La fiesta de Todos los
Santos ha de colmarnos de una gran esperanza. Entre los santos del cielo hay
algunos a quienes hemos conocido. Todos han vivido en la tierra una vida
semejante a la nuestra. Bautizados, marcados con el sello de la fe, fieles a
las enseñanzas de Cristo, nos han precedido en la patria celestial y nos
invitan a reunirnos con ellos. El evangelio de las bienaventuranzas, al mismo
tiempo que proclama su felicidad, nos muestra el camino que han seguido; no
hay, ciertamente, ningún otro que nos lleve a donde ellos están.
La «conmemoración de todos
los Santos» se comenzó a celebrar en Oriente. En el siglo VIII se la encuentra
ya en Occidente en diferentes fechas. El martirologio romano elogia al papa
Gregorio IV (827 – 844) por haberla extendido a toda la cristiandad; parece,
sin embargo, que el papa Gregorio III (731-744) le había precedido en esta
decisión. Por otra parte, en Roma se celebraba ya el 13 de mayo la dedicación
de la basílica de Santa María y de todos los mártires; es decir, del Panteón,
templo de Agripa, dedicados a todos los dioses del paganismo, al cual había
hecho trasladar el papa Bonifacio IV numerosas osamentas de las catacumbas.
Esto explica por qué tantos textos de la misa de hoy han sido tomados de la
liturgia de los mártires. El papa Gregorio VII trasladó el aniversario de esta
dedicación al 1º de noviembre.
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