguridad por la falta de referencias seguras. Todo se une a una gran desilusión frente a las preguntas existenciales, consideradas inútiles, ya que todo es posible y lo que hoy es, mañana deja de ser.
Nuestro tiempo es también un tiempo de mercado. Todo es medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas. Estas, en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son útiles. Su valor oscila, por lo tanto, en base a la demanda. Tal concepción mercantilista de la persona llega a privilegiar el hacer, la utilidad, e incluso la apariencia sobre el ser.

Vivimos, también, en un tiempo que podemos definir el tiempo del zapping. Zapping, literalmente, quiere decir: pasar de un canal a otro, sirviéndose del control remoto, sin detenerse en ninguno. Simbólicamente, zapping significa no asumir compromisos a largo plazo, pasar de un experimento a otro, sin hacer ninguna experiencia que marque la vida. En un mundo donde todo está facilitado, no hay lugar para el sacrificio, ni para la renuncia, ni para otros valores similares. En cambios, estos están presentes en la opción vocacional que exige, por lo tanto, ir contracorriente, como es la vocación a la vida consagrada.
Finalmente, es necesario señalar también que en el mundo en que vivimos, y en estrecha conexión con lo que hemos llamado “mentalidad de mercado”, está el dominio del neo-individualismo y la cultura del subjetivismo. El individuo es la medida de todo y todo es visto, medido y valorado en función de sí mismo y de la autorrealización. En un mundo así, en el que cada uno se siente único por excelencia, frecuentemente no existe una comunicación profunda. El hombre actual habla mucho, aparentemente es un gran comunicador, pero en realidad no logra comunicar en profundidad y, en consecuencia, no lograr encontrarse con el otro.

Como conclusión de nuestra reflexión nos planteamos la pregunta: en una sociedad como la nuestra, ¿es posible permaneces fieles a una opción de vida que está llamada a ser definitiva e irrevocable?

La respuesta me parece sencilla si tenemos en cuenta a muchos consagrados que viven alegremente la fidelidad a los compromisos asumidos en su profesión. De todos modos, para prevenir los abandonos, sin la ilusión de poder evitarlos totalmente, creo necesario lo que sigue.
Que la vida consagrada y religiosa ponga en el centro una renovada experiencia del Dios uno y trino y considere esta experiencia como su estructura fundamental. Lo esencial de la vida consagrada y religiosa es quaerere Deum, buscar a Dios, vivir en Dios.

Que la opción por el Dios viviente (cfr. Juan 20, 17) no se viva en el encerrarse en un misticismo separado de todo y de todos, sino que lleve a los consagrados a participar en el dinamismo trinitario ad intra y ad extra. La participación en el dinamismo trinitario ad intra supone relación de comunión con los otros y lleva consigo el don de sí mismo a los demás. Por otra parte, vivir el dinamismo trinitario ad extra implica vivir críticamente y proféticamente en el seno de la sociedad.
Que haya una decisión clara de anteponer la calidad evangélica de vida al número de miembros o al mantenimiento de las obras.

Que en la cura pastoral de las vocaciones se presente la vida consagrada y religiosa en toda su radicalidad evangélica y se haga un discernimiento en consonancia con dichas exigencias.

Que durante la formación inicial se asegure un acompañamiento personalizado y no se hagan “descuentos” en las exigencias de una vida consagrada que sea evangélicamente significativa.
Que entre la pastoral vocacional, formación inicial y permanente, haya continuidad y coherencia.

Que durante los primeros años de profesión solemne se asegure un adecuado acompañamiento personalizado.

Un bello proverbio oriental dice: “El ojo ve sólo la arena, pero el corazón iluminado puede entrever el fin del desierto y la tierra fértil”. Miremos con el corazón. Tal vez podremos ver aquello que otros no ven.
(Fuente: La Bohardilla de Jerónimo)

 

viernes, 1 de noviembre de 2013

Intenciones del santo padre para el mes de noviembre

Intención General: Que los sacerdotes que experimentan dificultades sean confortados en su sufrimiento, sostenidos en sus dudas y confirmados en su fidelidad.
Intención Misionera: Que como fruto de la Misión Continental, las Iglesias en América Latina envíen misioneros a otras Iglesias.

martes, 1 de octubre de 2013

Intenciones del Santo Padre para el mes de octubre

Intención General: Para que quienes se sienten agobiados hasta el extremo de desear el fin de su vida, adviertan la cercanía amorosa de Dios.
Intención Misionera: Que la jornada Misionera Mundial nos anime a ser destinatarios y también anunciadores de la Palabra de Dios.

sábado, 14 de septiembre de 2013


Hola; cuando leas esto no te quedes sólo con lo anecdótico, lee todo porque tiene mucho contenido que puede ayudarte y darte argumentos para discernir algo en tu vida, o ayudar a alguien que duda. Un abrazo.
La Iglesia
La vida misma:
        El hermano mayor de Natalia, Roberto, había estudiado medicina y, en consonancia con un curriculum brillante, partió al extranjero para especializarse en un prestigioso hospital. La estancia prevista era de dos años. Por fortuna para la familia, no se olvidaba de ellos, y escribía con frecuencia. Cuando se refirió a que salía con una chica no sorprendió a nadie. Más tarde dijo que se habían hecho novios, y sus padres empezaron a inquietarse: ¿cómo sería la chica? Hicieron todo tipo de preguntas, y parecían más calmados con las respuestas tranquilizadoras de Roberto. Por fin Roberto les dijo lo que hasta ese momento no parecía querer que se supiese: que su novia era protestante.
        A sus padres no les gustó, y empezaron a intentar hacerle ver que eso podía ser fuente de problemas, a lo que Roberto contestaba que cada uno era muy respetuoso con las creencias del otro, por lo que no había ningún problema. Las cartas se fueron alargando a fuerza de razonamientos. Los padres le decían que si no se daba cuenta que eran dos maneras de entender la vida. Roberto contestaba que "en el fondo apenas había diferencias" porque los dos creían "en lo fundamental", y que "había más diferencia entre un buen católico y una mala católica, que entre un buen católico y una buena protestante". Con esto, parecía dar a entender que su novia era una convencida y practicante protestante. Preguntaron por su familia, y resultó que su padre era pastor protestante. Esto alarmó más a la familia de Natalia.
        — "¿Pero es para tanto?", preguntaba Natalia a su madre, al verla muy agitada.
        — "Que sí, hija, que sí. Si es que en estas cosas es ella siempre la que se impone. Y si se casan, ¿los hijos qué? Pues que siguen siempre a la madre. Si por lo menos fuese al revés..."
        — "Ya", dijo Natalia, con gesto de desagrado al imaginarse ella en una situación así: no era ése el tipo de novio con el que soñaba.
        Y precisamente el argumento de los hijos fue el que apareció a continuación en las cartas. Ésta fue la réplica:
        — "Creo que, quizás por las circunstancias, tenéis un concepto un tanto estrecho del cristianismo. Nos vendría mucho mejor a todos, católicos o no, si dejáramos de ver a las iglesias como rivales y las viéramos como complementarias. Es como los hospitales: todos vamos a lo mismo, a curar, y entre todos podemos proporcionar una oferta más completa. No siempre aplicamos las mismas técnicas, pero eso no significa que descalifiquemos a quien no trabaja como nosotros, y además aprendemos unos de otros".
        Siguieron varias cartas en el mismo tono. Más tarde, Roberto empezó a sondear a sus padres sobre la posibilidad de que fuera a pasar una semana con ellos, acompañado de su novia; debía pensar que eso acabaría por convencer a sus padres. A éstos, ya cansados del asunto, no les pareció mala idea. Así, se concertó la fecha. Cuando se aproximaba, los padres de Natalia se dieron cuenta de un problema, y llamaron a su hija:
        — "Tú tendrás que enterarte bien de qué piensa y cómo es..."
        — "¿Yooo...?"
        — "Aquí eres tú la que sabes inglés, ¿no? Porque lo que es tu padre y yo..."
        Natalia empezó a repasar su inglés, y acabó esperando con expectación la llegada de su hermano y su novia. Llegaron en la fecha prevista. La novia de Roberto, Rebeca, se alojó en la misma habitación de Natalia, y pronto comenzaron a conversar. La religión salió a escena, y Natalia no tardó en darse cuenta de que, al menos en este aspecto, la chica era bastante distinta a como la veía su hermano. Pertenecía a un sector protestante bastante hostil a la Iglesia Católica. Calificaba a ésta con términos despectivos: decía que eran arrogantes orgullosos que miran a los demás como destinados a la condenación, que habían puesto a un hombre –al Papa– en el lugar de Jesucristo, y que pretendían imponer una moral agobiante a base de amenazas. A Natalia eso le parecía insultante, y reaccionaba con genio. Le decía que ahí está la Iglesia desde el principio –desde Cristo– manteniendo la misma fe, a lo que Rebeca contestaba que los católicos la habían pervertido, y pretendían descalificar al "verdadero seguimiento de Cristo". Natalia, ya enfadada, replicó que ella no vivía agobiada, y que estaba muy contenta de encontrar en la Iglesia todo lo que necesitaba para su espíritu; que no entendía esa animadversión hacia la Iglesia católica, salvo que no tuviera la conciencia tan tranquila al respecto y en el fondo tuviera envidia. Esta última afirmación rompió el diálogo entre ambas.
        Durante los siguientes días Natalia trató de hacer ver a su hermano lo que pensaba su novia de verdad, pero fue infructuoso.
        — "Que ya te conozco. Seguro que te has puesto a discutir, ¿a que sí?" Tuvo que reconocer que sí; intentó convencerle de que una cosa era su culpa –que admitía–, y otra las ideas de Rebeca, pero fue inútil.
        Faltaba un día para que se marcharan, y Natalia estaba apesadumbrada, pensando que "lo había vuelto a fastidiar todo" por culpa de su carácter. Buscaba una solución para hacer entrar en razón a su hermano, pero concluía que no había nada que hacer. "¡Un momento! –exclamó de repente–, ¿y si...?"
        La víspera por la noche, esperaba a Rebeca en su habitación. Natalia, que no cesaba de dar vueltas al asunto, se dirigió a ella y le preguntó:
        — "Y cuando os caséis, ¿vas a seguir acompañando a Roberto a Misa?"
        — "¿Y a ti qué te importa?", fue la fría respuesta.
        — "No, como me dijo que os acompañáis uno al otro los domingos..., me quedaría más tranquila si me dijeras que seguiréis..."
        — "Pues no te lo voy a decir".
        — "Hija, con lo ecuménica que dice Roberto que eres...".
        — "Roberto ha vivido engañado toda su vida".
        — "Ya, y ¿no lo estarás engañando un poco dándole esperanzas falsas?"
        — "¡Déjame en paz!".
        — "Sí, pero el pobre...".
        — "El pobre, afortunadamente, se está quitando de encima esos horrorosos prejuicios católicos", contestó, ya traspasado el umbral del enfado.
        — "¿Prejuiciooos?"
        — "¡Sí, prejuicios! Y espero no volver a soportar esto más".
        — "¿Que nunca volverás a vernos?"
        — "No, nunca más".
        — "¡Ay, qué pena!".
        — "¡Mira...!", dijo Rebeca, ya visiblemente irritada. Natalia la interrumpió, repentinamente:
        — "¿Y si se hace católico un hijo vuestro? ¿Y si opta por ser católico? ¿Cómo te va a sentar eso?"
        — "Nunca, ¿me oyes?, nunca será católico un hijo mío", contestó con una ira contenida, y salió.
        A la mañana siguiente, despidiéndose en el aeropuerto, Natalia pudo estar un momento a solas con su hermano, mientras sus padres y Rebeca se entretenían en la consigna. Le contó la conversación pormenorizadamente. Roberto, más callado que de costumbre, se despidió de sus padres y, al poco, partió el avión.
        Pasaron varias semanas sin noticias de Roberto, lo que puso nerviosos a sus padres, que tampoco habían conseguido mucha información de Natalia. Un día llegó por fin la carta esperada. Sin dar muchas explicaciones, dijo que había roto con su novia. Tras la firma final añadía unas palabras: "PD. Para Natalia: gracias". Ella, que dudaba si había hecho bien o no, pareció tranquilizarse. Los padres estaban intrigados por la postdata, intuyendo que tenía que ver con el otro asunto. Se dirigieron a ella:
        — "Oye, ¿tú qué has hecho?"
        — "¿Quién? ¿Yo? Nada..."
Interrogantes:
        — ¿Quién ha fundado la Iglesia? ¿En qué momento (o momentos) fue fundada? ¿Para qué? ¿Fue voluntad de Cristo fundar una sola Iglesia? ¿Podría ser válida la visión que contempla las diversas iglesias cristianas como complementarias? ¿Por qué? ¿Cuáles son las notas que caracterizan a la Iglesia fundada por Jesucristo?
        — ¿Cómo se compagina la unidad con la existencia de distintas iglesias cristianas? ¿Cómo se ve la Iglesia Católica en relación a las demás? ¿Supone orgullo pensar que sólo la Iglesia Católica responde plenamente a lo que fundó Jesucristo? ¿Por qué? ¿En qué se manifiesta la unidad dentro de la Iglesia Católica? ¿Es la figura del Papa necesaria para esta unidad? ¿Por qué? ¿Supone situar a un hombre donde sólo puede estar Jesucristo? ¿Por qué?
        — ¿Qué significa la santidad de la Iglesia? ¿Es necesaria para la salvación? ¿Supone esto que los católicos consideran a los miembros de otras iglesias, o religiones, como "destinados a la condenación"? ¿Cómo se compagina este aspecto con el anterior? ¿Qué medios proporciona la Iglesia para la salvación? ¿Es la vía de salvación una "moral agobiante a base de amenazas"? ¿Por qué? ¿Pueden encontrarse estos medios fuera de la Iglesia Católica? ¿Cuál es su diferencia con ésta?
        — ¿Qué quiere decir que la Iglesia es católica? ¿Tiene sentido el proselitismo de los católicos, o sería más correcto pensar que como "todos vamos a lo mismo" se debe dejar a cada uno seguir su camino? ¿Por qué es necesario el ecumenismo?
        — ¿Qué quiere decir que la Iglesia es apostólica? ¿Tiene importancia la continuidad desde los tiempos apostólicos? ¿En qué aspectos debe manifestarse esa continuidad?
        — Teniendo en cuenta lo examinado aquí, ¿cuál es la naturaleza de la Iglesia? ¿Qué es en relación a Jesucristo? ¿Por qué sus fieles pueden sentirse en ella seguros de que tienen todos los medios de salvación?
        Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 748-750, 763-776, 781-798, 811-865.
Así es la vida:
        Las ideas que expone Roberto sobre la Iglesia –comparando a las iglesias con los hospitales– están bastante extendidas. Nos encontramos con un planteamiento parecido al que veíamos en el caso de la lección sobre la Revelación. La diferencia es que aquí el ámbito es más restringido: las iglesias cristianas.
        Una vez más se comete el error de medir –allí eran las creencias, aquí son las iglesias– en términos de pura utilidad, como un problema de oferta o de gustos. Las diferencias no se reducen a "aplicar técnicas distintas", sino que son más profundas, y en último extremo consisten en creencias que afectan al modo de ver la vida en sus constitutivos más básicos y profundos: son diferencias de fe. Roberto trata de paliar este aspecto diciendo que todos creen "en lo fundamental" pero no es así en muchos casos. Lo es con los ortodoxos, pero no con los protestantes: en lecciones anteriores hemos podido ver ideas de origen protestante que difieren de la fe católica en puntos fundamentales.
        En algunos ambientes protestantes se ha difundido la noción de Iglesia a que se refiere Roberto. Consiste en creer que Jesucristo fundó una Iglesia, que viene a servir como "modelo" o referencia. Las diferentes iglesias vendrían a ser distintos intentos de acercarse al modelo, al ideal. Ninguna alcanzaría el ideal, de forma que lo que más se acercaría a este "ideal" completo sería, no una de las iglesias cristianas en particular, sino el conjunto de todas ellas, que se complementarían entre sí.
        La idea es sugestiva y parece despejar obstáculos para el ecumenismo. Pero no concuerda con lo que aparece en el Evangelio. Jesucristo funda una Iglesia: "un solo rebaño, con un solo Pastor" (Jn. 10, 16). Los Hechos de los Apóstoles lo confirman: habría sido muy fácil –y parecía solucionar problemas– haber constituido una "iglesia judaizante" y otra "de los gentiles" con carácter complementario, pero todos sus esfuerzos eran en sentido contrario: mantener la unidad, como quería el Señor. Y esa Iglesia no sería "una aproximación", sino exactamente la que Él quería, porque no sería una pura obra humana, ya que Él la asistiría hasta el final de los tiempos. San Pablo lo explica con más detalle y profundidad: la Iglesia es la Esposa de Cristo –y sólo se desposa a una–, y por ello es su mismo Cuerpo, del que Él es la Cabeza. Y así "sólo hay un cuerpo... sólo un Señor, una fe, un bautismo" (Ef. 4, 4-5). Este carácter determina la plenitud: la santidad, en medios –todos los que quiso Cristo– y en frutos. No podía ser de otra manera si se cuenta con la asistencia divina. Y, si es una, lo es en el tiempo: por tanto, la Iglesia fundada por Jesucristo debe remontarse, sin solución de continuidad, hasta los primeros tiempos, hasta los apóstoles sobre los que fue fundada: el Colegio de los Obispos con el Romano Pontífice como cabeza, sucede al Colegio de los Apóstoles con Pedro como cabeza: "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt. 16, 18). Es apostólica, además, porque Todos los miembros de la Iglesia, por su misma vocación bautismal, están llamados por Jesucristo al apostolado (cfr. C.Ig.C., 863). La cuarta característica, o "nota", figura también en el Evangelio: Jesucristo envió a sus Apóstoles "a todo el mundo" (Mc. 16, 15), y por ello la Iglesia es universal sin restricciones ni exclusivismos: es católica.
        Por todo eso, la Iglesia afirma que la Iglesia fundada por Jesucristo "subsiste en la Iglesia Católica" (C.Ig.C., n. 820). Esto no significa que ésta contemple a las demás meramente como "rivales", y menos que vea a sus miembros como "destinados a la condenación". Reconoce en ellas "muchos elementos de santificación y de verdad". Por tanto, "el Espíritu de Cristo se sirve de estas Iglesias y comunidades eclesiales como medios de salvación", pero no se ha de olvidar el motivo de ello: "cuya fuerza viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica" (C.Ig.C., n. 819). De modo que podemos decir que la Iglesia, "sacramento universal de salvación" (LG, 48), es asumida por Cristo como "instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG, 1; cfr. C.Ig.C., 775-776).
        ¿Qué sucede entonces con el ecumenismo? Es la búsqueda de la unidad perdida, y en este sentido merece nuestra alabanza, nuestra oración y nuestro esfuerzo. Pero si se pretendiera recuperar esta unidad al precio de renunciar a las propias convicciones –"negociando" con ellas para buscar una especie de "término medio" consensuado–, dejaría de ser bueno. En realidad, sería perjudicial para todos, católicos o no, porque estar dispuesto a algo así supondría relativizar la fe misma, traicionando el depósito entregado por Cristo: ya no se dialogaría con alguien que tuviera discrepancias en las convicciones, sino con alguien sin convicciones.
        Por último, habría que agregar que la Iglesia, precisamente por la conciencia que tiene de su misión materna respecto a sus fieles y el peligro de indiferentismo o de pérdida de la fe que suponen los matrimonios mixtos, prevé algunas condiciones para su celebración (cfr. C.I.C., cc. 1125 y 1086), sobre todo para garantizar la educación católica de los hijos.
(Fuente: Fluvium.org)

 
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