¡Ay de mí si no anuncio
el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y
testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con
tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo
es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios
invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él
es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por
nosotros.
Él es el centro de la
historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra
vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será
finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y
nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de
hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la
vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y
nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro
consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño,
pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló,
obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son
bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que
los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que
los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden
alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Éste es Jesucristo, de
quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por
vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su
nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la
omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana
y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y
el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios,
eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre
según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo
místico.
¡Jesucristo!
Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es
que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los
siglos.
(Fuente; de las homilías del Papa Pablo VI - Homilía pronunciada en Manila el 29 de noviembre de 1970)
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