¿Se enteró?, el hecho de que la Iglesia se encuentre en Sede Vacante y los cardenales se aprestan a elegir un nuevo papa, suscita en muchos "entendidos" la avidez de adelantar pronósticos y además dan a entender los fundamentos en los que se basan para hacerlos. Lea lo que sigue y lo comprenderá mejor.
Cuando el que escribe es consciente – y no siempre es obvio que esta
conciencia exista – de estar describiendo un mundo del que se le escapan las
dinámicas y del que no comprende las finalidades, los resultados pueden ser de
lo más diversos. Algo se debe escribir, la página blanca se presenta amenazante
desde la pantalla de la computadora en la redacción, y entonces, en la onda de
la insostenible ligereza del no-conocer, parafraseando a Kundera, llegan
comentarios casuales, deseos personales travestidos de noticias y palabras
completamente privadas de peso específico.
El vaticinio sobre el nombre del nuevo Papa se convierte entonces en un
pretexto para decir todo y lo contrario de todo: desde el “queremos un Papa
moderno, un Papa Amélie Poulain, que lleve grandes cruces de rapero” - sic,
frases tomadas de un blog que se lee en el sitio de Le Monde – al cabaret
onomástico, violentamente anticlerical pero no privado de cultura y alegría
“patafísica”, del cómico suizo Daniel Rausis, el inventor del género de los
Papocryphes, nombres papales totalmente imaginarios. En el 2005,
autodefiniéndose experto de pontificcionologías (sí, precisamente así), el
cómico se ofrecía a dar una mano al nuevo sucesor de Pedro para la elección del
nombre, como especialista mundial de la cuestión, aconsejándole los nombres más
surrealistas. Causa impresión releer sus palabras a algunos años de distancia,
ahora que su comentario más sutilmente pérfido y más citado en la red - “el
único acto libre e imprevisible de un Papa es la elección del nombre” – ha sido
tan clamorosamente desmentido el pasado 11 de febrero.
"They really don’t know much more about the Conclave than the rest of
us” (“En realidad, ellos no saben mucho más que nosotros del conclave”), afirma
tajante con lacónico pragmatismo un editorial aparecido en el blog Rorate Caeli,
describiendo el difícil trabajo del vaticanista – aunque tengan una larga
carrera y no les falte formación – en espera del cónclave. En retrospectiva, el
elenco de los grandes errores es inexorablemente muy largo. Basta citar sólo
dos ejemplos contenidos en el editorial de Rorate Caeli: en la lista de los
papables que ocho años atrás presentó un preparadísimo y por otro lado
autorizado periodista no italiano – veinte nombres de cardenales provenientes
de todo el mundo – estaba ausente precisamente el purpurado que luego se convertiría
en Benedicto XVI, mientras que otro autorizado colega italiano, por otro lado
rápidamente corregido, concordaba en la sustancia, describiendo la hipótesis
Ratzinger como “más simbólica que real”.
Otro error de perspectiva muy difundido es el que podríamos definir como
la fascinación del slogan, es decir, la costumbre de repetir frases fabricadas
sin verificar su historicidad. “Quien entra Papa sale cardenal”, por ejemplo,
es un lugar común desmentido varias veces en el siglo XX, ha recordado oportunamente
John Allen al comienzo de la sede vacante. De hecho, en 1939 fue elegido el
favorito, Eugenio Pacelli, y así en 1963 Giovanni Battista Montini, mientras
que en 1978 la elección de Albino Luciani fue prevista, entre otros, también
por “Time”, “L’Espresso” y “Le Monde”. Incluso el imprevisible Karol Wojtyla –
cuyo nombre había aparecido como probable Papa no italiano en la revista
“Panorama” un año y medio antes de la elección – había sido indicado
explícitamente como futuro Pontífice, sobre la base de una previsión con toda
evidencia atendible, por el brillante sacerdote y vaticanista español José Luis
Martín Descalzo, en el semanario “Blanco y Negro”. Y con él concordaba Silvano
Stracca, el inolvidable vaticanista de “Avvenire”.
En la imposibilidad de dar nombres con conocimiento de causa, está
finalmente quien apunta cómodamente al efecto acumulación, como ocurrió desde
que Benedicto XVI declaró su renuncia al pontificado. Así, Luis Badilla
Morales, colaborador de Radio Vaticana y atento observador que desde hace años
navega en la red, ha notado con agudeza que, desde el pasado 11 de febrero, los
nombres de los “papables” han subido de 23 a 47, aún si los más recurrentes son
“sólo” una docena. Y no son pocos los colegas que se apresuran en insertar
nombres en sus listas personales. De este modo podrán decir a sus nietos: “Yo
lo había previsto”.
(Fuente: La buhardilla de Jerónimo)
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