"Mortificación", ¿le suena a palabra antigua? ¿Se puede hablar hoy de mortificación?. Sí, se puede y se debe. A través del texto que sigue podrá conocer la realidad y la conveniencia de practicarla. Verá que no se trata de algo de lo que "ya no se habla".
Si lo prefiere haga su comentario.
Mortificaciones para los cristianos
del siglo 21 - Sugerencias
P.
NÉSTOR SATO
PRÓLOGO
Enseña el catecismo de
la Iglesia Católica, que el cristiano, a fin de llegar a la meta para la cual
ha sido creado: el CIELO, el compartir la felicidad misma de Dios, debe vencer
a TRES ENEMIGOS que le obstaculizarán el alcanzar esa meta. Ellos son: el
MUNDO, el DEMONIO y la CARNE.
El MUNDO es ese
ESPEJISMO ARTIFICIAL, esa ATMÓSFERA DE FALSA ESCALA DE VALORES, inmersos en la
que vivimos y a la cual respiramos con la inconsciente o cobarde naturalidad
con la que el fumador aspira el humo letal del cigarrillo sin saber… o
sabiendo… que ese humo atenta contra su vida y deforma y falsifica los aromas
verdaderos de la naturaleza y el sabor real de los alimentos. Así el MUNDO
deforma y falsifica el verdadero valor de la gloria y de los bienes eternos y
falsifica y maquilla favorablemente el valor de la gloria y de los bienes
temporales y transitorios, atentando así contra la verdadera vida del alma
destruyéndola calladamente como hace el tabaco con la vida del fumador.
El DEMONIO es ese ángel
caído, rebelado contra Dios y castigado con el apartamiento eterno de Él, y que
por envidia tentó e hizo caer a nuestros primeros Padres y que aun vencido por
Jesucristo tiene el enigmático permiso de tentar incluso a los discípulos del
Señor, y lo hace como antaño y siempre, por odio a Dios y envidia al hombre, la
criatura amada de Dios.
La CARNE, así llama la
Biblia a la naturaleza humana, decaída por el pecado, de su glorioso estado
original con pérdida de la filiación divina y de los dones preternaturales
(inmortalidad, ciencia infusa, inmunidad al sufrimiento) y quedando herida en
sus dones naturales (oscuridad en la inteligencia, debilidad en la voluntad,
flaqueza en el libre albedrío) y con la triste herencia de cargar con una
inclinación al mal que la teología católica llama CONCUPISCENCIA y que ni aun
el bautismo erradica, aunque da la gracia para vencerla. Es decir, que el
pecado y la tentación tienen un cómplice en el fondo de nosotros mismos. De
aquí proviene la necesidad, para el cristiano, de la MORTIFICACIÓN.
Debemos MORTIFICAR
(aplastar y vencer) en nosotros, todo lo que en nosotros se opone a Dios, y
MORTIFICAR (vencer y rechazar) todas las invitaciones y sugerencias de nuestros
tres enemigos y MORTIFICAR (aplastar) la benevolencia receptiva que a veces
sorprendemos en nuestra CONCUPISCENCIA respecto a esas invitaciones.
Pero como las tácticas
que usa el Enemigo para vencernos, cambian según los siglos, así también deben
cambiar nuestras tácticas para aplastarlo.
-¿Qué realidad
designamos con la palabra MORTIFICAR?
-Así nos responde el
Diccionario de la Real Academia Española:
“ES EL DOMAR LAS
PASIONES CASTIGANDO EL CUERPO Y REFRENANDO LA VOLUNTAD”
-Pidamos a la teología
más luces sobre este tema.
Ella enseña que en
nuestra alma hay dos partes principales a las que llama PORCIÓN SUPERIOR y
PORCIÓN INFERIOR, o en términos más claros: RAZÓN y APETITO SENSITIVO.
Antes del pecado, en
ese estado de inocencia y santidad en que Dios creó al hombre, la porción
inferior estaba perfectamente sujeta a la superior, el APETITO a la RAZÓN,
porque Dios no creó al hombre desordenado como ahora estamos, sino que
entonces, con facilidad y suavidad, el APETITO obedecía a la RAZÓN y la RAZÓN a
Dios y esa hermosa armonía TENÍA LA FUERZA NECESARIA PARA VENCER CUALQUIER
tentación que atentara contra ella.
Pero, por el pecado,
como la razón se rebeló contra Dios, también el apetito sensitivo se rebeló
contra la razón y entonces, por castigo y justo juicio de Dios, el hombre
desobediente a su creador y destructor de la armonía que Él puso en lo creado,
vive en continua guerra con sus apetitos inferiores sublevados, esforzándose en
reducirlos a una reconstructiva obediencia y luchando en domar los corcoveos de
su voluntad rebelde a las voluntades divinas, para tratar de recuperar, la paz
y la armonía perdidas.
Toda esa lucha y ese
trabajo de reconstrucción y de recuperación son rigurosamente necesarios porque
el pecado original y los nuestros personales han hecho de nuestra identidad
original, esa imagen y semejanza de Dios según la cual hemos sido creados, una
lamentable caricatura y ahora todo el trabajo de la gracia, con la cual
colabora la buena voluntad humana, consiste en rectificar y rehacer esa
identidad, ese bello proyecto de Dios que Él amó tanto como para decidir su
elección y su existencia. La Iglesia llama SANTO, a aquél que recuperó su
identidad original. Por eso, llegar a ser SANTO es llegar a ser uno mismo, sin
sus defectos.
Por eso la teología
católica y los maestros de la vida espiritual nos enseñan:
“SED VOSOTROS MISMOS
SOBRENATURALMENTE eliminando vuestros defectos, para que la imagen de Dios y de
su Hijo se forme cada día más en vosotros. Cada uno la reproducirá a su modo;
esta unidad en la variedad, cuando resplandece, crea la belleza; la belleza
espiritual e inmortal”.
Así escribe el P.
Garrigou-Lagrange O.P. en su libro “La vida eterna y la profundidad del alma”
(Edic. Rialp – Madrid – 1953 – pag. 310).
Toda esta valerosa
lucha y este paciente trabajo para lograr que, con la ayuda de la gracia, vaya
triunfando en nosotros lo mejor de nosotros y quede mortificada y dominada
nuestra inclinación a lo peor, que también está en nosotros, esta lucha,
decimos, adquiere nuevos rostros y nuevos modos, según que en la mutante
variedad de los tiempos, las nuevas generaciones ofrezcan a nuestros seculares
enemigos, nuevos flancos de ataque (aunque BÁSICAMENTE siempre los mismos) y
según que aun los mismos adelantos de las ciencias y las técnicas naturales
ponen, al alcance de esos enemigos, armas inéditas para sabotear el plan de
Dios sobre sus hijos y su armonía. Viene bien recordar aquí algunas sabias
advertencias que hace el Beato J.H. Cardenal Newman en su obra “SERMONES
CATÓLICOS” sermón VI. (marzo/1848) Edic. RIALP – Nebli – Madrid – 1959.
“Observo que una edad civilizada
está más expuesta a los pecados sutiles que una edad ruda. ¿Por qué? – Por ésta
sencilla razón: porque es más fértil en excusas y evasiones.
Se puede defender el
error y cegar así los ojos de aquellos que no tienen una conciencia muy
vigilante. Se puede hacer plausible el error, se puede hacer considerar el
vicio como virtud. El pecado se dignifica con nombres elegantes: a la avaricia
se la designa como el propio cuidado de la familia; al orgullo se lo llama
independencia; al resentimiento, amor propio y sentido del honor, a la envidia,
espíritu competitivo y así sucesivamente.
Tal es esta época, y
por eso la forma de negarnos a nosotros mismos debe ser muy distinta de la de
una época primitiva. A los bárbaros recientemente convertidos, o a las muchedumbres
belicosas, de fiero espíritu y de gran fuerza, nada podría domarles mejor que
el ayuno. Pero nosotros somos muy diferentes. Sea por el curso natural de los
siglos, sea por nuestro modo de vivir, por la amplitud de nuestras ciudades o
por otras causas, el caso es que nuestras fuerzas son débiles y no podemos
soportar lo que aguantaban nuestros antecesores.
Así hay muchas personas
que de alguna manera deben ser dispensadas, bien por su duro trabajo o bien
porque nunca poseen lo suficiente y no se les pude pedir tal restricción en
Cuaresma.
Estas son razones por
las cuales la ley del ayuno no es tan estricta como lo fue una vez. Y
permitidme que os diga que la ley que la Iglesia nos impone ahora, aunque
indulgente, es, sin embargo, estricta también: prueba a una persona.[…] Para
nuestras débiles constituciones basta con que haya una mortificación de la
sensualidad; sirve al fin para el que fue instituido el ayuno. Por otra parte,
siendo tan ligera como es, tanto más suave que en los primeros tiempos, nos
sugiere que junto a la glotonería y la embriaguez hay muchos otros pecados y
debilidades que mortificar.[…]
Justo cuando acababa la
edad ruda del mundo y empezaba una edad llamada de luz y civilización – me
refiero al siglo XVI, la Providencia de Dios Todopoderoso suscitó a dos santos,
el florentino San Felipe de Neri y el español San Ignacio de Loyola.
Su ascetismo personal
fue maravilloso y, sin embargo, estas dos grandes lumbreras tan mortificadas
ellas mismas y tan dispares entre sí, coincidieron en este punto: NO IMPONER
SACRIFICIOS CORPORALES DE CIERTA EXTENSIÓN A SUS DISCÍPULOS, SINO MORTIFICACIÓN
DEL ESPÍRITU, DE LA VOLUNTAD, DE LAS INCLINACIONES, DE LOS SENTIDOS, DEL
JUICIO, DE LA RAZÓN. Estuvieron iluminados divinamente para ver que la época
que se aproximaba y en cuyos comienzos se encontraban ellos (Lutero – rebelión
protestante - libre exámen) requería sobre todo MORTIFICACIÓN DE LA RAZÓN Y LA
VOLUNTAD, MAS BIEN QUE DEL CUERPO, aunque fuera, desde luego, necesario esto
también. Pues bien, hermanos míos, yo he sacado mi conclusión práctica. Lo que
todos nosotros necesitamos más que ninguna otra cosa, lo que esta época
necesita, es que la inteligencia y la voluntad se sometan a una ley.
Actualmente no tiene ninguna; su ley es la propia voluntad; su medida de toda
verdad, la propia razón.
No se doblega ante
ninguna autoridad, ni se somete a la ley de la fe. Es sabia a sus propios ojos
y confía en sus propios recursos. Y vosotros que vivís en el mundo, estáis en
peligro de ser seducidos por él y participar de su pecado y finalmente de su
castigo”.
Luego de esta voz de
ALERTA que nos llegó por medio del Beato J.H. Cardenal Newman, con su clara
toma de conciencia acerca del flanco sobre el que está centrado el eje del
ataque actual del enemigo y su sabio reconocimiento de la misión de los dos
Santos que la Providencia suscitó para prevenirnos y prepararnos adecuadamente
para vencerlo, la Providencia suscita luego otros dos Santos, San Grignion de
Montfort y Sta. Teresa del Niño Jesús para afirmar y ahondar los canales
presentidos y esbozados por los dos primeros Santos y por los cuales se
encauzará, en un futuro que es ya ahora presente, el modo y la fuerza del contraataque
de Dios.
A los que no se
doblegan ante ninguna autoridad y son esclavos de la ley de su propia voluntad,
de la espontaneidad despótica de sus propias pasiones; a los que en un gesto de
rebeldía contra una Ley más alta, enajenan solapadamente su libertad haciéndose
súbditos de las leyes y de las modas de un mundo irracional, artificial,
mentiroso e hipócrita…a todos ellos la Iglesia de Cristo opondrá con San
Grignión de Montfort, la ESCLAVITUD MARIANA, un llegar a ser libres de sí
mismos y de toda dependencia degradante, mediante el soldar, por medio del
calor de un soberano acto de amor, la voluntad humana a la voluntad Divina y un
sabio subordinar las determinaciones de la libertad humana, a las decisiones de
Aquél que nos creó libres a su imagen y semejanza y quien siempre respeta,
honra y quiere ahondar y perfeccionar sin forzarnos, esa semejanza para su
gloria y la nuestra.
A aquellos para quienes
la medida de toda verdad es su propia razón y son sabios a sus propios ojos, a
aquellos que solo confían en sus propios recursos y planes e incluso rehúsan
apelar a la ayuda de lo Alto cuando los asuntos de la Tierra parecen ya escapar
al control de nuestras ineptas manos, porque en su obtusa miopía juzgan estar
en la edad de madurez de la Humanidad y solos nos bastamos…a esos la Iglesia
opone, con Sta. Teresa del Niño Jesús, la INFANCIA ESPIRITUAL, la opción de
llegar, desembarazados del agobiante lastre de la soberbia del hombre viejo a
ser el ágil niño sabio que dejando de planificar sobrehumanas grandezas, sólo
hace siempre lo debido, cumple con cuidado lo mandado y que para animarse a más
sólo está atento a ser llamado y en tanto, se recuesta tranquilo y confiado, en
los planes de la Providencia y en la sabiduría y fecundidad de sus callados
pasos para llevarnos al maravilloso destino eterno para el cual hemos sido
creados.
-Ycómo atiende el
niño sabio al inflexible deber de fomentar todo lo bueno que por creación
tenemos y el de MORTIFICAR y arrancar el yuyo malo que, por envidia, el
Adversario siembra incansable en nuestro campo?
-El niño sabio cumple
ese deber con el ardor bélico que corresponde a un hijo del Dios verdadero,
justo y santo, pero siguiendo los canales tácticos esbozados por Felipe de Neri
y el español Ignacio, esto es: sin descuidar el campo del cuerpo, guerrear
principalmente contra el yuyo malo infiltrado en el campo del espíritu y así él
usando de la fuerza de la austera virtud de la TEMPLANZA, sujeta al rigor de un
disciplinado ayuno la inclinación al libertinaje intelectual, a la insaciable
CURIOSIDAD que quiere
verlo todo, enterarse de todo; al desordenado e inmoderado deseo de saber más
allá de lo que pide el propio camino y la misión personal; a la pretenciosa
ansiedad de comprenderlo todo, de penetrar todos los misterios, aun
prescindiendo de Dios y de su voluntad. Y luego, con ayuda de la misma virtud,
el niño sabio se impone una ABSTINENCIA absoluta de todo aquello que engorda al
EGO: Dinero, Promociones sociales, Notoriedad, Honores temporales, etc.
¿Y cómo enfoca el niño
sabio la tarea de mortificar su mala inclinación interna y la de rechazar la
invitación externa al mal?.
La enfoca según la
enseñanza que Dios encomendó a su Doctora de la Infancia Espiritual transmitir
a los cristianos de nuestra época. Sin soñar en reeditar las espectaculares
hazañas ascéticas de muchos santos de los antiguos tiempos el niño sabio debe
ceñirse a hacer todos los pequeños sacrificios y renuncias sin gloria que exige
hoy, el cumplimiento de los mandamientos y de los propios deberes de estado.
Mortificaciones mortificantes sin embargo y a punto tal, que no recaudan
aplausos ni reconocimientos, salvo ante los ojos de Dios, ni tampoco secretas
autocomplacencias de héroe ignorado, porque con ellas sólo se hace lo que se
debe hacer si se quiere ser fiel y no se quiere uno perder. Es decir, el niño
sabio está obligado hoy a un modo de obrar y de ser perfecto servidor de Dios,
como lo fue el de la Sgda. Flia. de Nazareth, esto es: sin mostrar el menor
realce visible que la asemejara a las heroicas figuras religiosas de la
historia de Israel y de la Iglesia, no ser sin embargo frente a los ojos de
Dios, inferior a ninguna de ellas.
Esta forma de
MORTIFICACIÓN indicada por Dios, por medio de los santos ya mencionados, como
la más propicia para los cristianos de la época contemporánea, ha sido
recomendada una vez más por la voz del Cielo en Fátima, Portugal,
acontecimiento sobrenatural cuya verdad está respaldada por la autoridad de la
Iglesia.
De ese acontecimiento
polifacético sólo mencionaremos algo que toca al tema que nos ocupa ahora.
(Tomamos el dato de las
“MEMORIAS DE LUCÍA” la vidente de Fátima – Edic. Sol de Fátima – Madrid – 1995
– 5ta. edición – capítulo “Apariciones del Ángel” p. 141). Estas apariciones
fueron tres, en la segunda, (verano de 1916) el Ángel dice a los niños
videntes: “Orad mucho, los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros
designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y
sacrificios”.
-¿Cómo nos hemos de
sacrificar? le preguntan.
-“De todo lo que
podáis, ofreced un sacrificio, en acto de reparación por los pecados con que ÉL
es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre
vuestra patria la paz. Yo soy el Ángel de la Paz, el Ángel de Portugal. SOBRE
TODO, ACEPTANDO Y SOPORTANDO CON SUMISIÓN EL SUFRIMIENTO QUE EL SEÑOR OS
ENVÍE”.
Finalmente, en la obra
de BARTHAS “La Virgen de Fátima” – Ediciones Rialp – Madrid – 1988 – octava
edición, pag. 549, el autor nos da a conocer una carta de Sor Lucía, la vidente
de Fátima, con fecha 20 de abril de 1943, carta que fue leída durante los
Ejercicios Espirituales que celebraban en Fátima todos los obispos de Portugal,
carta que fue dada a conocer también por el Cardenal Segura en España, en una
Asamblea sacerdotal en la catedral de Sevilla.
De la carta sólo
tomamos el fragmento que interesa al tema que estamos tratando. Así escribe Sor
Lucía:
“Dios Nuestro Señor va
dejándose aplacar, mas se queja amarga y dolorosamente del número limitadísimo
de almas en gracia, dispuestas a renunciar a sí mismas en lo que les exige la
observancia de su Ley.
Lo que Dios Nuestro
Señor pide ahora es ESTA penitencia:
El sacrificio que cada
persona tiene que imponerse a sí misma para llevar una vida de justicia en la
observancia de su Ley; y desea que se haga conocer con claridad este camino a
las almas, pues muchas, juzgando el sentido de la palabra PENITENCIA por las
grandes austeridades y no sintiendo fuerza ni generosidad para ellas, se desaniman
y se rinden a una vida de tibieza y pecado.
Del jueves al viernes,
estando en la capilla con licencia de mis Madres Superioras, a las doce de la
noche ME DECÍA NUESTRO SEÑOR: (escribe Lucía) EL SACRIFICIO QUE DE CADA UNO
EXIGE EL CUMPLIMIENTO DEL PROPIO DEBER, EN LA OBSERVANCIA DE MI LEY, ESA ES LA
PENITENCIA QUE AHORA PIDO Y EXIJO”.
Este mismo texto es
citado por el teólogo dominico M. PHILIPON O. P. en su notable y ya famosa obra
“Santa Teresa de Lisieux” un camino enteramente nuevo. (Editorial Balmes –
Barcelona – 1963 – 3ª edición, pag. 272) en el capítulo IX “Una nueva era de espiritualidad”
en el inciso II “Caracteres negativos de la espiritualidad teresiana”,
apartado-1. “Ausencia de mortificaciones extraordinarias” para confirmar que el
enfoque del modo de mortificación para nuestra época que Dios inspiró vivir y
enseñar a la santa carmelita de Lisieux, es el que Él quiere y así lo revalidó
a través de Sor Lucía, la vidente de Fátima.
Por todo esto, vemos en
qué debe consistir una vida actual de penitencia, sacrificio y reparación y
para ayudar a los cristianos fervorosos a llevar esa vida con un amor
santificador y reparador en medio de sus legítimas obligaciones y
responsabilidades diarias les ofrecemos esta lista de sugerencias sacrificiales
con la certeza de que Dios inspirará a cada uno las más apropiadas a su
temperamento y camino personal.
P.
NÉSTOR SATO
Curiosidad
1.- Reprimir las
miradas curiosas, las inútiles, las imprudentes. No mirar vidrieras, ni kioscos
de lo que fuere, a menos que uno esté necesitado de determinado producto y deba
buscarlo.
2.- A menos de
verdadera necesidad, no mirar de propósito a nadie, no fijar la mirada, no
mirar dos veces.
3.- Cuando vamos por la
calle, no extender la mirada más allá de lo que es necesario para ver por donde
vamos y no permitir que nuestros ojos vayan mirando aquí y allá, al acaso.
4.- No leer noticias de
policía, ni escándalos, ni la vida privada del prójimo hecha mercancía de los
indiscretos para alimentar la gula de los curiosos.
5.- Abstenerse de
lecturas frívolas y de los libros que están de moda.
6.- Al recibir una
carta, esperar algún tiempo antes de abrirla.
7.- No aguzar el oído
para captar lo que alguien dice, si no es a nosotros a quién se está
dirigiendo.
8.- Apagar el televisor
o retirarnos antes del final de una película interesante.
9.- No hacer preguntas
indiscretas, pero ni siquiera inútiles. No querer informarnos de nada que no
nos concierna. No tender el oído a la noticias, ni aún a las de la Iglesia
misma, a menos que se refieran a algo importante, y aún así, debemos esperar a
que ellas vengan a nosotros. No seamos pueriles cazadores de novedades.
10.- Mortificar la
afición al vagabundeo y al turismo intelectual. No leer ni estudiar a la
deriva, al vaivén del capricho. Leer y estudiar sólo aquello que pide nuestro
deber. Fuera de él, lo que ha sido debidamente evaluado y decidido en la
presencia de Dios.
Imaginación
11.- En los momentos de
descanso, en los viajes, estemos alertas contra los ensueños imaginativos.
12.- Vigilémonos para
cortar enseguida, en cuanto nos damos cuenta de que hemos caído en ello, esa
película interior en la que nos proyectamos imágenes inútiles o peligrosas, o
episodios novelescos o planes quiméricos donde hacemos de héroes.
Memoria
13.- No pensar
voluntariamente en el mal que se nos haya hecho, ni en el bien que hayamos
hecho.
14.- Expulsar de
nuestra memoria los recuerdos intrascendentes y todas las niñerías con cuya
evocación a menudo nos ocupamos y divertimos interiormente.
Cuerpo
15.- Aceptar y asumir
los defectos corporales que Dios ha querido para nosotros, ya sean de
nacimiento, o fruto de enfermedades o accidentes. Asimismo las limitaciones de
una salud frágil.
16.- Ofrezcamos las
enfermedades y sus penosas molestias, como así también la irritación de tener
que ponernos en manos de una medicina tan inhumana como comercializada, y la
mortificación de tener que ingerir luego esos ambiguos remedios, que nos
esperanzan con sus promesas y nos aterran con sus contraindicaciones.
17.- Aceptar el tener
que cargar con el peso de los años y el cortejo de limitaciones que gradual e
implacablemente se van sumando.
18.- Ofrecer la pena
que producen las enfermedades de las personas queridas, y las fatigas y
preocupaciones de su atención.
19.- Fuera de las horas
de descanso ya reglamentas, no nos acostemos nunca a menos de sentirnos mal o
agotados por algún esfuerzo especial.
20.- En invierno, no
mantener las manos en los bolsillos y a menos de enfermedad, no usar guantes.
21.- Sobrellevar con
paciencia y sin comentarios el rigor de las estaciones, y las inclemencias del
tiempo y disimular las molestias que nos causen, para no hacer exhibicionismo
de nuestras penurias y evitar así el subrayárselas a Dios, y atraer sobre
nosotros, la compasión de los que nos rodean. Con ese espíritu, prohibámonos el
quejarnos con nadie del estado del tiempo, el tiritar ostensiblemente, o el
andar encogidos en los grandes fríos; el vestir selváticamente en verano, el
secarnos llamativamente el sudor, el abanicarnos o el buscar con ahínco, en los
grades calores, la brisa del ventilador, y la frescura del aire acondicionado.
22.- Mantener siempre,
aún estando a solas, un porte modesto y viril, renunciando a las posturas
displicentes y comodonas. Estando de pié, no apoyarse en nada. Estando
sentados, no cruzar las piernas ni los pies, no apoyar la espalda en el
respaldo.
23.- No tomar un
vehículo cuando podemos sin excesivo esfuerzo, o inútil dispendio de tiempo,
trasladarnos a pié.
Sentidos
24.-En invierno, no
acercarse a las estufas y no usar agua caliente para lavarse las manos o el
rostro.
25.- En verano, tomar
de vez en cuando, las bebidas al natural, siempre que eso dependa de nosotros y
no llame la atención.
26.- No cruzar la
vereda buscando o evitando el sol o la sombra.
27.- No sacarse el
abrigo cuando comienza a molestar.
28.- Los que no han
podido liberarse de la dependencia del tabaco, abstenerse de usarlo al menos
durante ciertos períodos del día, por ejemplo, desde el mediodía a las 15 hs.,
enclavamiento y muerte del Señor; o el día viernes, día penitencial, o durante
la cuaresma….
29.- No fumar después
de las comidas, ni cuando estamos nerviosos, ni cuando nos sentimos solos;
tampoco encender un cigarrillo antes de entrar a una reunión que nos atemoriza:
avergoncémonos de tratar de drogar la timidez con nicotina, de apoyarnos en un
bastón de humo. Lo mismo pueden hacer los que usan del alcohol con los mismos
fines.
30.- No buscar ni
deleitarse con colonias, lociones, flores, etc. Por el contrario, no apartarse
inmediatamente de lugares donde hay olores fétidos.
31.- No acariciar cosas
suaves: terciopelos, pieles, pétalos.
32.- Evitar todo
contacto sensual, cualquier caricia acompañada de cierta pasión, ya sea
buscando o experimentando un gozo especialmente sensible.
33.- No comer
golosinas.
34.- No apartar la nata
de la leche si nos desagrada y colarla si nos gusta.
35.- Tomar lentamente
las medicinas desagradables.
36.- No comer entre
comidas.
37.- Si queda a nuestra
elección, comamos el pan viejo, las galletitas rotas.
38.- De las comidas que
nos gustan mucho, servirnos poco, y no repetir. Obrar del modo opuesto cuando
nos desagradan.
39.- De vez en cuando
privarnos del postre.
40.- Abstenernos de
utilizar los condimentos superfluos.
41.- Servirnos de los
alimentos con gran moderación, y no comer jamás hasta el hartazgo.
42.- A menos de un
problema de salud, ofrecer a Dios el comer sin elección lo que a uno le pongan
delante, en el mismo orden en que se lo den, sean o no de nuestro gusto y tal
como estén sazonados. Si nos presentan una fuente, servirnos simplemente la
porción que esté más cerca de nosotros, sin ponernos a elegir.
43.- No quejarnos nunca
de los alimentos, ni de su calidad, ni de su cantidad, ni del modo de
preparación, mostrándonos siempre satisfechos y agradecidos por ellos.
44.- Mortificar la
ansiedad en el comer y el beber. No engullir atropelladamente ni beber a largos
tragos. Comer pausadamente y beber a sorbos.
45.- No hablar nunca de
comidas o bebidas y menos aún, lo que sería frivolidad, mostrarnos entendidos
en esta materia.
Mundo
moderno
46.- Sobrellevar
pacientemente y ofrecer a Dios como una penitencia semejante a la de Adán y Eva
enfrentando la hostil tierra del castigo, el disgusto que producen a nuestra
alma los múltiples antipaisajes de la inhumana ciudad moderna, la fealdad y
ausencia de estilo en la mayor parte de sus construcciones, la triste luz de
muchos de los lugares de trabajo o de tránsito, la agresión visual de la imagen
lanzada en andanadas a nuestros ojos por todos los traficantes de espejismos;
la agresión auditiva martillando nuestros oídos con feroces ruidos; la polución
ambiental contaminando nuestros pulmones y nuestros riñones; el hacinamiento en
los medios de transporte; el ambular por las calles de Babilonia inmersos en un
tránsito nervioso, junto a peatones crispados y entre jaurías de coches
rabiosos, los “plantones” tediosos y agobiantes, en mil humillantes “colas”; la
erosión implacable de nuestro irrecuperable Tiempo por la inoperancia
irritativa de burócratas petulantes; los modales toscos, el comportamiento
violento, la desconfianza mutua, el enfrentamiento competitivo por encima de
toda norma y el aplastamiento sin compasión de los más débiles; el acoso sin
tregua de los vendedores de placebos para ilusionar a los indigentes de valores
supremos y para distraer el desesperado hastío de una sociedad envejecida y
sensual.
47.- Ofrecer también a
Dios el tener que enfrentar permanentemente las sutiles formas de un despotismo
disfrazado y totalitario que procura manipular idiologizadamente nuestro
pensamiento y nuestra conciencia, todos los ámbitos de la vida humana… Ofrecer
este tener que vivir en una atmósfera malsana de vicio y necedad, en un
desorden general donde tiene primacía lo instintivo, lo irracional. Atmósfera
donde el sabio ya no puede hacerse oír y donde la mayoría está sometida al
magisterio del televisor; donde tienen cátedra permanente el sofista y el
charlatán.
Este tener que vivir en
un exacerbado clima de erotismo universal donde una fomentada obsesión sexual
rayana en la neurosis atenta hasta contra el orden natural y fija a muchos en
la edad de la pubertad y los mantiene en un infantilismo que los hace
fácilmente manejables por las ideologías y los paternalismo estatales. El tener
que vivir en esta sociedad consumista soportando el martilleo incesante de las
propagandas, sufriendo el sentimiento de provisoriedad y la sensación de ser
burlados cada vez que nos vemos forzados por la necesidad, a adquirir esos
productos de duración premeditadamente limitada, esos aparatos de obsolecencia
programada, caducos ya al ser adquiridos, por la previsión de modelos más
perfeccionados que ya existen y que sólo están en fila de espera de su tiempo
comercial. El tener que vivir asechados por los mil posibles atentados contra
la privacidad, posibilidad que los medios técnicos ponen hoy al alcance de
cualquier mano inescrupulosa. Asechados también por las modernas formas
delictivas, el fraguar tarjetas de crédito mellizas, la clonación de teléfonos
celulares, los fraudes por computadora, el sabotaje a las bases de datos
informativos, etc, etc. El tener que vivir acosados por las promociones de la
industria de la diversión y tener que sufrir el dolor de ver cuantos consumen
sus enajenantes productos, con detrimento y atrofia de la humana y divina
interioridad. A menos de una ineludible necesidad privarnos de ir a esos SUPERMERCADOS
GIGANTES que son FERIAS DE TENTACIONES e INMENSAS TRAMPAS con miles de cebos
para atrapar al ratón consumista...el pobre hombre moderno, incentivado desde
niño a la adquisición de novedades y cuando en la selva ciudadana nos vemos
obligados a ir a esos riesgosos lugares, limitémonos a buscar sólo lo que
necesitamos y mortifiquemos la curiosidad que nos pondría en peligro de quedar
entrampados en los lazos del cazador comercial
Tiempo
48.- Asumamos la
penitencia de poner constantemente un ESCRUPULOSO CUIDADO EN EL USO DE NUESTRO
TIEMPO y de TENER UN GRAN RESPETO POR EL DE LOS DEMÁS.
49.- Utilicemos el
Tiempo con energía y espíritu de fe y administrémoslo con rigurosa economía.
Para ello impongámonos
la dura disciplina de:
• no malgastar nunca el
Tiempo voluntariamente, en ocupaciones que no nos procuren mérito sobrenatural
alguno.
• de no inmiscuirnos en
asuntos ajenos,
• ni permitir que nos
enreden en empresas inútiles…en esa ficción de acción que son los quehaceres
vanos o irrisorios;
• de dar a cada
ocupación todo el tiempo que justamente requiera, pero ni un segundo más;
• de no ceder a la
tentación de tirar neciamente los puchos de Tiempo que puedan quedar entre
obligación y obligación, antes bien, estar al acecho de ellos, y aún
provocarlos, ahorrando un poco de tiempo en todo y aprovechando enérgicamente
esos manojos de minutos, para sustraernos y recuperarnos del flujo de lo
transitorio y vacar a Dios en el remanso de la oración, y reposar en Él, en el
ocio santo y pacificante del encuentro con lo eterno. Tengamos preparados, como
variante para aprovechar los INTERVALOS, objetivos personales previstos y
perseguidos con amorosa continuidad,
• de cuidar y consumir
inteligentemente, como avaros sagaces, nuestra cotidiana ración de Tiempo,
abriendo con mayor cautela nuestra agenda, que nuestra billetera, sabiendo que
a través de ésta sólo damos nuestro dinero, que es renovable, mientras que a
través de aquella damos nuestro Tiempo, que es irrecuperable,
• de defendernos y huir
de los LADRONES DE TIEMPO, de las cátedras de los ociosos, de los mentideros,
de las radios, de los periódicos, de los teléfonos, de los charlistas, de los
disputadores, de los contestatarios, de los encuestistas, de las pantallas de
video, de los fabricantes de libros de éxito;
• de esquivar la
sociabilidad mundana, el visiteo, el comadreo….y desinteresarnos absolutamente
de los intereses vanos de los vanos: lucro temporal, deportes, modas,
hedonismo, pseudocultura, politiquería, posición social…
• de huir igualmente de
los lazos de nuestra propia necedad, de las curiosidades de entrometido, de los
compromisos de comedido.
• RENUNCIEMOS a la
anárquica y falsa libertad del naturalismo práctico, que nos seduce a llevar
una vida cómoda y caprichosa de la mañana a la noche, con la holgura de la
imprevisión y la irresponsabilidad de la improvisación. Para concretar esta
renuncia, sometámonos con fidelidad al yugo de una REGLA observada
rigurosamente.
• DETERMINEMOS con precisión
nuestros objetivos de vida, definamos nuestros deberes de estado, nuestros
compromisos y empeños espirituales, reglamentemos y determinemos cuidadosamente
el empleo habitual de nuestro Tiempo y preveamos y supervisemos la utilización
no sólo de cada día, sino también de cada hora, en lo posible.
50.- RESPETEMOS EL
TIEMPO DEL PRÓJIMO,
• Procurando siempre
bastarnos en todo a nosotros mismos, y evitando cuidadosamente, a menos de
insalvable necesidad, pedir favores que consuman el Tiempo ajeno.
• No haciendo visitas
que no justifiquen la necesidad o caridad.
• Siendo BREVES en las
visitas ya convenidas, y BREVÍSIMOS en las sorpresivas que nos haya sido
imposible anticipar.
• Siendo rigurosamente
fieles y puntuales en los compromisos tomados.
• Siendo expeditivos en
atender y despachar los asuntos que han dado lugar al compromiso.
Lengua
51.- Mortifiquemos
nuestra lengua, evitando en primer lugar que sea catapulta de palabras
viciadas, contaminantes, hirientes de la verdad, la justicia o la virtud; de
palabras punzantes, inconsideradas o indiscretas, lesivas de la caridad.
Pondremos así mordaza a
nuestro libertinaje verbal.
52.- Cancelaremos luego
la licencia a las palabras ociosas, reprimiendo firmemente la incontinencia
verbal…el hablar por hablar, o el hablar de más, y para ello huiremos de las
conversaciones inútiles y abreviaremos con delicadeza las necesarias.
53.- Permaneceremos
habitualmente humildemente callados, en un silencio penitencial, excusándonos
de hablar, a no ser para responder, considerándonos indignos de hablar, ya que
tantas veces hemos malversado la palabra y profanado el silencio con nuestra
lengua impenitente.
54.- Para alcanzar este
estado de silencio purificante y reparador, lo pediremos incesantemente al
Señor y nos impondremos cada día, un rato bien determinado de silencio
absoluto, durante el cual, con más exquisito cuidado, nos abstendremos de
hablar, salvo para responder con extrema brevedad, replegándonos enseguida al
puerto seguro del silencio.
55.- Ante la necesidad
de hablar, no hacerlo enseguida, apenas suban a borbotones las palabras a
nuestra boca, sino después de haber reprimido ese primer ímpetu que nos impulsa
a expresarnos, y hacerlo sólo luego de haber evaluado esa hipotética necesidad
de hablar.
56.- Cuando a pesar de
habernos excusado tenazmente y eludido sagazmente las ocasiones de hablar, nos
veamos finalmente forzados a la palabra, usemos de ella con reverencia, con
temor, con suma brevedad y cautela.
57.- Cada vez que
hallemos haber caído en verborragia o en palabras viciadas, inconsideradas o
indiscretas, nos impondremos una penitencia.
58.- Callaremos cada
vez más con las criaturas para hablar cada vez más con el Creador y trataremos
de mantener en nuestro interior, como un consejo de estado permanente con
Nuestro Señor, confiriendo con Él todos nuestros asuntos, acciones y
decisiones, para no obrar sino según Su Voluntad y en dependencia de su Gracia.
59.- Y luego, en la
medida en que el Señor nos vaya invitando e inclinando a ello, recordaremos lo
que escribió San Juan de la Cruz: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo,
y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del
alma”. De acuerdo a esto, procuraremos vivir de continuo en un gran silencio
ante Dios, mirándole con afecto interior, el corazón ardiendo en callada
adoración, el oído del alma atento a captar el suave susurro de su Voz, la
voluntad pronta a plegarse a Su Voluntad y a seguir su más sutil insinuación. Y
para no disipar este alto estado de silencioso alerta, al acecho de su Palabra,
en la disponibilidad de la obediencia, no deberemos abandonar el silencio a
menos que sea inevitable, y entonces procuraremos hacer un uso tan sobrio,
reverente y responsable del sagrado don de la palabra, de modo que ella no
profane ni traicione al silencio, sino que sea su prolongación embozada y como
un humilde eco en el Tiempo, del silencioso Verbo Eterno.
Reserva
60.- Mortifiquemos la
enloquecida manía del exhibicionismo, del nudismo espiritual, y a imitación de
la Santísima Virgen, habituémonos a guardar todas las cosas en nuestro corazón,
y a no descubrir nuestro corazón a quienquiera. Neguémonos en forma tajante,
con la más neta repulsa, a convertir nuestro interior en supermercado para
alimentar la curiosidad de transeúntes, vecinos y periodistas. Cuidemos de
mantener ocultas a todos, a excepción del confesor, las virtudes o gracias
espirituales que la misericordia de Dios se digne derramar en nosotros o por
nuestro intermedio…callemos lo que Dios nos diere, también nuestros buenos
propósitos, nuestros sueños, nuestras luchas, nuestros estados de ánimo y toda
otra cosa semejante. Pero sobre todo, jamás mostremos nuestras heridas y
ocultemos con pudor nuestras pruebas... ellas son prendas que el Señor nos da
de su Amor, y al aceptarlas, podemos ofrecérselas como prendas de nuestro amor,
Pero, ¿cómo ofrecerle un dolor ajado, manoseado por la mirada de las criaturas
y deshonrado por la limosna de una compasión mendigada….un dolor que ni
siquiera nosotros mismos podríamos ya respetar?
Mortifiquémonos pues,
en no hablar jamás nada acerca de nosotros mismos; en reservar celosamente para
los solos ojos de Dios nuestras cruces; en ocultar nuestro rostro a las
criaturas y en querer ser conocidos sólo de Dios solo.
61.- Frente al
desprecio universal de la grandeza y ante la abolición de toda aristocracia;
acosados por un proceso de plebeyización que degrada al hombre y lo empuja
hacia la Bestia, impongámonos la absoluta exigencia de obrar exactamente lo
contrario de lo que susurra el “viento de la historia” al oído servil del
moderno hombre rebajado; e impulsados por el “viento de lo eterno”, por el
espíritu de Dios, elevémonos y procuremos alcanzar, remontando la corriente,
las supremas alturas de la nobleza cristiana, aquella a la que nos obliga y
para la cual nos faculta nuestra condición de hijos de Dios, de Príncipes de
sangre divina, de herederos y Reyes de la Eternidad.
62.- Por eso
mortifiquemos sin contemplaciones todo desfallecimiento que nos incline a
mimetizarnos con el ambiente general, a aceptar como aceptables la ordinariez
populachera, los modales desenfadados, el lenguaje soez, la desvergüenza y la
grosería como títulos de nobleza y la vulgaridad como carta de ciudadanía.
Rechacemos también lejos de nosotros, todas las formas degradadas de
fraternidad y no queramos saber nada de amigotes, ni de compinches, ni de
compadres, ni el ser comparsas de nadie. No participemos ya más de la armonía
frívola que reina entre los partidarios de un equipo en los estadios deportivos,
ni de la unanimidad dirigida de los mítines políticos, ni de la histeria
colectiva de los adoradores de los cantantes de moda en los anfiteatros donde
estos venden sus contorsiones y dispensan sus alaridos a sus devotos
seguidores; ni entremos en comunión con las comunitarias y convencionales
admiraciones del hombre-masa, ni nos allanemos a usar de los medios expresivos
de esas formas subalternas de vinculación humana, tales como el tuteo
indiscriminado, el besuqueo irrestricto, la campechanía desfachatada que
intenta pasar por encima de las reservas más delicadas, la llaneza demagógica
que rechaza las jerarquías, la familiaridad subversiva que desconoce las justas
distancias, el lenguaje procaz del nudismo corporal y del espiritual….impudicia
e indiscreción….ficción histriónica de la inocencia y transparencia de nuestros
Primeros Padres en el Paraíso terrenal.
63.- Rechacemos, pues,
toda esta legión de simulacros de intimidad, que procuran producir un espejismo
de unión y cercanía entre pobres seres humanos, en verdad cada vez más
distanciados y aislados en la soledad de sus lejanías, y decidamos endurecernos
en nuestra repulsa y rebeldía, volviéndonos no sólo inasimilables e
indigeribles, sino indigestos y revulsivos, codiciosos de ampollar y hacer estallar
el vientre prometeico del burgués mundo moderno, semillero de hombres viejos,
decadentes rastreros y destructores subversivos, para dar lugar a la gestación
de Hombres Nuevos, nobles, elevados y obedientes constructores según Cristo.
64.- Comencemos
entonces, por nosotros, esa tan antigua y ahora nueva educación en la olvidada
dignidad cristiana. Luchemos y trabajemos en adquirir elevación de espíritu,
nobleza de sentimientos y una perfecta aristocracia de modos.
65.- Aprendamos a ser
magnánimos, a pensar con grandeza, a obrar con generosidad, a sentir con
alteza, a ser justos y rectos, a ser fieles, a no cambiar, a no virar con el
viento, a servir con lealtad, a ser hombres de honor y de palabra y de
invariables sentimientos….hombres de fiar; varones nobles que aborrecen la
mentira y la bajeza y que se inclinan sólo antes Dios y la Verdad. Hombres
desinteresados e incorruptibles, imposibles de comprar, desdeñosos de la
mentalidad mercantil y mercenaria…de la vileza de subastar periódicamente la
espada.
66.- Aprendamos también
a usar de modales y procederes caballerescos, a expresarnos en un lenguaje
sencillo pero selecto, llano pero elevado, como el canto gregoriano; a tratar a
todos con un espíritu gentil de santa cortesía, con gravedad, dignidad y grande
deferencia, con delicadeza y el más exquisito tacto; aprendamos a tratarnos,
según enseña un maestro del espíritu, como Príncipes que amándose tiernamente,
no osaran conversar entre ellos sino una sola vez en la vida, con extremo
cariño y máxima hidalguía.
67.- Aprendamos a vivir
la verdadera fraternidad cristiana, volviendo a las sabias normas y al bello
ejemplo de los Santos, los cuales, sabiendo entablar profundas amistades, crear
y cultivar perdurables vínculos, usar de nobles transparencias, entrar en
íntima comunión, vivir la más afectuosa dilección, y ser excepcionales en sus
lealtades, al mismo tiempo, en su iluminada mesura y sobriedad, sabían temer y
evitar la promiscuidad entre las almas, la familiaridad excesiva aún con las
personas espirituales y no perder nunca el recato y reverencia, ni traspasar la
distancia respetuosa que se impone ante cada persona y su misterio sacro, ante
su inédita identidad, su incomunicable individualidad ni irrumpir
periodísticamente en su vida secreta con el Dios viviente e inefable, del cual
ella es eco, reflejo y tabernáculo y ante Quien ella está jugando, con la
dignidad de la libertad y con intransferible responsabilidad, su destino
eterno.
68.- Aprendamos a
extender esta actitud reverencial, a nuestra relación con todas las criaturas,
aún con las inanimadas, a mantenerla ante toda la Creación, huella de la
inteligencia de Dios y conservadora del calor de sus Manos creadoras;
reverencia ante la originalidad de cada ser, respeto para poder comprenderlo en
su objetividad, y distancia para no perder, con la excesiva cercanía, la
adecuada perspectiva.
69.- Llevemos este
recato y reverencia, con mayor razón y con mayor rigor, a nuestro trato con la
Trinidad Santísima, en Quien somos y ante Quién vivimos, guardando siempre la
modestia y el decoro que exige el estar presentes siempre a la Majestad Divina.
70.- Seamos también muy
cautos, pudorosos y delicados, en tocar con nuestra lengua impura y tan
falible, el santo Nombre de Dios, su purísima Palabra y sus divinos Misterios,
recordando la afirmación que hace suya Orígenes: “ES PELIGROSO HABLAR DE DIOS
AUN CON VERDAD”…. ya que podemos hacerlo vanamente, lo cual es irreverencia y
al tocar sus misterios, aún sin falsearlos podemos rebajarlos, trivializarlos y
transmitirlos de modo indigno….o a indignos, lo cual es profanación o traición.
Por eso tengamos una suprema reverencia y recato en el trato con nuestro Dios
tres veces Santo y si nos vemos forzados a hablar de Él a nuestros hermanos,
ruboricémonos de que Él quiera, en su amor y su indulgencia, llegar a ellos
pasando por nuestros labios y confiarse benévolo, a nuestros pobres balbuceos.
Hablemos pues, de Él
con amor pero con temor y temblor y hasta con un muy humilde dolor, ya que
sabemos que nuestros conceptos no alcanzarán la Realidad sino de lejos, y
nuestras palabras no atinarán a traducirla sino traicionándola y transmitiendo
de ella tan sólo un débil eco.
Impaciencia
71.- Abstenernos de
mirar el reloj sólo por curiosidad o cuando no está en nuestra mano el acelerar
o retrasar el tiempo de los acontecimientos
72.- Llevar
pacientemente las enfermedades, sin quejarnos , sin pedir alivios a menos de
gran necesidad, sin afán inquieto de curar, sin apremiar a los demás por saber
nuestro estado, y sin nerviosos reclamos de medicinas.
73.- Reprimir nuestras
impaciencias, desabrimientos e iras, imponiéndonos un férreo cerrojo de
silencio apenas sintamos la ebullición de esas pasiones en nuestro interior,
para que nada de ellas logre brotar al exterior.
74.- Cuando algo excitare
fuertemente nuestra apetencia, de suerte que lo deseáramos vivamente hasta el
punto de preocuparnos y de impedirnos poner la conveniente atención a nuestros
deberes, obliguémonos a no pensar en ello y a arrojar de nuestro espíritu tal
idea
75.- No confiemos nunca
una pena, una dificultad, mientras estamos todavía agitados por la pasión.
Esperar para hacerlo a que se tranquilice nuestra alma. Si no somos capaces de
esperar, al menos abramos nuestro corazón sólo al confesor.
76.- Aceptar y soportar
con sumisión, los sufrimientos que el Señor nos envíe o permita en nuestra
vida. . .
Caridad
77.- Mortifiquemos
nuestra inclinación a pensar mal, e interpretemos favorablemente al prójimo en
todo aquello que se preste a interpretaciones.
78.- Toda palabra que
llegue a nuestros oídos en desmedro del prójimo, muera en nosotros, sea
sepultada y púdrase en nuestro pecho.
79.- No nos quejemos
jamás voluntariamente, murmurando de aquellas criaturas de las que Dios se
sirve para afligirnos y probarnos.
80.- Callar toda
ocurrencia, toda agudeza que pueda lastimar la caridad. Renunciemos a hacernos
los graciosos, a mostrar ingenio, a brillar hablando de los demás….o a costa de
los demás.
81.- A menos que nos
obligue a ello el deber de estado o una rigurosa necesidad, rechacemos la
tentación de hacer de psicólogos aficionados, de viviseccionar al prójimo
tratando de analizar los caracteres, penetrar los motivos de sus actos, etc.
Todo lo cual es generalmente fuente de juicios temerarios, y de faltas a la
caridad.
82.- En este momento
del mundo, en donde hay ya tanto dolor, tengamos la caridad de ahorrar el
nuestro a los demás, callando con viril silencio nuestras propias penas y
problemas.
83.- Sonreír…sonreír
siempre, aunque tengamos el interior crucificado, ofreciendo así a los demás,
la permanente limosna de un rostro amable y sereno en este tiempo sombrío y
tensionado.
84.- En las reuniones,
alternar un rato con las personas más desagradables.
85.- Las personas
hoscas o excesivamente introvertidas, pueden obligarse a decir algo amable a
los que las rodean, cuando en realidad desearían permanecer en su habitual
mutismo.
86.- Dejar a los demás
el mejor lugar y en las tareas a realizar en equipo, tomar para sí la parte más
desagradable.
87.- Evitar causar
molestias a los demás y siempre que sea posible, arreglarnos en todo por
nosotros mismos, cuidando de no pedir favores a menos de gran necesidad y sólo
después de haber agotado todo otro recurso.
88.- No negarnos a
prestar cosas y servicios. Hacerlo sin esperar nada por ello y sin echarlo
jamás en cara.
89.- No negar un favor
a quien nos lo haya negado en alguna oportunidad.
90.- Sea un acto de
caridad el saber sufrir sin hacer sufrir. Por ello, cuando se nos hace un
desprecio o padecemos un desplante; cuando son desatentos y descorteses con
nosotros, hagamos como que no nos damos cuenta de ello y dejémoslo pasar sin
reivindicaciones y acallando resentimientos. Mortifiquemos entonces nuestro
instinto de autodefensa, tratando de sufrir las heridas que nos infiera el
prójimo, a ejemplo del Señor, en silencio y perdonando, sin juzgarle ni
siquiera en nuestro interior y excusando…al menos la intención.
Ausencias-Vacíos-Soledades
91.- Podemos OFRECER a
Dios los “tiempos de desolación”, tiempos en que Él se oculta y parece
retirarse del alma para purificarla y probarla, dejándola desamparada y
abandonada en el árido desierto de la propia miseria, gustando el gusto a nada
de la propia nada y masticando impotencias.
92.- Podemos OFRECER
también, si hemos llegado a él, el sentimiento lacerante de la nostalgia de
Dios, uno de los componentes más lesivos del último dolor de María Santísima,
su soledad última, su herida terminal.
Pero si no hemos
llegado aún allí, podemos OFRECER otras AUSENCIAS Y SOLEDADES:
• el recuerdo de la
patria, para el emigrante,
• las separaciones
transitorias, que no por tales dejan de ser penosas para los que se aman….
separaciones provocadas por los viajes, las enfermedades, las exigencias
laborales, por la vocación y los caminos personales, por la persecución, por la
cárcel
• el vacío que dejan
los seres queridos convocados a la Eternidad y que se van, dejándonos en el
destierro con nuestro interior sembrado de huecos, con el corazón acribillado a
ausencias, y cada vez más extranjeros en el Tiempo… ¡ah!, ¡pudoroso dolor de
paisano viejo, solo y callado, mateando recuerdos con los fantasmas del
pasado!...
• el dolor de ver
distanciados o arrancados de nuestra vida por incomprensiones o malentendidos,
por la malicia ajena, por nuestro propios fallos o por sus propios pecados, o
por malas doctrinas, a aquellos que quizá habían llegado a ser como costillas
de nuestro pecho, como dedos de nuestras manos.
• la soledad de ser
incomprendidos en nuestros sueños, el no ser acompañados en nuestros ideales
por aquellos a quienes más queremos, ese caminar en la noche a solas con
nuestra antorcha, o iluminando a ajenos…. Ese triste no poder ser profeta para
los nuestros…
• el peso también de la
insalvable incomunicabilidad esencial, por la cual lo más íntimo de nosotros,
nuestra mismidad, el matiz último de nuestra personalidad, no puede ser
transmitida ni al ser más querido, ni por el más grande genio, ni por el santo
más transparente, ni por la mejor buena voluntad….¡ese tener contigo, oh, alma
amiga cuya comunión ansío, una última barrera que ni tú ni yo podemos
franquear!
• el vacío que cavan en
el alma las decepciones; la amistad que podía haber sido y no fue; lo que
principió bellamente y prometía ser…. y se deshizo, como un Hoy que se hizo
para siempre Ayer y jamás renació; tantas buenas intenciones, cuantos generosos
comienzos y valientes propósitos, cuántos sueños juveniles y cuánta prosaica
vejez, cuantos niños…semillas de grandes hombres; cuantos hombres…cadáveres de
niños….y todo ese dolor cavando en nuestro corazón como cava en el Corazón de
Dios, al extremo de hacernos compadecerle por la magra cosecha que tantas veces
su gracia obtiene de su criatura amada, tan dotada, sin embargo, para ser
fecunda y extraordinaria…¡ah!, ¡las decepciones, los reveses de Dios!...¡ah!
¡los desertores de la grandeza, los que eligieron la mediocridad y dijeron
¡NO!, a los sueños de Dios!
Sentimientos
93.- Si nace en
nosotros una afección desordenada a persona o a cosa, extingamos enseguida esa
chispa de pasión, apartando el pensamiento de ello cada vez que se presente y
sacrificando encuentros.
94.- De vez en cuando
privarse de ver y tratar a alguna persona a quien se aprecia mucho o con quien
se conversa con gusto.
95.- Mortificar el
favoritismo y no dejarse llevar por una simpatía desordenada, a beneficiar
injustamente a nadie, o a manifestar abiertamente preferencias hirientes.
96.- Negarnos a
fomentar en el corazón secretas aversiones o frialdades y mortificar los
movimientos de antipatía o rencor apenas nacen.
Constancia
de alma
97.- Dejemos de
pertenecer al número de aquellas personas de humor impredecible e intermitente.
Desarraiguemos de nosotros, mediante un severo y sostenido esfuerzo, la
DESIGUALDAD DE HUMOR, defecto éste que hace muy ingrata la convivencia.
Obliguémonos, ayudados por la gracia, a estar interiormente siempre contentos
con todo lo que Dios ordena o permite, a reposar con ciega confianza en brazos
de su Providencia, a adorar y cantar con gozosa gratitud, las menores
disposiciones de su Voluntad de Padre, a ver, por la fe, a su sabio y
omnipotente Amor tras todo lo que acaece y a creer firmísimamente que “todo es
gracia” y que “ todo lo que sucede es adorable” y mostrar exteriormente nuestro
asentimiento a ese divino obrar, mediante un rostro siempre abierto y sereno
que continuamente sonríe a Dios y mira amistosamente al prójimo con fraterno
amor, con una mirada que busca en todo el lado bueno de los seres y de los
acontecimientos, una mirada que quiere imitar la mirada sabia y misericordiosa
de Dios y así busca en lo profundo, los motivos secretos para esperar, confiar
y amar y que sobrelleva, con paciente esperanza, el peso de los defectos y
limitaciones actuales de nuestros hermanos.
98.- En esta época de
espíritus nerviosos e inestables, volubles, infieles e inconstantes, cambiantes
como la luna, impongámonos una férrea disciplina y pidamos la gracia de imitar
la inmutabilidad de Dios (Malaquías 3, 6; Santiago 1, 17) y su impasibilidad y
ecuanimidad, tan perfectamente reflejadas en el modo de ser de sus Santos (Ps
37, 14).
Intentemos ser también,
nosotros, inflexibles en nuestros propósitos e inconmovibles en nuestras
fidelidades (Job 27, 6; Rom 8, 38). Mantengamos siempre una gran calma y estabilidad
de espíritu, una imperturbable serenidad y tranquila presencia de ánimo, una
impávida compostura, dignidad y energía en el porte y las maneras. Trabajemos
en ello y pidamos la constancia de alma, para conducirnos en toda circunstancia
con igualdad, madurez y dulzura
Mundanismo
99.- Inmersos en una
sociedad competitiva, es decir, envidiosa, no admitamos como pauta de nuestro
propio obrar, uno de los criterios comunes a ella: el eclipsar y el no dejarse
eclipsar por los demás, y extingamos prontamente el menor impulso que sintamos
a obrar por ese motivo.
100.- No hagamos nunca
nada por el único motivo de “quedar bien”.
101.- Caminemos con
sinceridad delante de Dios y de los hombres. No usemos jamás de excusas y
paliativos que amengüen nuestras faltas.
102.- Reprimamos toda
inclinación a la duplicidad, al fingimiento, a todos los artificios del amor
propio y no usemos de sutilidades, artimañas y politiquerías para conseguir
nuestros fines.
103.- Renunciando a
toda ambición mundana, renunciemos también al uso de todos los medios mundanos.
No integremos jamás la Cofradía de los trepadores, ni la Hermandad de los
obsecuentes. Mantengamos inmutable distancia con los espíritus palaciegos y
pretorianos y alejemos totalmente de nosotros la cortesanía de mala ley, la
adulación, la lisonja, y la complicidad demagógica si fuéramos jerarquía.
104.- Si tuviéramos
parientes o amigos renombrados, aún cuando lo fueren por justos y honrosos
motivos, abstengámonos de mencionar nuestra vinculación con ellos.
105.- Vestir y
arreglarnos correctamente según las exigencias del propio estado, pero negarnos
a los refinamientos de una elegancia rebuscada y a ser manejados por las
caprichosas y comercializadas evoluciones de la moda.
106.- Dedicar al
arreglo personal sólo el tiempo indispensable.
107.- No mirarnos al
espejo sino por verdadera necesidad y con suma brevedad.
108.- Que el mundo no
se apropie del comienzo de nuestro día. Para ello mortifiquemos todo aquello
que impida que la primera hora de nuestra jornada pertenezca al Señor.
Comencemos nuestro día en profundo silencio, sin encender la radio, ni mirar
periódicos…..no concedamos a la cháchara de los políticos, al parloteo de los
locutores, a las secreciones sonoras de los fabricantes de ruidos, el
privilegio de invadirnos desde la mañana. Consagremos a Dios, como primicia del
día, como diezmo del Tiempo, la PRIMERA HORA DE NUESTRA JORNADA. Que al nacer
ésta, sea la Palabra del Señor lo primero que lean nuestros ojos, que
pronuncien en voz alta nuestros labios y escuchen nuestros oídos, lo primero
que impresione y ponga en movimiento nuestra mente y conmueva nuestro corazón.
Hagamos lo mismo al
clausurar la jornada…que nuestros ojos se cierren cansados sobre la Sagrada
página como aconseja San Jerónimo.
109.- Mortifiquemos en
nuestro corazón, ese bajo querer ser, a cualquier precio, aceptables para
nuestro tiempo; ese cobarde temer discordar de una generación renegada; ese
ruin procurar adaptarse, aún a costa de indignas concesiones, a una
civilización degradada; ese impulso servil a correr a la zaga de los fatuos
triunfadores del momento; ese alevoso buscar congraciarse con los adversarios
de Dios y enemigos nuestros, y ese miserable negociar traiciones, para lucrar
con ellas, las treinta monedas de una precaria y despectiva tolerancia…¡ah, la
miseria de vivir en esta época miserable y el dolor de haber llegado a ver
católicos contemporizadores, que se glorían de saber transar y se precian de
ser tolerables para los compadres de Satán!
Más de mano con la
gracia y mortificando toda esa bajeza, decidamos la acerada opción de una fe
viril; la ruptura y enfrentamiento con esta sociedad idólatra, la independencia
y el rechazo de cualquier complicidad y componenda con mundo semejante,
evitando hasta la sombra de un compromiso y la menor ambigüedad en nuestra
postura con respecto a él, resolviendo dejar atrás para siempre y acabar con un
modo timorato y vergonzante de ser creyente, para mostrarnos de aquí en más, a
cara descubierta, fieles a nuestra fe con gallarda altivez, y osados en
profesarla con absoluto desparpajo, con aplomo y bien plantados. Pero
aprestémonos a pagar, como precio de esa fidelidad y de esa independencia, el
tener que asumir y sufrir la penosa y penitencial fatiga de navegar de
ordinario contra corriente, la tensión de estar por amor a Dios y a la Verdad,
usualmente en pugna con nuestro entorno, la ruda exigencia de mantener con
humilde pero granítica firmeza, la actitud impopular de disentir habitualmente
de las mayorías, de dejar de aullar con la manada y el cargar luego con la
hermosa pero onerosa gloria de ser marcados con el estigma de “ateos de los
venerados dioses contemporáneos” y castigados por ende, con el ostracismo
social y vetados para todo cargo dirigente, por SACRÍLEGOS, INADAPTADOS Y
DISIDENTES.
Codicia
110.- Aborrecer toda
manera de poseer que nos haga esclavos de lo poseído.
111.- Deshacernos de
algunas cosas a las que nos sentimos demasiado aficionados.
112.- Soportemos y
ofrezcamos con paciencia, la exasperada pesadumbre que produce la torpe pérdida
de algún dinero o el extravío de un objeto que apreciamos.
113.- No participemos
en juegos donde interviene el lucro.
114.- Seamos generosos
en ayudar al prójimo.
115.- Evitemos el
comercio.
116.- Mortifiquemos y
exorcisemos la menor tendencia a ser poseídos por el demonio del LUCRO y
mantengamos una higiénica y firme distancia con los que están poseídos por él.
Amor
Propio
117.- Hagamos todo lo
que hacemos con la máxima perfección posible y sólo para agradar a Dios. Luego
sacrifiquemos el deseo de saber lo que los demás piensan de lo que hemos hecho.
No intentemos directa ni indirectamente sondear su opinión….ni mencionemos siquiera
lo realizado. Escuchemos, sí, las críticas que nos hagan espontáneamente, pero
en modesto silencio, sin polemizar en manera alguna, y evaluándolas luego en la
serena objetividad de la soledad.
118.- Jamás tratemos de
averiguar lo que se piensa o dice de nosotros o si se nos aprecia o no.
119.- Abstenernos de
rebatir opiniones ajenas, a menos que toquen verdades importantes y que dañen a
las almas.
120.- No demos nuestra
opinión si no la piden. Dada, no sostenerla, a no ser que sea en cosa de peso y
consecuencia.
121.- En la
conversación, no interrumpir a los demás y esperar a que terminen de expresar
todo su pensamiento antes de tomar nosotros la palabra, y si nos interrumpen,
estando nosotros en uso de ella y derivan la conversación a otro tema, no
hagamos ningún intento para retrotraerla a lo que hablábamos primeramente.
122.- No quitar la
palabra de la boca a los demás, adelantándonos a lo que van a decir,
demostrando que ya lo sabemos.
123.- En las
conversaciones, jamás monopolizar el uso de la palabra, antes bien, hacer
hablar a los demás, prefiriendo oír a hacernos oír.
124.- En las reuniones,
abstengámonos de brillar: callar las ocurrencias, las frases ingeniosas que
pudieran despertarse en nuestro interior en el curso de la conversación; sacrificar
las réplicas picantes; eludamos la tentación de atraer la atención por el
relato de anécdotas vividas o viajes realizados; al contar alguien un chiste,
no contar luego otro.
125.- No dar a conocer
que uno sabe algo, aunque lo pregunten, a menos que la pregunta se dirija a uno
directamente. Alterar esta conducta sólo si la respuesta es necesaria y no hay
otro que la conteste.
126.- Jamás hablemos,
sin real necesidad, de nuestros conocimientos. Cuando es inevitable hacerlo,
hablemos con modestia de lo que sabemos. No afirmemos aquello de lo que no
estamos seguros. Digamos con sencillez “no lo sé”, cuando ignoramos lo que se
nos pregunta y no nos avergoncemos de pedir un plazo para estudiar o consultar,
si a pesar de todo nos apuran una respuesta.
127.- Elijamos en todo
lo más penoso, lo más desagradable, lo más pobre y ocupemos siempre, con
naturalidad, como propio nuestro, el último puesto.
128.- No proteger
nuestro ego con excusas y pedir al Señor fortaleza para sufrir que se nos
censure injustamente sin justificarnos y para padecer en humilde silencio las
situaciones humillantes, merecidas o no.
129.- Mortificar la
comezón de dar explicaciones y hacer comentarios sobre nuestra propia conducta.
Obrar siempre lo más rectamente posible y confiarnos luego al juicio de Dios.
Salir de esta reserva sólo si nos pide una aclaración quien tenga derecho a
ella por justicia o por caridad.
130.- No enaltezcamos
nuestro ego cacareando nuestros éxitos. Sólo Dios los conozca, y si otro
alguien se entera, que no sea por nuestra boca.
131.- Si nos hiere
alguna aflicción, no arropemos nuestra pena con la autocompasión, ni la
pregonemos para que otros la curen con mimos. Seamos dignos del dolor,
respetémoslo y callémoslo con pudor. La Cruz es prenda del amor de Jesús, y así
debe quedar, velada a las miradas ajenas.
132.- Hacernos objeto
de la conversación lo más raramente posible, aún cuando fuera bajo la forma
menos peligrosa de una simple narración.
133.- No hablar nada de
sí mismo, ni en bien ni en mal.
134.- No defender nuestros
derechos con exagerado ahínco, ni con acerbo modo. (I Cor 15,5)
135.- No quejarnos
absolutamente de nada, ni de las personas ni de las cosas, ni del clima ni de
los acontecimientos.
136.- No critiquemos-
transformemos. No nos quejemos…denunciemos. Si nada de eso es posible, o no da
frutos, no lagrimemos quejumbrosamente, sino sobrellevemos virilmente lo que
por el momento no podemos alterar y elevémonos a una enérgica paciencia en
callado alerta.
137.- Cortar todos los
pensamientos y las reflexiones del amor propio: no masticar resentimientos, no
maquinar revanchas, ni siquiera imaginarias, no sostener discusiones
interiores.
138.- Sacrificar las
oportunidades de gustar el placer estéril de echar en cara un diagnóstico
retrospectivo, y callar entonces esas frases que pugnan por salir de nosotros
como vapores sulfurosos: “yo ya lo había avisado”; “si me hubieran hecho caso”;
y abstenernos también de la profecía retroactiva: “a mí ya me parecía”; “yo ya
lo había previsto”.
139.- Mortificar la
pueril vanidad moderna de querer aparecer siempre bien “informados”. Para ello,
no hagamos lecturas ni preguntas curiosas; nunca transmitamos novedades y jamás
corramos chismes. Si involuntariamente algunos llegaran a nuestro conocimiento,
no los repitamos y mueran en nosotros y con nosotros.
140.- Padecer, sin
indignarnos contra nosotros mismos, la humillación de haber hecho alguna
tontería, o el haber sido tomados por tontos.
141.- Cuando se nos
confía un sufrimiento del alma o un malestar del cuerpo, no nos pongamos a
contar los nuestros. Atendamos al prójimo con desinterés, privándonos de
desahogarnos acerca de lo que nos concierna personalmente.
142.- Vencernos en
hacer enseguida y personalmente algo necesario o útil que estábamos posponiendo
o encargando hacer a otra persona, sólo por timidez o por temor al fracaso.
143.- Sobrellevar con
serenidad y en heroico silencio, el que un fatuo nos hable doctoralmente acerca
de algo que dominamos mejor que él; que un disoluto encubierto, mas no para
nosotros, pontifique en nuestra presencia como un intachable y austero censor.
144.- Mortificar el
afán de singularizarnos dando cabida en nosotros a opiniones peregrinas o
fabricando teorías atrevidas, que se apartan y oponen al razonable sentir
común…El espíritu humano y su soberbia, siempre se sienten felices al objetar y
encuentran secretas complacencias en sus propias invenciones.
145.- Aceptemos y
amemos como justo castigo y merecida mortificación, y ofrezcamos como
reparación, el malestar interior y la abyección y vergüenza exterior que
resultan de las faltas e infidelidades que cometemos y que ponen al descubierto
nuestra falta de virtud; pidamos incluso la gracia de aceptar ser débiles por
el tiempo que Dios quiera, de gozarnos de vernos por tierra y de que los demás
nos sorprendan caídos, de alegrarnos de ser una ocasión maravillosa para que el
Señor explaye en nosotros el poder redentor de su Misericordia.
146.- Llevemos en paz y
ofrezcamos humildemente a Dios, ese nunca acabar de ahondar y descubrir hasta
qué punto uno es, en el fondo, un pobre hombre. Aceptar con mansedumbre el que
los demás también, tarde o temprano, lo vayan descubriendo…y diciendo…y sufrir
con dulzura, en el entretanto, la humillación de ser idealizados por aquellos a
quienes un día, tendremos el dolor y la vergüenza de ver decepcionados.
147.- Sufrir con
humildad y ofrecer a Dios con mansedumbre, ese sentimiento de destierro, de sentirse
extranjero y sin derechos, o ser un hijo segundón…esa tristeza de creerse uno
inferior o menos privilegiados que otros a quienes vemos descollar u oímos
alabar. En cada oportunidad que esto acaezca, debemos aplicarnos a amar nuestra
inferioridad y acatar y adorar con gratitud las disposiciones de la Providencia
de Dios sobre nosotros en sus menores detalles: el grado de capacidad que haya
querido darnos, el lugar en que nos ha colocado, el puesto que nos ha confiado,
la vocación a que nos ha llamado, el tiempo, patria y familia en que nos ha
hecho nacer, nuestras limitaciones y defectos nativos, las oportunidades que
nos dió y las que no ha querido para nosotros, etc. etc…creyendo y confesando
firmemente que todo eso está bien, que “todo es gracia” y fruto de la inmensa
Sabiduría y del exquisito Amor de Dios por cada uno de sus hijos.
148.- Vivamos pues, en
el recogimiento sin curiosidades del humilde que se contenta con lo que le es
propio, se ciñe a los límites de su sendero y no quiere salirse de su línea.
Ocupar el lugar que Él
nos eligió, no hacer sino su Voluntad, no ser sino lo que Él nos invita a ser,
tomar lo que nos dé…sin preguntar porqués; cumplir cada día nuestra faena, con
alegría; no preocuparnos del mañana…Él es nuestro sostén; no perderle de vista,
captar su sonrisa; permanecer a sus pies, bebiendo sus palabras y no dejarle
sino para ir a cumplir sus voluntades….tal sea nuestra vida.
Voluntad
y juicio propio
149.- En las cosas
indiferentes o de poca importancia y en tanto no haya pecado, en lugar de
obstinarnos y disputar, cedamos amablemente a los demás y sacrifiquemos nuestra
voluntad a la ajena.
150.- Tratar de no
manifestar nunca nuestros gustos y preferencias.
151.- Las personas
casadas, arreglarse y vestirse de vez en cuando, a gusto del cónyuge aunque
contraríe el propio gusto.
152.- Desconfiemos de
nuestra opinión personal y habituémonos a renunciar a ella en las cuestiones
dudosas.
153.- Cuando
estuviéremos seguros de algo, emitamos con sencillez nuestro parecer y
retraigámonos luego, a un modesto silencio.
154.- Esforcémonos en
no tener jamás opinión contraria a la de nuestros superiores naturales e
inmediatos. En cuanto a nuestros iguales, procuremos, tanto como sea posible,
ser del mismo parecer de ellos en las cosas de poca importancia y sobre todo,
no queramos imponerles nuestra opinión.
155.- Juzguemos de todo
con indulgencia y seamos ingeniosos en ver en toda persona y cosa el lado
bueno.
156.- Si no atañe a
nuestra responsabilidad, no enjuiciemos nada ni en general ni en particular,
sino dejemos a Dios el cuidado de juzgarlo todo.
157.-Cuando nos veamos
obligados a hablar en nombre de la razón y de la virtud, hagámoslo con tanta
dulzura y modestia, que no aparezcamos en manera alguna pagados de nuestra
propia opinión y de nosotros mismos.
158.- Vetarnos el hacer
juicios a la ligera, ni con la presunción de ser inerrables.
Sobre todo, guardémonos
de disputar de altas cosas y de los secretos juicios de Dios. Ante los tantas
veces enigmáticos modos de conducir Dios la historia universal y las historias
individuales, inclinemos con reverencia y amoroso acatamiento, con confiada
adoración y conciencia de nuestra insuficiente comprensión, nuestra pobre
cabeza y sólo digamos aquello del Profeta: “Justo eres Señor y justo tu juicio”.
159.- Ofrecer al Señor
el sacrificio de tener que ceñirnos a los límites de nuestro camino, de
concentrarnos en nuestros deberes de estado y sus exigencias, renunciando a
incursionar en amplificaciones culturales o sociales que nos atraen, pero que
Dios no quiere para nosotros y que debemos resignarnos a contemplar de lejos
con nostalgiosa impotencia. Ofrecer a Dios la dolorosa constatación, aun tras
largos años de leales y penosos esfuerzos, de seguir siendo defectuosos en
nuestra personalidad e incompletos en nuestra formación.
160.- Podemos también
ofrecer a Dios el avenirnos a convivir con la lacerante certeza de que cuando
Dios nos convoque a la Eternidad, emigraremos del Tiempo con innumerables
potencialidades sin desarrollar, con objetivos sólo a medias alcanzados, con
una vida inacabada y vivida sólo a los ponchazos, una vida que depositaremos
con humilde rubor en las manos de Dios, como el niño que en el día del Padre le
entrega el torpe dibujo que le hizo con amor.
P. Néstor Sato
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